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Dossier. La política en escena: rituales, símbolos y representaciones, siglos XIX y XX.

La política en escena: rituales, símbolos y representaciones, siglos XIX y XX.

 

Pablo Ortemberg (CONICET-UBA)

Si hay un terreno especialmente fértil a la confluencia disciplinar entre historia y antropología, semiótica y análisis del discurso, folklore y ciencia política, es el estudio de la relación entre símbolos, rituales, sociedad y poder. Una variedad de linajes académicos y obras aisladas, en grandes libros o investigaciones monográficas, se extienden por muy diversos escenarios y períodos en un campo que adquiere visibilidad por lo menos desde mediados del siglo XX. Basta pensar en Kantorowicz y sus discípulos ceremonialistas en EEUU o, publicada algunas décadas antes, en la gran obra pionera de Bloch sobre Los Reyes Taumaturgos. Podemos recordar las fiestas barrocas de Maravall o las fêtes révolutionnaires de Ozouf y Vovelle, entre muchos otros. Más cercanos en el tiempo, los rituales nazis fueron objeto de Mosse, así como el estudio de los imaginarios de diferentes realidades históricas orientó la obra de Baczko.
Así como la sensibilidad de Maravall seguramente no fue ajena al contexto franquista en el que vivió a la hora de optar por el estudio de los mecanismos simbólicos de dominación de un régimen pretendidamente absolutista, es probable que Mayo del 68 haya estimulado en alguna medida los análisis de las fiestas revolucionarias francesas. Los libros de Ozouf, Vovelle y Sanson se editan casualmente el mismo año 1976, a caballo entre esas célebres jornadas y el bicentenario de la revolución. Lo cierto es que las transformaciones de la historia social en los años 70, hacia la llamada, en términos de Annales , “historia de tercer nivel”, se caracterizaron por un prolífico énfasis en los estudios sobre las mentalidades y la cultura. En esta perspectiva, muchos se han interesado por lo que las mentalidades y las prácticas culturales pueden aportar al esclarecimiento de dinámicas de construcción y ejercicio del poder, la autoridad y lo político. Numerosos trabajos dan curso desde entonces a esta “nueva historia política” que, además de recuperar la dimensión narrativa, han consolidado lo que podría denominarse historia cultural de lo político. Por citar un ejemplo, en el mundo hispánico se han destacado los aportes de F. X. Guerra sobre las mutaciones de lenguajes y prácticas, junto con las representaciones de la autoridad regia, durante la crisis inédita de la monarquía luego de los sucesos de Bayona.
El campo ha estado siempre abierto a múltiples acercamientos que van desde los análisis de los símbolos políticos a partir de su anclaje iconográfico (retratos, emblemas, alegorías, etc.), especialmente llevados a cabo por autores provenientes de la historia del arte; los enfoques como el de Guerra, asumidos desde las sociabilidades políticas y las mentalidades –la prensa es central en su corpus-; o bien, aquellos focalizados en las prácticas ceremoniales y festivas, es decir, en la dimensión performativa de la política, los cuales están más directamente vinculados con las tradiciones antropológicas y el concepto de ritual. En este sentido, desde Leach hasta Geertz y su Estado-teatro Negara, pasando por Turner, Gluckman, Tambiah, Abélès y muchos otros, la antropología ha dado muestras de una constante atención teorética y casuística a la dimensión simbólica del poder. Balandier ha insistido en su momento en que todo poder dirige lo real a través de lo imaginario. Por cierto, no solamente los “géneros” son “confusos” sino que las fronteras disciplinarias son en gran medida artificiales: el mismo Geertz ofreció un importante ensayo sobre la construcción ritual del carisma en el que utiliza ejemplos del mundo cristiano y musulmán en diferentes momentos históricos, además de la citada obra sobre el Bali decimonónico. Y Darnton se inspiró en Geertz para su historia de la gran matanza de gatos.
