Nuevas aproximaciones historiográficas sobre el vínculo entre el Partido Comunista y el movimiento obrero en la Argentina de entreguerras
Palabras clave: Partido Comunista, Movimiento obrero, Argentina de entreguerras.
¿Por qué puede resultar útil estudiar el pasado de un partido que no alcanzó a constituirse como un actor central de la política del país? En verdad, la trascendencia del Partido Comunista (PC) puede parecer escasa si se atiende a sus magros resultados electorales y su casi nula participación en los niveles decisorios de la vida pública del país. Sin embargo, lo que otorga relevancia a la historia del PC en el conjunto de la historia nacional son otras cuestiones. Una, su extenso y continuo recorrido como fenómeno unitario por casi nueve décadas, lo que contribuye a la construcción de una mirada global de la historia argentina del siglo XX. Otra, la consideración de que su espacio no fue escaso en diversas coyunturas de la vida social y cultural del país: fue impulsor de la organización obrera industrial y codirección del sindicalismo hasta 1943; gravitó con fuerza en la conducción de algunas de las principales organizaciones estudiantiles durante varios períodos; tuvo una presencia activa en el mundo intelectual y cultural entre los años treinta y sesenta; y ejerció una influencia no desdeñable en experiencias barriales, cooperativas, femeninas, antiimperialistas y de derechos humanos. Para abordar la historia del movimiento social y varios de los fenómenos políticos en el país, el examen del PC aparece, pues, como una tarea útil.
En relación al vínculo de este partido y el movimiento obrero de la Argentina, debe recordarse que, en el seno de este actor, existieron, desde fines del siglo XIX y hasta la aparición del laborismo-peronismo (1943-1946), cuatro grandes tradiciones, culturas o identidades políticas: el socialismo, el anarquismo, el sindicalismo revolucionario y, finalmente, el comunismo. La importancia de este último fue creciente entre las décadas de 1920 y 1940. A lo largo de ese ciclo, el PC se fue convirtiendo en la organización política de izquierda mejor implantada en el proletariado industrial del país, dirigiendo la mayor parte de los sindicatos únicos por rama de dicho sector y alcanzando una creciente preponderancia en la central obrera nacional, la CGT.
Fue a partir de mediados de los años veinte cuando la inserción obrera de los comunistas conoció un salto cuantitativo y cualitativo. En buena medida, ello se debió a la orientación de la “proletarización” y la “bolchevización” adoptada por el partido (que significó la transformación de su estructura en clave jerárquica, centralizada, monolítica y mayormente burocratizada, en sintonía con los postulados de una Comintern cada vez más dominada por el estalinismo). Lo cierto es que, a diferencia de la década anterior, desde ese entonces y hasta 1943, se trató de una organización política integrada mayoritariamente por obreros industriales, que buscó afanosamente poseer y conservar ese carácter.
Los dos instrumentos innovadores que el PC creó o impulsó para promover la movilización y organización proletaria en el ámbito industrial fueron las células obreras partidarias por taller o fábrica y los sindicatos únicos por rama. Las células, durante los años veinte y treinta, fueron claves para el proceso de inserción de base y molecular del partido, sirviendo como embrión para la conformación de organismos sindicales o como ariete para la conquista de ellos, aunque no tuvieron la misma utilidad para extender la presencia comunista en las centrales obreras de la época (USA, COA, CGT). Los sindicatos únicos por rama, a medida que avanzaba la década de 1930, pudieron irradiar la influencia partidaria desde un sitio más elevado y transformarse en una plataforma para intentar alcanzar el dominio de la CGT, es decir, la dirección global del movimiento obrero.
Durante el ciclo 1935-1943, bajo las presidencias de Justo, Ortiz y Castillo, las organizaciones dirigidas o influenciadas por los militantes del PC mantuvieron el curso combativo iniciado varios años antes, lo que se tradujo en la realización de múltiples huelgas violentas y masivas. El costo de esas acciones no fue menor: el PC siguió sufriendo una sistemática persecución estatal por parte de la Sección Especial de Represión del Comunismo. Cientos de sus adeptos fueron encarcelados, entre ellos, buena parte de los miembros del Comité Central, muchas veces, en lejanas prisiones del país. El partido fue declarado ilegal y hubo un proyecto en el Senado de la Nación para convertir esa persecución en ley. Asimismo, merced a la aplicación de la Ley de Residencia (Nº 4.144), varios de sus activistas extranjeros fueron deportados a sus países de origen, en los cuales había regímenes autoritarios. No pocos comunistas, sobre todo los que aparecían al frente de los conflictos, sufrieron sistemáticas torturas.
