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Dossier. Buenos Aires, capital cultural. Visitas y estadías culturales en las primeras décadas del siglo XX

Buenos Aires, capital cultural. Visitas y estadías culturales en las primeras décadas del siglo XX {{1}}

 

Paula Bruno (CONICET/Universidad de Buenos Aires)

 

Buenos Aires tenía ritmo de capital cultural en las primeras décadas del siglo XX. En las tardes porteñas de 1910, un trabajador con simpatías socialistas podía acercarse a escuchar con interés una conferencia de Enrico Ferri -líder socialista italiano- y pocas semanas después presenciar una intervención de Jean Jaurés -figura central del socialismo francés-. Ya en la Buenos Aires de 1924, en el transcurso de un mismo día, Victoria Ocampo se mostraba dubitativa frente a la posibilidad de ir a una charla de Waldo Frank o a una disertación de Le Corbusier. Y para comienzos de la década de 1930, era posible que un paseante distraído se cruzara por las calles del centro porteño con Federico García Lorca. Este ritmo de urbe cultural se había acelerado con el clima de las visitas del Centenario de la Revolución de Mayo, en 1910 –como puede verse en las contribuciones de Herrera, San Martín Molina y la de mi autoría-, y sus ecos se extendieron a las décadas posteriores al calor de una cultura efervescente, del despliegue de las vanguardias y de la expansión de un público lector e interesado –como puede verse en las contribuciones de Aguilar, Garguín y Ortiz, Saítta, de Aldama Ordoñez, Rusconi y Aguilar y Siskind-.

Escritores, científicos, dramaturgos, líderes políticos y curiosos habían incorporado en la cartografía de sus viajes a la ciudad-puerto, que vio llegar a sus costas figuras como Georges Clemenceau, Victor Margueritte, Anatole France, Vicente Blasco Ibañez, Jane Catulle Mendès, Albert Einstein, Filippo Marinetti, Luigi Pirandello y Federico García Lorca, entre tantas otras. No siempre estos visitantes recibían invitaciones oficiales de políticos o intelectuales argentinos. Se superponían varias veces convocatorias de comunidades de inmigrantes españoles o italianos –reunidos en el Círculo Español o en Unione e Benevolenza-, rectores o grupos de jóvenes universitarios y círculos de sociabilidad literaria. Esta convergencia de invitaciones que una misma persona podía recibir convertía al financiamiento múltiple en uno de los atractivos a considerar por los convidados.

Como puede verse en los aportes compilados, algunas visitas respondían a circuitos similares a los de los de la vida teatral y condujeron a una “espectacularización” de estos eventos. Así sucedía cuando empresarios privados tentaban a figuras de la vida cultural o política de otros países para realizar giras de disertaciones en los teatros Odeón, Doria, Ópera o Victoria, por ejemplo. Estas giras se montaban con los mismos ritmos del espectáculo: anuncios en la prensa, marquesinas, venta de abonos por anticipado en las boleterías. Entre estos empresarios se destacan figuras como Faustino Rosa, un hombre de teatro portugués afincado en Argentina, que fue responsable de las visitas de Georges Clemenceau y Anatole France; y el empresario carioca Niccolino Viggiani, que diagramó la gira de conferencias del poeta futurista Filippo Marinetti.

De este modo, con los circuitos universitarios, étnicos o de la política formal, se dibujaban otros más ligados al mercado cultural. Pero, a pesar de los distintos orígenes de los ciclos de conferencias, las diferencias se desdibujaban en el transcurso de las visitas. Un mismo visitante, como Pietro Gori, Vicente Blasco Ibañez, José Ortega y Gasset o Albert Einstein, por ejemplo, podía circular por una variedad de escenarios –un círculo reducido de universitarios, una tertulia, un teatro colmado, una asociación obrera o inmigratoria-. Esta circulación muestra la multiplicidad de la vida cultural de esas décadas y la conformación de espacios de consumo cultural colectivo. Se dibujaba en Buenos Aires la presencia de un público ávido por escuchar a referentes extranjeros, una especie de Babel cultural. Los visitantes, en su mayoría, disertaban ante sus públicos variados en sus lenguas de origen. Ciertamente, figuras como Vicente Blasco Ibañez, Rafael Altamira y José Ortega no generaban desafíos a sus auditorios. Pero otros, como Pietro Gori, Enrico Ferri o Filippo Marinetti pronunciaban sus conferencias en italiano; Anatole France, Georges Clemenceau, Jean Jaurès, Le Corbusier y Jacques Maritain se dirigían al público en francés; Albert Einstein hablaba en un francés que combinaba con giros italianizados… Con estas dinámicas, las visitas desataban la aparición de pintorescas figuras culturales ligadas al evento: secretarios privados –algunos que llegaban desde sus países de origen acompañando a los invitados, otros locales-, ayudantes, intérpretes y traductores de ocasión, oficiaron como intermediarios lingüísticos y culturales.

