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Juan Pablo Scarfi (Centro de Historia Intelectual, UNQ)

 

La diplomacia como profesión y como práctica ha estado asociada tradicionalmente con la dimensión formal de las relaciones internacionales en el campo de la política internacional, la política exterior, el rol de los ministerios de relaciones exteriores, así como también con la tradición de la historia diplomática en sus versiones clásicas. Sin embargo, la diplomacia ha estado estrechamente ligada a la vida cultural. En América Latina y en general en el continente americano, la dimensión cultural y los intercambios y la circulación saberes e ideas comenzó a ser una parte central de la vida diplomática como tal entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX. En este sentido, en los últimos años, un espectro muy amplio de historiadores de las ideas y de la cultura, de las relaciones internacionales, así como también críticos e historiadores de la literatura, han comenzado a prestar crecientemente mayor atención a la dimensión cultural de la diplomacia y las relaciones internacionales y a la circulación de saberes e ideas y a conformación de redes culturales como componente centrales de la diplomacia y las relaciones internacionales. Esta literatura parte del supuesto de que la diplomacia y las relaciones internacionales como prácticas trascienden a la política exterior, los ministerios de relaciones exteriores, las cancillerías y las embajadas. Este dossier reúne, entonces, una serie de trabajos que exploran la diplomacia como una parte central de la dimensión transnacional de la vida cultural y la circulación e intercambio de saberes, literaturas y símbolos al interior de América Latina y entre América Latina y los Estados Unidos, así como también la importancia de los factores simbólicos y culturales, en particular la literatura y los monumentos, en la construcción del amplio y complejo universo de la diplomacia y las relaciones internacionales en nuestro continente.

Con el reciente auge de la historia transnacional y con el progresivo desarrollo en las últimas dos décadas de la historia intelectual y cultural, comenzaron a generarse interesantes puntos de convergencia entre estos dos campos historiográficos. Esas convergencias y los efectos historiográficos que despliegan están hoy en plena ebullición y resulta difícil aún evaluarlos. Pero en todo caso cabe señalar que han dado lugar a una serie de nuevas preocupaciones historiográficas como la dimensión cultural de la diplomacia y las relaciones internacionales, la diplomacia cultural como tal, la circulación transnacional de saberes, objetos, símbolos y prácticas culturales, las redes culturales, la historia intelectual global y los orígenes de la globalización, así como también a una renovación de los estudios sobre el imperialismo y el antiimperialismo que comenzaron a poner la atención en los factores culturales, las redes y la interacción cultural bidireccional.

La mayor parte de los trabajos que pueden inscribirse en el marco de estas renovaciones historiográficas han tendido a concentrarse en el periodo que va desde 1880 y 1946. Dicho período coincide con la formación de una burocracia estatal, la modernización de la diplomacia y la institucionalización de los ministerios de relaciones exteriores y las embajadas, la expansión mundial del telégrafo y los cables de noticias, el surgimiento de la diplomacia cultural moderna y la construcción de redes modernas de cooperación intelectual regionales y continentales. Sin embargo, un cuerpo emergente de investigaciones reciente ha comenzado a poner su atención también en la Guerra Fría cultural en América Latina y en Argentina, la diplomacia en los años peronistas y la historia reciente de la diplomacia cultural y la circulación de saberes en Argentina, América Latina y el continente americano en general.

Los artículos que integran este dossier exploran desde diversas perspectivas y poniendo el acento en distintos universos geográficos, la diplomacia cultural, la construcción de imaginarios culturales en torno de otros países del continente, solidaridades e intercambios regionales y la circulación de saberes, lenguajes y símbolos como factores centrales de la diplomacia y las relaciones internacionales, resaltando así la importancia de los factores culturales (y al mismo tiempo la relevancia de la vida cultural para la diplomacia). Si algunos artículos se ocupan del lugar de los intercambios transnacionales dentro de América Latina por medio de símbolos, monumentos, viajes, cartas y redes culturales, otros examinan la amplia gama y variedad de imaginarios que intelectuales y diplomáticos (e intelectuales-diplomáticos) de la Argentina construyeron acerca de los Estados Unidos como una potencia emergente en el continente. Aunque resulta difícil hablar de una historiografía consolidada sobre las relaciones internacionales entre los países latinoamericanos y la amplia gama de imaginarios que en la región, y en particular en la Argentina, se construyeron de los Estados Unidos, la apuesta historiográfica hacia el futuro, como se desprende de los artículos aquí reunidos (ninguno de los cuales tiene más de seis años de antigüedad), parece ir en la dirección de cubrir estos vacíos a partir de la apuesta a la dimensión cultural de las relaciones internacionales y la diplomacia y a la circulación transnacional desde abajo y desde arriba de saberes, símbolos, imaginarios y artefactos culturales. En otras palabras, la historiografía de las relaciones internacionales apunta hacia la historia transnacional de la cultura y la historia intelectual global.

