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Mariano Zarowsky (UBA-UNQ-CONICET)

 

A inicios de los años sesenta comenzó a delimitarse en el país un conjunto de discursos que tomó a la comunicación, los medios y la cultura como un campo de problemas de conocimiento a definir y legitimar. Sus promotores reclamaron mediante su exploración credenciales para la intervención en los debates públicos, promoviendo la creación de espacios de producción y difusión específicos. Estos agrupamientos, expresando la puesta a punto de nuevas problemáticas, herramientas teóricas y maneras de entender los vínculos entre los intelectuales y la sociedad, marcaron con su impronta la emergencia de los estudios en comunicación y cultura en la Argentina. Nos referimos, por nombrar algunos ejemplos, a las trayectorias de Eliseo Verón y Oscar Masotta, entre la escena vanguardista que cobijó el Instituto Di Tella, la renovación de la sociología, el psicoanálisis y la semiología; a la mixtura entre la actividad crítica, docente y editorial de Aníbal Ford, Jorge Rivera y Eduardo Romano, del Centro Editor de América Latina a la revista Crisis (1973-1976), pasando por las clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en 1973 y al cruce entre praxis editorialista, producción de conocimiento y militancia política que promovió Héctor Schmucler de Los Libros (1969-1976) a Comunicación y Cultura (1973-1985), luego de haber formado parte de la experiencia de Pasado y Presente (1963-1965).

La noción de intelectuales de la comunicación es productiva para pensar este proceso y esta figura histórica. No hace referencia a un grupo definido por su especialización temática o disciplinar, sino a la existencia en el país de una franja de intelectuales que definieron su propia condición y su campo de acción en el punto de intersección que supieron trazar entre una problemática teórica de nuevo tipo y la intervención política. Desde la pregunta en torno a los nexos existentes entre la comunicación, la cultura y la tecnología, entre los mensajes masivos y las ideologías, entre la acción colectiva y las significaciones sociales, entre los medios y la reproducción o la transformación del orden, los intelectuales de la comunicación —al igual que, a veces confundidos con, “los intelectuales de la literatura”, “los intelectuales de la sociología” o “los intelectuales de la educación{{1}}— se proyectaron como figuras públicas legitimadas por su capacidad para darle a sus investigaciones una significación social, cultural y, eventualmente, política. Se trata de una categoría analítica productiva para pensar una figura histórica que cobijó una heterogeneidad de trayectorias provenientes de distintas tradiciones disciplinares y político-culturales.

Desde esta perspectiva, construir una historia intelectual de los saberes y discursos especializados sobre la comunicación y la cultura en la Argentina implica situarnos en la intersección de dos campos de problemas: en una dimensión epistémica, nos remite a la pregunta por las condiciones sociales de producción del conocimiento sobre lo social; desde una hipótesis sociohistórica, se dirige hacia fenómenos y movimientos más amplios del campo político y cultural. El lector encontrará entonces en los artículos que componen este dossier distintas vías, siempre parciales y situadas, de reconstrucción de los múltiples vínculos que ligaron a estos actores y discursos con un espacio social signado por un proceso de modernización cultural y renovación teórica que se desplegó en simultáneo con un fuerte impulso hacia la intervención y, en algunos casos, la radicalización política. En todos los artículos, más allá de su heterogeneidad, se puede leer un denominador común: apuntan menos a la reconstrucción exhaustiva del proceso de configuración de una disciplina que a poner de relieve una serie de momentos fuertes, de situaciones, trayectorias y nudos problemáticos que definieron y marcaron hitos en el complejo y multidimensional proceso de constitución de este zona de discursos especializados que se autonomizó como campo de saber disciplinar.

Si bien este espacio se configuró en buena medida en una escala continental —basta mencionar la composición y el itinerario latinoamericano de una revista como Comunicación y cultura— la selección propuesta hace foco en los itinerarios y escenarios locales que le dieron forma. Con ello se aspira a recuperar el espesor de las tradiciones, los procesos y los debates en los que estos discursos adquirieron su particularidad. Este “recorte nacional” permite calibrar mejor, así, la interacción con lo transnacional, dimensión constitutiva de todo proceso de producción de conocimiento especializado sobre lo social, sobre todo en los países “periféricos”: fue a partir de demandas que encarnaron sujetos emergentes y de movimientos precisos en la sociedad y la cultura que los intelectuales de la comunicación se vincularon a ciertos flujos transnacionales de ideas y de pensamiento, realizando apropiaciones y aportes novedosos y originales.