El presente dossier reúne siete trabajos que se inscriben, según las coordenadas expuestas, en una historia cultural de lo político que toma por objeto diversas prácticas rituales oficiales. Los textos han sido publicados previamente como capítulos de libros o partes de obras colectivas, o bien como artículos en revistas académicas. Dos de ellos fueron editados a principios de los 90, y otro, al final de esa década. Por el tema, importancia y vigencia aparecen combinados con el resto de trabajos, publicados en años recientes. A excepción del primero, se examinan diferentes episodios y procesos que tuvieron lugar dentro del actual territorio argentino, desde el mito de origen revolucionario hasta los rituales del primer peronismo. Se han ordenado siguiendo un criterio cronológico, comenzando con el artículo de Pablo Ortemberg sobre el ritual de proclamación de la independencia que el general José de San Martín presidió en Lima, poderosa corte de antaño y bastión de la contrarrevolución en Sudamérica. El autor propone una conceptualización de los rituales políticos no solo desde sus operaciones de diferenciación y competencia entre diferentes actores, sino también como dispositivos que pretenden realizar distintos niveles de pactos. En este caso, el ritual de proclamación escenifica un pacto de manera evidente entre San Martín y la aristocracia local, a la vez que deliberadamente aspira a resignificar las juras monárquicas, ya alteradas previamente durante la experiencia gaditana. Como un bricoleur de lenguajes conocidos, la proclamación y juramentación se combina con elementos de los viejos rituales de recibimiento de virreyes con el fin de dar legitimidad y sentido a la nueva aunque provisoria autoridad suprema y al mismo tiempo mantener la ilusión de orden.
Ricardo Salvatore analiza un corpus de fiestas durante el rosismo (las quemas de judas, las fiestas mayas y julias, el culto al Dictador y los festejos en honor a los héroes militares) en pueblos de la campaña bonaerense tendientes a construir un determinado pacto entre gobernante y gobernados, entre Rosas y su base social (los estancieros no aparecen en las fiestas sino mezclados con los vecinos de poncho y chiripá), entre los valores de orden y libertad –heredado éste de la revolución y fuente de legitimidad en disputa con los unitarios. Si la fiesta edifica la comunidad, escribe su historia, señala sus padres y aplaude a sus héroes, también define sus excluidos: los “salvajes unitarios”, los indios y los grupos afrodescendientes, niños escolares, soldados regulares o transeúntes, en estos últimos casos su participación era marginal. El autor indaga asimismo en los modos de participación en estas prácticas rituales de amplia aceptación, para delimitar mejor el perfil de los sectores populares que sostenían al régimen y de qué manera se efectuaba la comunicación política. Restituye los mensajes que podían leer los asistentes, aunque por el tipo de fuentes disponibles para la época solo podremos rodear el misterio último de la recepción. Por su parte, Ana Wilde se concentra en la ciudad de Tucumán para analizar las funciones y sentidos de las fiestas cívicas posrevolucionarias hasta mediados del siglo XIX. Demuestra la articulación con sus antecedentes coloniales y sobre todo su importancia para legitimar el nuevo pacto entre la ciudad y el gobierno de Buenos Aires, junto con las nuevas instituciones y formas de autoridad. Los sucesivos gobernadores se valieron de los 25 de mayo, 9 de julio y 24 de septiembre para construir-legitimar su autoridad dentro de lo que podía permitirle la propia agenda de la comunidad local y una época de constante redefinición de lazos políticos entre estructuras que habían pertenecido al viejo virreinato. Jugaron alternadamente con los valores de orden y libertad. A modo de ejemplo, a diferencia de las fiestas federales bonaerenses referidas más arriba, durante el gobierno de Alejandro Heredia las celebraciones oficiales estuvieron orientadas a la construcción de la autoridad del gobernador y a difundir los valores de orden y paz, pero, en palabras de la autora, “no se utilizó la oposición federal-unitario”; algo que cambiará durante el gobierno de Celedonio Gutiérrez.