La selección reunida en este dossier comienza con artículos sobre el rol de las redes culturales, los viajes, la correspondencia, las revistas y la simbología y el lenguaje geopolítico transnacional de los monumentos patrios en la construcción de las relaciones internacionales latinoamericanas en los ámbitos de la diplomacia de alto rango de las elites y las oficinas y embajadas, así como también en el intercambio y las solidaridades que trascendían el universo de las elites y la diplomacia formal y estaban ligadas al ámbito de los intelectuales, escritores, la sociedad civil e incluso la cultura popular. Martín Bergel analiza las prácticas e intercambios culturales e intelectuales entre distintas figuras de la vida cultural e intelectual de la región que contribuyeron a consolidar ideas y prácticas en favor de la unión continental, forjando lo que él denomina “un latinoamericanismo desde abajo” articulado en torno de revistas de alcance continental, viajes, correspondencia y circulación ideas. El autor propone una nueva mirada del imaginario regional y del antiimperialismo latinoamericano, centrada en las prácticas culturales y las representaciones que permite vislumbrar hasta qué punto el ciclo latinoamericanista que tuvo lugar entre 1898 y 1936 cobró fuerza a partir de la apuesta de construir relaciones internacionales entre los pueblos y sus respectivos intelectuales, en contraposición a las elites políticas y los ministerios. Álvaro Fernández Bravo explora las redes culturales americanistas de la revista Sur en la década de 1940, atendiendo a un aspecto que ha recibido escasa atención entre historiadores y estudiosos de la literatura latinoamericana: la incorporación del mundo tropical y del Brasil dentro de la óptica americanista de la revista. Cuestionando el presupuesto establecido de que la cultura brasilera se mantuvo bastante distanciada del resto de América Latina, Fernández Bravo observa, en cambio, que la figura de doble agente de María Rosa Oliver entre la Oficina Coordinadora de Asuntos Interamericanos y los círculos del comunismo y la izquierda latinoamericana fue una condición de posibilidad para que la literatura brasilera y el mundo tropical ingresaran al universo cultural argentino y hispanoamericano en los años cuarenta, lo cual tuvo consecuencias perdurables para las relaciones culturales entre ambos países.

Pablo Ortemberg, por su parte, examina el rol geopolítico de los monumentos patrios en la celebración de los centenarios de próceres y acontecimientos como San Martín, O´Higgins y el Centenario de Ayacucho en Argentina, Chile y Perú, y ante todo sus efectos culturales en la configuración y redefinición de las relaciones internacionales entre estos tres países entre 1910 y 1924. El autor argumenta que los monumentos y los festejos de los centenarios de las independencias de estos países contribuyeron a forjar acercamientos y lazos de solidaridad entre estos países en un contexto en el que existían conflictos limítrofes entre Chile y Perú por Tacna y Arica, surgidos de los efectos duraderos de la Guerra del Pacífico, así como también alianzas regionales como el acuerdo del ABC entre Argentina, Brasil y Chile de 1914.

Se cierra el dossier con dos artículos sobre los imaginarios y visiones culturales de los Estados Unidos y su emergencia como potencia continental esbozados por diplomáticos, intelectuales e intelectuales-diplomáticos argentinos de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Ambos trabajos toman distancia de la historiografía tradicional sobre los libros de viajes, el latinoamericanismo y el antiimperialismo latinoamericano y proponen nuevas miradas sobre el lugar de los Estados Unidos en el imaginario diplomático y cultural argentino. Por una parte, Paula Bruno analiza una variedad de registros discursivos de viajeros y diplomáticos que transitan desde la crítica antiimperialista y visiones abiertamente antiestadounidenses hasta la idealización, la simpatía y la admiración por el Coloso del Norte, proponiendo así que los Estados Unidos fueron como “un caleidoscopio”. La autora se concentra en autores como Miguel Cané, Paul Groussac, Eduardo Wilde y Martín García Mérou, y sostiene que algunas de estas figuras, como Wilde y García Mérou, escapan al lugar común del distanciamiento y la desconfianza hacia Norteamérica, y que lograron construir, en cambio, una mirada desde adentro fundada en una experiencia y un contacto directo con la cultura estadounidense. En un registro similar, el trabajo de Juan Pablo Scarfi explora el surgimiento de algunas visiones antiestadounidenses en Argentina que propugnaron una crítica lealista y diplomática, y cuestiona el postulado según el cual el antiimperialismo latinoamericanos y argentino estuvo dominado por una crítica culturalista de los Estados Unidos. El autor se focaliza en la obra de juristas, diplomáticos e intelectuales públicos como Roque Sáenz Peña, Vicente Gregorio Quesada y Manuel Ugarte, y argumenta que el discurso del derecho internacional y la diplomacia cumplió un rol importante en la conformación del antiimperialismo y del imaginario antiestadounidense en Argentina.

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