El artículo de Mirta Varela recorre ciertos tópicos y escenarios donde se desplegó la relación entre los intelectuales y la televisión en la Argentina entre los años sesenta y los años noventa. La hipótesis de la autora es que al mismo tiempo en que la televisión se volvió social, cultural y políticamente relevante, el discurso sobre los medios de comunicación adquirió una relativa autonomía en la intersección de diversas disciplinas y teorías. Lo paradójico es que este discurso se volvió relativamente autónomo en un momento donde —sostiene siguiendo a Beatriz Sarlo— se asistió a una “progresiva pérdida de la especificidad de los discursos intelectuales en relación con ciertos grandes temas” (p. 45). Desde esta paradojal y productiva hipótesis la autora construye su argumentación: el trabajo se propone sortear la indagación teórica y apunta a la reconstrucción de un discurso que acompaña las transformaciones del medio. Este “capítulo de historia intelectual”, tal como lo define, nos lleva “al momento de emergencia de los estudios dedicados a los medios de comunicación” (p. 43). Varela propone entonces una reconstrucción histórica de la relación que los intelectuales mantuvieron con la televisión como un “recorrido privilegiado para el análisis de la constitución de ese campo” (p. 43). No obstante, en su trabajo se deja leer también una hipótesis inversa y complementaria: sostiene que la historia de los estudios en comunicación en el país es una vía de entrada fructífera para estudiar aspectos de nuestra historia intelectual. Las polémicas que reconstruye Varela desplegadas entre 1963 y 1965 en revistas de la nueva izquierda como La Rosa Blindada y Hoy en la Cultura lo ejemplifican: en la disyuntiva entre “apocalípticos e integrados” que recorre estas querellas el “eje no es la televisión sino el intelectual o el artista” (p. 49).

Si Varela propone una mirada panorámica que repone distintas tradiciones y momentos de análisis, de los trabajos pioneros de Jaime Rest, pasando por el escenario del Di Tella (donde Oscar Masotta y Eliseo Verón entrelazaron sus reflexiones con los happenings y las prácticas de la vanguardia artística) hasta las revistas Lenguajes, Comunicación y Cultura y Crisis; el artículo de Pablo Alabarces hace foco en una de las tradiciones que configuraron la emergencia de los estudios en comunicación en la Argentina y definen su impronta hasta la actualidad. Más precisamente, Alabarces cruza los itinerarios intelectuales de Jorge Rivera, Eduardo Romano y Aníbal Ford y explora las trayectorias, contextos y operaciones conceptuales que contribuyeron a la “invención” de los estudios sobre la cultura popular en el país. Su procedencia común desde el campo de la literatura y la crítica literaria no sólo informa sobre un desplazamiento disciplinar y las operaciones teórico-metodológicas que le dieron fundamento como campo problemático: la relectura de la cultura (de masas) desde el peronismo da cuenta también de su “fundación política” o, de otro modo, del ejercicio de un tipo de intervención intelectual desde una zona de saber especializado. Alabarces da cuenta de los espacios de intersecciones múltiples{{2}} en los que se desplegó desde la periferia del campo cultural esta apropiación de saberes, entre la educación de adultos, la actividad editorial, el periodismo cultural y las clases en la universidad. Como hipótesis metodológica para el estudio de otras formaciones de la época vinculadas a los estudios en comunicación, estos espacios de intersecciones múltiples ameritan ser explorados no sólo como indicadores de un proceso de reorganización cultural, sino en su productividad epistémica.

El trabajo de Sandra Carli también puede leerse en clave metodológica: recurre a la biografía intelectual como herramienta analítica para comprender la transformación de los modos de producción de conocimiento en las ciencias sociales y los cambios operados en las últimas décadas en la cultura universitaria y el campo intelectual. La autora traza un seguimiento comparado de los itinerarios de Adriana Puiggrós y de Aníbal Ford. A diferencia de otras disciplinas más estabilizadas y menos permeables a la demanda social y las prácticas profesionales, las ciencias de la educación y la comunicación ofrecen una ventana productiva, sostiene, para “reconocer la existencia en las ciencias sociales de diversas mixturas y combinaciones entre imaginarios sociales y políticos y producción académica” (p. 67). ¿Qué informan las biografías individuales y colectivas sobre las ciencias sociales? Permiten —sostiene Carli— una “mirada encarnada de las disciplinas, dan cuenta de perspectivas singulares que se modulan en el tiempo, informan sobre la historicidad del pensamiento, expresan las articulaciones estrechas entre conocimiento y subjetividad” (p. 70).

