El interescuelas: debates y propuestas
1 ¿Qué papel le parece que tienen y/o deberían tener las Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia?
“¿Vas al Interescuelas?” Hace ya algún tiempo que en los pasillos y las aulas de la Facultad donde trabajo –Humanidades, de la Universidad Nacional de Mar del Plata- escucho a los alumnos de la carrera de Historia conversar sobre el tema. Y no es porque este año las XII Jornadas Interescuelas / Departamentos de Historia (tal el nombre oficial) se realicen en la bella ciudad de Bariloche, gracias a la gestión de la Universidad del Comahue. Han sido numerosas las veces en que “nuestros” estudiantes se organizaron con tiempo para compartir la experiencia de este verdadero viaje de estudios del que después vuelven llenos de anécdotas contando a qué mesas fueron, qué escucharon, a qué autores conocieron, cómo se acercaron a los autores que leyeron, con qué compañeros de otras facultades establecieron contactos. Y cabe preguntarse el porqué del interés en asistir a esas jornadas entre las muchas que han proliferado en los últimos años.
Interescuelas es el principal punto de encuentro de los investigadores de Historia en Argentina, el que más convoca. Es un espacio de sociabilidad de sociabilidad académica que cumple el papel de “gran feria” del conocimiento histórico e historiográfico en nuestro país. Tiene tradición, ya que se reúne cada dos años desde hace veinticuatro. Además, es considerado –preferente, pero no exclusivamente- un lugar de las universidades públicas desde que un grupo de docentes/investigadores de nuestras casas de altos estudios tuvieron la generosidad de construir este espacio de discusión y de exposición en plena primavera democrática (un legado que, considero, es imprescindible defender).
Nacido de nuestras universidades, comparte varias características con la educación superior más allá de las personas que nutren el encuentro como organizadores, coordinadores de mesa, comentaristas, ponentes y asistentes proceden de ella. Sólo mencionaré tres. La primera es la masividad que alcanzaron con el tiempo. El número de mesas y de ponentes se multiplicó enormemente con respecto a las convocatorias iniciales, en virtud de la proliferación de investigadores más o menos noveles que permanecen o se han incorporado a la profesión en las últimas décadas, alentados por sistemas de becas y subsidios a la investigación. Graduados recientes y estudiantes que atisban en la profesión se suman a los anteriores.
La diversidad temática de las propuestas pone en evidencia una segunda característica: la apertura del campo historiográfico en la actualidad, la libertad de elección de problemas y de abordajes de esos problemas. Es notable el modo en que con el tiempo se han incorporado mesas temáticas sobre cuestiones que paulatinamente desembarcaron en la disciplina para quedarse, tales como género, cine e historia, historia reciente, memoria, movimientos sociales, entre otras.
Tercera: permiten el encuentro de investigadores o aspirantes a investigadores que ocupan distintas posiciones en la escala de formación, o que sostienen distintas posturas teórico-metodológicas. Es posible que los “maestros” y los historiadores formados compartan mesas con becarios y estudiantes. Y que alguien que sostiene la autonomía de la política se trabe en una discusión con quien se autorrepresenta como marxista. Eso da lugar a un rico intercambio, siempre positivo, que remoza los intereses y las preguntas de todos.
En suma, el Interescuelas constituye un buen punto de encuentro para conocernos, reconocernos e interreconocernos –o, dicho con total sencillez, ver quiénes somos los que estamos y en qué estamos los que somos.
2 ¿Le parece problemática la dimensión (en mesas, ponencias, asistentes) que ha alcanzado “el interescuelas”? Si es así ¿Qué cambios le parece que podrían implementarse para resolver esas
dificultades?
Sí, claro. En la actualidad, el nivel de profesionalización académica exige de quien esté incorporado al circuito de la docencia e investigación -y de quienes aspiran a estarlo- un standard de producción que obliga a presentar papers, publicar artículos, libros, etc. Y esto es conocido aun por los estudiantes que pretenden postular a becas. Se hace necesario contar con un número significativo de presentaciones, independientemente de la calidad de las mismas. Entonces, ¿cómo no asistir a Jornadas, más aún a éstas que son prestigiosas? La masividad de Interescuelas resulta inevitable y no creo que pueda manejarse con facilidad, como ocurre en cualquier congreso internacional de los que siempre esperamos que hubieran estado mejor organizados.
Más me preocupa conservar un cierto nivel de calidad en los papers que se discuten, aunque pueda sonar políticamente incorrecto. Una ponencia puede ser evaluada como mejor o peor, pero si ha sido elaborada con rigurosidad metodológica siempre se obtendrá un buen resultado de la exposición, el comentario o la discusión crítica. Sin embargo, en ocasiones se presentan proyectos de investigación, estados de la cuestión, planteos muy incipientes –o harto conocidos- que bien podrían haber sido discutidos con gran provecho en el espacio de pertenencia institucional del autor, y que alientan la sospecha de que el ponente sólo intenta incorporar una línea más a su curriculum. Creo entonces conveniente definir criterios de selección en las reuniones realizadas entre los directores de Departamentos y Escuelas de Historia para organizar las Jornadas, tratando de asegurar que los trabajos a exponer sigan siendo muchos y, además, serios.