Además de las fiestas mayas y julias, la heroificación de militares y la serie de festejos politizados –desde “arriba” y desde “abajo”- como las celebraciones patronales (Wilde), la quema de judas (Salvatore), etc., también constituyen rituales políticos las fiestas luctuosas impulsadas por las autoridades. Este dossier contiene dos trabajos centrados en funerales oficiales o de “Estado”, aunque el entramado de la autoridad difiere sustancialmente entre una y otra realidad histórica, como se verá oportunamente. Así, Gabriela Caretta e Isabel Zacca analizan los segundos funerales de Martín Miguel de Güemes organizados por el gobernador de Salta, José Ignacio Gorritti, en 1822, un año después de su muerte y primer entierro. Las autoras indagan en los usos políticos y significados que diferentes actores van atribuyendo al cuerpo, recorriendo los meandros intrínsecos a la construcción de memorias colectivas. En su examen nos recuerdan la relevancia que adquiere la espacialidad del ritual, la disposición de los objetos y la simbólica política en torno a la muerte.
Antes de abandonar el siglo XIX, Lilia Ana Bertoni da cuenta de un momento de inflexión finisecular en el desarrollo de las fiestas mayas y julias, la historia de la educación y la construcción de la nacionalidad en Argentina. Entre 1887 y 1891, en la recientemente consagrada capital federal, ciudad receptora de la ingente masa inmigratoria, los rituales políticos y la pedagogía de las estatuas que les estaba asociada comienzan a ser vistos por la elite dirigente como mecanismos imprescindibles que, en articulación con los proyectos educativos, podrían lograr tanto la nacionalización de los nuevos argentinos como la neutralización de aspiraciones imperialistas que parecían intensificarse en ese entonces.
El artículo de Sandra Gayol nos convida a otro funeral de Estado. Las exequias de Bartolomé Mitre en Buenos Aires, según la autora, forman parte pero también exceden debido a la forma y sentido del ceremonial, la corriente de pedagogía patriótica cuyo origen es analizado por Bertoni. Es el fin de una era política y el comienzo de una nueva relación entre la incipiente sociedad de masas y sus figuras públicas. La prensa es un actor fundamental en la construcción y comunicación del ritual. Gayol explora a partir de ella el lenguaje visual mediante la abundancia de fotografías que edifican al Gran Hombre desde su agonía, así como su contribución a la normalización de las nuevas “artes de morir” que experimentaba la sociedad porteña en aquel entonces. Por supuesto, será la inusitada multitud del cortejo la que definirá con su presencia la construcción apoteósica del “hombre-nación”, consiguiendo que un Mitre polémico en vida se convierta en una figura querida por todos después de muerto.
Si la muerte puede llevar consigo su propio carisma, el último artículo del dossier nos transporta al nacimiento del carisma de Juan Domingo Perón, gracias al disciplinamiento llevado a cabo por el régimen de los primeros 17 de octubre en Buenos Aires. En efecto, Mariano Plotkin analiza la conversión de lo que fue en 1945 una manifestación de protesta, en gran medida espontánea, multiforme y cuyo sentido intentó ser apropiado por múltiples sectores, en un ritual de Estado con Perón en el gobierno dirigiendo su progresiva autonomización (por ej. supresión de la misa de campaña) y controlando su sentido. El ensayo de Geertz que consignamos más arriba aparece fundamental para entender la producción ritual del carisma. Retomamos parafraseando las últimas líneas del trabajo de Plotkin, que concluyen con una cita del antropólogo: con el borramiento del papel de los líderes sindicales y las masas en el 17 de octubre es que en 1950 Perón logra colocarse ritualmente “en el centro de las cosas”.
Estos textos reunidos vienen a confirmar una vez más que los símbolos, rituales y representaciones políticos no son un mero reflejo del equilibrio de fuerzas o de la jerarquía social, sino que participan creativamente en su definición y alteración. Como afirmó Geertz, se torna artificial cualquier distinción entre el poder y los adornos del poder. Así, al cercenar la dimensión simbólica quedarían relegadas cruciales dinámicas que explican la complejidad del mundo social y político. Esa complejidad encierra y supera las nociones de consenso, naturalización y manipulación. Dependiendo de los casos, la manipulación/apropiación del ritual político no es necesariamente incompatible con el hecho de que los actores crean en él; y a la vez sean hablados por él.