Desde los inicios mismos del golpe del 4 de junio de 1943, y especialmente desde que Perón impulsó la Secretaría de Trabajo y Previsión, se venía alertando a diversos voceros o expresiones del poder económico, social y político del peligro que representaba la gravitante presencia comunista en los ámbitos laborales y de la necesidad de erradicarlo. Sin embargo, esta propaganda anticomunista tuvo un rédito escaso: es probable que el empresariado encontrara una preocupación mayor en las concesiones laborales que el propio Perón estaba otorgando. Incapaz de convencer a las clases dominantes de la utilidad de enfrentar esta amenaza como un asunto de primer orden, Perón se lanzó a una política propia, de enfrentamiento al comunismo en el campo obrero. A partir del conjunto de concesiones económico-sociales conseguidas a favor de los trabajadores (proceso permitido por la favorable coyuntura económica de la época), comenzó una estrategia de aplastamiento de los sectores sindicales ligados al PC. Perón fue ganando ascendencia entre las filas obreras y enhebrando relaciones con diversas conducciones sindicales, con el fin de articular una nueva estructura gremial afín a sus posiciones. Varios dirigentes laborales, de las más diversas procedencias ideológicas fueron tentados por la convocatoria del coronel. Entre los dirigentes, cuadros medios y militantes comunistas, en cambio, dicho ofrecimiento encontró un apoyo escaso. Allí donde el PC controlaba la organización gremial, Perón no dudó en apoyar o alentar la fundación de “sindicatos paralelos”, con el objetivo de incrementar su base de apoyo en el movimiento obrero y provocar un vacío o una competencia a la presencia comunista.
En tanto, el PC fue uno de los partidos que combatió más duramente al peronismo en el momento mismo de su surgimiento. Perón, su grupo y su estrategia fueron señalados como el enemigo principal, en una lectura de la realidad que resultó muy pobre, esquemática e incapaz de advertir la densa y compleja trama de realidades, relaciones y expectativas que comenzaban a tejerse en torno al vínculo entre ese militar y los trabajadores. El PC denunció al coronel como el continuador más pérfido del régimen militar implantada en 1943 y, más grave aún, de las dictaduras totalitarias representativas del Eje que estaban siendo derrotadas con el fin de la conflagración mundial. La multiplicación de los sindicatos paralelos, la orientación de otros ya constituidos hacia un acuerdo con el coronel, la irrupción popular inesperada del 17 de octubre, la creación del Partido Laborista por parte de la vieja guardia sindical dispuesta a realizar un acuerdo con Perón y el triunfo de la candidatura presidencial de este último en febrero de 1946, son algunos de los hitos de un proceso que nos señala el éxito de la estrategia peronista por ganar la adhesión de los trabajadores y la derrota del PC por impedir este intento.
El balance historiográfico sobre el vínculo entre comunismo y movimiento obrero en el preperonismo evidencia la escasez de interpretaciones globales, sustentadas en una corroboración empírica sólida. Hasta hace muy poco, lo que existía era una bibliografía que sólo había efectuado aportes insatisfactorios, parciales o indirectos al tema.
La “historia oficial” partidaria, definida por una tónica propagandística y un estilo pedagógico en su exposición, desalentó todo carácter reflexivo en el tratamiento del tema. Distinguimos en este espacio: las historias “institucionales”, centradas en la descripción de las políticas del PC, y en las vicisitudes de su aparato (como Esbozo de Historia del Partido Comunista de la Argentina. Bs. As., Anteo, 1947); la voluminosa Historia del movimiento sindical (Bs. As., Fundamentos, 1973), de Rubens Iscaro, primera obra en abordar en forma sistemática la presencia del PC en el ámbito gremial; y múltiples biografías y autobiografías de militantes obreros. Proveyeron de cierta información básica, pero con un criterio de selección de las fuentes que buscó la justificación de las políticas sostenidas por la dirección partidaria. En todos estos textos se brindaron elementos para demostrar una certeza: que hasta 1945 el PC había alcanzado una influencia de masas en la clase trabajadora argentina. La tosquedad de la mayor parte de esta literatura y las vicisitudes del partido posteriores a la irrupción del peronismo fueron desacreditando aquella convicción.