El trabajo de Laura Vázquez podría considerarse entonces como un doblez de las propuestas hasta aquí exploradas. Vázquez propone un recorrido analítico por la reflexión de Jorge Rivera sobre la historieta, partiendo de una doble hipótesis: los trabajos del crítico sobre este género “son un buen lugar para examinar la relación intelectuales/peronismo pero sobre todo, para leer en los pliegues de la cultura masiva, la invención de un campo de estudios” (p. 123). Observando una discontinuidad entre los modelos extranjeros y la historieta argentina, Rivera supo encontrar en este género, sostiene la autora, una manifestación de la cultura popular. Con ello apuntaba a problematizar “la cuestión de lo nacional, la política y la resistencia cultural” (p. 123). Esta vertiente de la crítica se dirigió al interior de la tradición literaria y la historiografía clásica para revisar su canon.

El artículo de Lucas Berone puede examinarse en composición con el de Vázquez. Ambos ponen de relieve el papel que la investigación sobre la historieta tuvo en la emergencia de los estudios en comunicación y cultura en el país, y la manera en que la disputa en torno a su legitimidad como objeto oficiaba como instrumento de colocación de una franja intelectual emergente. Berone se centra en las operaciones conceptuales que traza Oscar Masotta para su estudio. Su paradojal y productiva denominación de la historieta como “literatura dibujada” indica su apuesta por otorgarle (y otorgarse) un estatuto crítico, tanto como el peso que la pregunta por los modos de su abordaje específico alcanzaba en su reflexión. Pues, ante todo, la historieta fue para Masotta un objeto de conocimiento: exploró y combinó para su estudio saberes heterogéneos y de avanzada, desde la estética a la semiología, pasando por el psicoanálisis. En ese punto, sus intervenciones corrían en paralelo —mejor, se cruzaban— con las de su colega y amigo Eliseo Verón, y pueden ubicarse como parte de una fracción o tradición “modernizadora” que marcó con su impronta heterodoxa la historia del campo. Berone subraya, por cierto, que para Masotta la historieta fue también un objeto de valor: un campo productivo para interrogarse sobre las relaciones entre estética y ética, entre arte y política.

El trabajo de Mariano Zarowsky, finalmente, aborda otra de las tradiciones intelectuales que configuraron y caracterizan este campo y puede leerse a modo de cierre de una etapa. Sigue el itinerario de una serie de “intelectuales de la comunicación” en el exilio, más puntualmente, los cruces que se dieron entre los desplazamientos conceptuales y políticos que se elaboraron en la revista Controversia (1979-1981) y los que se promovieron en el campo específico en la revista Comunicación y Cultura (1973-1985) en su etapa mexicana. La trayectoria de Héctor Schmucler —protagonista de ambas empresas— oficia como mediación. Desde esta entrada, el artículo pone de manifiesto el modo en que una estructura de sentimiento elaborada en la trama exiliar y en un preciso contexto de reflujo político, influyó fuertemente en la configuración de un nuevo paradigma que marcó las agendas y perspectivas disciplinares en los años ochenta y noventa. A la inversa, el artículo apunta a reconstruir el modo en que los estudios en comunicación participaron desde sus debates específicos en la reorganización del campo intelectual argentino y la reformulación de toda una cultura política.

Este dossier, en suma, no apunta a ofrecer una reconstrucción historiográfica totalizadora y exhaustiva. Figuras y trayectorias, escenarios intelectuales, momentos fundantes, apenas si son aludidos cuando no desatendidos. Se trata más bien de proponer una vía de exploración de múltiples carriles: la historia de los estudios en comunicación y cultura en el país entre los años sesenta y ochenta ofrece una vía de entrada productiva y original para analizar los procesos sociales de construcción del conocimiento sobre lo social, tanto como aspectos poco atendidos de la relación entre intelectuales, cultura y política en el período. Se trataría, en fin, de pensar el itinerario de los intelectuales de la comunicación como un capítulo de la historia intelectual argentina reciente.

[[1]] Aguilar, Gonzalo (2010). Los intelectuales de la literatura: cambio social y narrativas de identidad. En Carlos Altamirano (Ed.), Historia de los intelectuales en América Latina II. Los avatares de la ‘ciudad letrada’ en el siglo XX. Buenos Aires: Katz; Rubinich, Lucas (1999). Los sociólogos intelectuales. Cuatro notas sobre la sociología en los 60. Apuntes de Investigación del CECyP, 4; Suasnábar, Claudio (2004). Universidad e intelectuales. Educación y política en la Argentina (1955-1976). Buenos Aires: Flacso, Manantial. [[1]]

[[2]] Neiburg, Federico y Plotkin, Mariano (Comps.) (2004), Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en la Argentina. Buenos Aires: Paidós. [[2]]

Textos seleccionados para el dossier

 

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