La prensa -y la radio más tarde- convirtió en noticias a las visitas. Se comenzaban a definir lso contornos de las “noticias culturales”. Primero al generar expectativas: antes de la llegada de alguna figura se presentaban síntesis y traducciones de sus textos, semblanzas biográficas, caricaturas y fotografías. Luego se publicaban crónicas detalladas sobre los comités de recepción, la organización de banquetes y agasajos y el seguimiento de cada movimiento de los visitantes. Se publicaban minuciosas descripciones sobre gestualidades y capacidades oratorias, vestimentas, gustos culinarios, tonos vocales y modales de las figuras en gira. Algunas actividades de los conferencistas, ligadas al color local, alimentaban relatos pintorescos: se rumoreaba que Pietro Gori había sido tentado a vestir de gaucho para dar sus conferencias; varios regalos autóctonos se agolpaban en una vitrina de la habitación de Georges Clemenceau en el Palace Hotel –desde mates grabados con dedicatorias, hasta pájaros autóctonos, frascos de dulce de leche, dibujos, partituras con composiciones musicales de homenaje, entre otros-; los paseos por estancias y los asados daban un giro localista a los visitantes extranjeros. En el mismo sentido se inscribía una famosa fotografía de aires tangueros de Einstein caminando por el Mercado del Abasto.

El color local se asociaba, en ocasiones, con imágenes preconcebidas que los visitantes tenían sobre Buenos Aires, varias de ellas provenientes de relatos de viaje escritos por exploradores, científicos y aventureros que habían visitado el país en el siglo XIX. Otras veces, en cambio, tenían la pretensión de ser observadores neutrales. Los registros de la experiencia podían ser contemporáneos o posteriores a las visitas: diarios de viaje, notas pasajeras, artículos que se escribían para enviar a medios del país de origen, los textos de las conferencias, intercambios epistolares posteriormente publicados. Esta serie de escritos invertía y complementaba la literatura de viajeros argentinos que –con Sarmiento como precursor- visitaban otras latitudes para buscar modelos por reivindicar o criticar. Ahora se trataba de escritos de extranjeros que visitaban la Argentina y parecían dispuestos a presentar diagnósticos y balances sobre ella.

En estos registros conviven, varias veces en tensión, descripciones de elementos tradicionales de la Argentina (la pampa desierta, la vida del gaucho) con características consideradas marcas de modernidad y progreso (como la trama urbana de Buenos Aires, las dinámicas económicas del puerto, la efervescencia del mercado editorial). Pero el impacto de las visitas no fue solamente en una dirección. Aunque con diferencias, cada uno de los invitados dejó huellas que van desde experiencias estrictamente personales hasta transformaciones en algún campo del saber. En un sentido personal, por ejemplo, son conocidos los testimonios de Alberto Ghiraldo cuando señala que escuchar a fines del siglo XIX en Buenos Aires a Pietro Gori lo inspiró a adscribir al anarquismo; en la misma dirección, Victoria Ocampo ha confesado que los contactos con Rabindranath Tagore, Waldo Frank y Jacques Maritain la impulsaron a replantearse sus posturas estéticas y espirituales.

Otros impactos afectaron a campos disciplinares y culturales. Así, Rafael Altamira, Albert Einstein y Le Corbusier dejaron su huella en las dinámicas de la Historia, la Física y la Arquitectura. Por último, otras visitas calaron hondo en el imaginario de los argentinos, sobre todo por las postales que legaron sobre un momento. Un caso paradigmático en este sentido es el de las Notas de viaje por América del Sur, de Georges Clemenceau. Aunque el momento mismo de la visita de Clemenceau no tuvo el impacto ni la cobertura periodística que otras visitas contemporáneas a la suya adquirieron en el clima del Centenario de 1910, su libro de observación es una de las fuentes más consultadas para reconstruir y conocer los rasgos del país en ese emblemático año.

Los textos reunidos en este dossier permiten pensar el fenómeno de las visitas culturales desde múltiples perspectivas y se pueden agrupar para pensar distintos momentos de la vida cultural: 1. la contribución de Alicia San Martín Molina –sobre Vicente Blasco Ibañez-, la de Carlos Herrera -sobre Jean Jaurés- y la de mi autoría –sobre Georges Clemenceau- conforman un núcleo temporal que permite pensar en el rol de las visitas en un contexto signado por los años de las celebraciones de los cien años de la Revolución de Mayo de 1810; 2. las décadas comprendidas entre 1920 y 1940: en este arco temporal se inscriben el texto de Gonzalo Aguilar –un texto pionero sobre la temática, publicado en 1997-, el de Sylvia Saítta –sobre Marinetti-, el de Gangui y Ortiz –sobre Einstein-, el de Aldama de Ordoñez –sobre Pirandello- y el de Aguilar y Siskynd -que toma una cronología de mediano plazo para evaluar el fenómeno de los “viajeros culturales”-. En la selección de aportes se combinan algunos de los primeros textos que abordaron el fenómeno de las visitas con otras contribuciones más recientes y algunas que se produjeron en el último año –productos de tesis de Licenciatura o Máster-, hecho que muestra la vitalidad de una agenda de investigación. Aunque el elenco de visitas no está agotado en los textos aquí reunidos, la selección permite reflexionar sobre los mapas culturales y políticos que dibujaron estos eventos y otros. En estas primeras décadas del siglo XX el mundo parecía estar vinculándose por movimientos humanos de grandes dimensiones, como migraciones y exilios, pero también podían generarse o iniciarse reconfiguraciones culturales por intervenciones individuales de embajadores intelectuales y articuladores culturales. Las visitas, como puede verse en los textos, oficiaron como puentes entre dos puntos del mundo y, en más de una ocasión, fueron nexos entre contextos políticos o culturales nacionales e internacionales.

[[1]] Retomo aquí algunos de los argumentos expuestos en Paula Bruno (coord.), Visitas culturales en la Argentina (1898-1936), Buenos Aires, Biblos, 2014. Una versión inicial de este texto fue publicado bajo el título “El desembarco de la belle époque”, en Ñ. Revista de cultura, 7 de febrero de 2015, p. 12. [[1]]

Referencia de los textos