A ello también contribuyó la difusión que adquirieron, desde los años cincuenta y sesenta, las “contra-historias oficiales” de cuño nacional-populista de izquierda, también escritas como instrumentos de un combate político. Rodolfo Puiggrós, Historia crítica de los partidos políticos argentinos (1956) y Jorge Abelardo Ramos, El partido comunista en la política argentina (1962), fueron las obras paradigmáticas. Estos ensayos argumentaron que la presencia comunista en el proletariado fue insignificante o políticamente improductiva, debido a la impronta “antinacional” de ese partido. A este “vicio de origen” se habrían agregado los errores en la aplicación de sus orientaciones estratégicas: desde 1935, la política del frente popular, cuando el PC habría impuesto al movimiento obrero una táctica de tregua laboral, en función del acuerdo con la “burguesía progresista”. A partir de aquí los trabajadores habrían repudiado al comunismo, quedando en un “vacío de representación”, luego legítimamente llenado por el peronismo.
Este diagnóstico que descalificaba o prácticamente borraba la presencia comunista en el mundo del trabajo, en expansión al compás del proceso de industrialización por sustitución de importaciones, terminaría empalmando, involuntariamente, con algunos planteos que, hacia la misma época, presentaba la incipiente reflexión sociológica promovida por Gino Germani, carente de toda empatía con el fenómeno populista (Política y sociedad en una época de transición. De la sociedad tradicional a la sociedad de masas, Bs. As., Paidós, 1974). Allí se presentaba a la Argentina industrial emergente en los años veinte y treinta desde el prisma de un corte abrupto entre una “vieja” y una “nueva” clase obrera, en donde la primera, en su mayoría descendiente de inmigración europea, aparecía naturalmente inclinada a ideologías de clase, portaba un carácter autónomo y poseía una extensa experiencia industrial, urbana, política y sindical, mientras la segunda, reclutada en la migración interna desde las provincias rurales, se mostraba heterónoma y privada de aquella experiencia de clase. Por estas razones, el investigador italiano encontraba que estos nuevos contingentes laborales habrían sido totalmente esquivos a los partidos de clase, como el PC y el PS, y se habrían convertido en masa en disponibilidad para el ejercicio de proyectos autoritarios y demagógicos como el encarnado por Perón desde 1943. De este modo, también se arribaba a la misma conclusión, a saber, que partidos como el PC se habrían mostrado impotentes para organizar a los componentes crecientemente mayoritarios en el mundo del trabajo. En suma, tanto en la visión nacional-populista como en la sociología de la modernización, sea porque el liderazgo de Perón surgía sobre un vacío de representación o porque desplegaba sus artes demagógicas sobre una masa en disponibilidad, el avance comunista en los nuevos y viejos integrantes del movimiento obrero desde los años treinta era expulsado de la historia.
A partir de la década del setenta, desde la discusión de sociología histórica referida al período de entreguerras, Miguel Murmis-Juan Carlos Portantiero (Estudios sobre los orígenes del peronismo, Bs. As., Siglo XXI, 1971), Juan Carlos Torre (La vieja guardia sindical y Perón. Sobre los orígenes del peronismo, Bs. As., Sudamericana, 1990) y Hugo del Campo (Sindicalismo y peronismo. Los comienzos de un vínculo perdurable, Bs. As., CLACSO, 1983), fueron contestando aquellas visiones convergentes. Redescubrieron la presencia comunista en el movimiento obrero preperonista, aunque sin tener el objetivo de abordar específicamente esta experiencia. Un antecedente había sido Clase obrera y peronismo (Bs. As., Pasado y Presente, 1969), de Celia Durruty, dedicada al desarrollo de la poderosa FONC, en donde ya sugería la contribución comunista al desarrollo de un sindicalismo moderno desde la década de 1930. Analizados de conjunto, estos autores concluyeron que, desde una década y media antes de la emergencia peronista, sectores del nuevo proletariado fabril ya habían sido interpelados por una militancia de clase, adhiriendo a propuestas de organizaciones como el PC, tradicionalmente asociadas a la “vieja clase obrera”.
También José Aricó elaboró un ensayo proyectivo (“Los comunistas en los años treinta”, Controversia, nº 2-3, México, 1979), diseñando algunas hipótesis que permitiesen entender tanto la creciente inserción del PC en el movimiento obrero desde los años treinta como la posterior erosión de ésta. Para el autor, el partido ganó una fuerte influencia sindical, pero no pudo traducirla a un nivel político-ideológico, alcanzando una auténtica posición hegemónica entre los trabajadores (aunque hasta 1943 era la corriente en mejores condiciones de lograrlo). Según Aricó, la orientación comunista del frente popular distanció al PC de las reivindicaciones obreras mínimas y la autonomía sindical en aras de un deseable acuerdo con sectores de la burguesía potencialmente integrantes del bloque aliado antifascista. Esta interpretación, si bien se distanció en varios aspectos de la construida por la visión nacional-populista, terminó abrevando en sus mismas aguas, al adjudicar el eclipse comunista a causas esencialmente endógenas, vinculadas a las estrategias políticas adoptadas por el partido.
En el último cuarto de siglo se agregaron otros estudios que abordaron globalmente al movimiento obrero preperonista. En ellos se hizo frecuente el señalamiento de la inserción del PC. Joel Horowitz (Los sindicatos, el Estado y el surgimiento de Perón, 1930-1946, Bs. As., Eduntref, 2004), observó que “los comunistas se convirtieron en una fuerza importante dentro del movimiento obrero”, pudiéndose implantar en las industrias que pagaban sueldos bajos, “por la audacia de sus tácticas y la disposición del partido a organizar a los obreros”. Roberto Korzeniewicz (“Las vísperas del peronismo. Los conflictos laborales entre 1930 y 1943”, Desarrollo Económico, n° 131, 1993), analizó cómo la reactivación de la conflictividad industrial desde mediados de los años treinta brindó una oportunidad al PC para constituir sindicatos únicos por rama. También Hiroschi Matsushita (Movimiento obrero argentino, 1930-1945, Bs. As., Hyspamérica, 1986), David Tamarin (The Argentine Labor Movement, 1930-1945, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1985) y Julio Godio (El movimiento obrero argentino (1930-1943). Socialismo, comunismo y nacionalismo obrero, Bs. As., Legasa, 1989), señalaron la creciente influencia comunista en el movimiento obrero de entreguerras. Las falencias de estos estudios es que tienden más bien a concentrarse en la descripción de las tácticas políticas generales que el PC desplegó en las instancias directivas del sindicalismo y a sus disputas con las otras corrientes. No hacen un examen específico de los gremios orientados por el partido. Más recientemente, hubo avances al respecto en las obras de Nicolás Iñigo Carrera (La estrategia de la clase obrera, 1936, Bs. As., La Rosa Blindada-PIMSA, 2000) y Mirta Z. Lobato (La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera, Berisso, 1904-1970, Bs. As., Prometeo Libros, 2001). Desde disímiles enfoques teóricos, ellas incursionaron sobre procesos históricos en los que los comunistas jugaron un papel decisivo: las huelgas de la construcción y general de 1935-1936, y los conflictos de los trabajadores de la carne de Berisso entre las décadas de 1920 y 1940.
Si el estudio de la relación entre el Partido Comunista y el movimiento obrero en el período de entreguerras exhibía las falencias y las carencias que hemos enunciado, entendemos que este dossier es un aporte para subsanar algunas de ellas. Se trata de un conjunto de trabajos que abordan cuestiones específicas, en base al examen de una serie de fuentes primarias que hasta el momento permanecían inexploradas o con muy escaso tratamiento. El rasgo común que muestran estos textos es el de aparecer poco condicionados por los límites historiográficos antes señalados. El de Diego Ceruso analiza el papel de los comunistas en la organización sindical de base en tres gremios de gran expansión en los años 1936-1943, los de la construcción, metalúrgicos y textiles, evidenciando la contribución que los militantes de ese partido realizaron al primer desarrollo de las comisiones internas o cuerpos de delgados, es decir, a unos de los elementos constitutivos de un nuevo tipo de sindicalismo industrial moderno y de masas. El de Marcos Schiavi examina la participación de los comunistas en dos de estos gremios, el textil y el metalúrgico, pero en una coyuntura distinta, signada por la emergencia del peronismo, realizando una reconstrucción de los dilemas que afrontó el PC frente a la constitución de los llamados “sindicatos paralelos”. El de Claudia Santa Cruz indaga en un sector muy poco explorado por la historiografía obrera, el de los trabajadores del transporte de autos colectivos en la ciudad de Buenos Aires, estudiando las caracterizaciones, acciones y políticas que desplegó el PC en dicho ámbito, tras la huelga de 1942. El de Andrés Gurbanov y Sebastián Rodríguez se dedica al modo en que los comunistas intervinieron en la gran conflicto metalúrgico de 1942 (en tanto elemento dirigente del SOIM), y trata de presentar los elementos de crisis de esa conducción y de ruptura con una parte de las bases de dicho gremio, como una manera de explicar algunas de las dificultades que el partido tenía en su relación con la clase obrera ya antes de la aparición del peronismo. Por último, mi propio texto, que abre el dossier, es un esfuerzo por brindar algunas explicaciones generales en torno al vínculo entre comunismo y movimiento obrero en todo el período, y puede servir como contexto de todas las contribuciones señaladas.
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