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Dossier. La historia del anarquismo en Argentina reconsiderada: nuevos enfoques, perspectivas y geografías comparables (Chile y Uruguay)

La historia del anarquismo en Argentina reconsiderada: nuevos enfoques, perspectivas y geografías comparables (Chile y Uruguay)

Martín Albornoz (IDAES/UNSAM-CONICET)

A principios de la década de 1990, Dora Barrancos, trazando los contornos del estado en que se encontraban los estudios sobre el anarquismo, afirmó que en Argentina hasta ese momento resultaba: “difícil determinar la diferencia entre el oficio del historiador y el del militante; así como es una tarea de cierta magnitud rastrear la lectura en clave histórica del anarquismo más allá de la vida sindical” {{1}}. Un breve pantallazo de la producción histórica que podía consultarse hasta ese momento confirma su evaluación.
[[1]] Dora Barrancos, “Anarquismo e historiografía. Un balance”, en: Christian Ferrer, El lenguaje libertario 2. Filosofía de la protesta humana, Montevideo, Nordam, 1991, página 229. [[1]]
En la década del treinta del siglo pasado, en una coyuntura que podría calificarse como mínimo de desalentadora para el movimiento del cual formaba parte, Diego Abad de Santillán –agitador, publicista, traductor, emprendedor cultural e historiador anarquista de proyección internacional– reconstruyó, en clave militante, los primeros años de vida del anarquismo en el país, estableciendo una periodización y ciertos tópicos que con el tiempo habrían de volverse canónicos. Retomando la pionera aproximación del también ácrata Eduardo Gilimón, Santillán consideró que 1910 fue un punto de quiebre en la expansión libertaria en el país, a la vez que recuperaba trayectorias militantes, grupos de actuación, emprendimientos editoriales e hitos, interpretando al movimiento anarquista como íntimamente ligado a los orígenes del gremialismo argentino. En sus propias palabras: “la característica principal del anarquismo en la Argentina es su carácter popular; de ahí que su historia no pueda separarse en cierto modo de la de las organizaciones obreras” {{2}}.
[[2]] Diego Abad de Santillán, El movimiento anarquista en la Argentina (Desde sus comienzos hasta 1910) , Buenos Aires, Argonauta, 1930 [[2]]
De alguna manera, fue bajo ese marco interpretativo que se montaron las primeras aproximaciones académicas, las cuales compartieron el hecho de haber sido concebidas como tesis doctorales realizadas por investigadores extranjeros que, además, contaron con el acervo documental del International Institute of Social History de Ámsterdam. Con herramientas conceptuales más claras y con un trabajo de fuentes inédito hasta ese momento, la obra más significativa fue la del historiador israelí Iaacov Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, que, probablemente por haber sido publicada en 1978 por la editorial Siglo XXI de México, fue durante muchísimos años la obra de referencia sobre el tema. Aun así, a tal punto Oved interpretó al anarquismo como un movimiento inherentemente obrero que su investigación, que se iniciaba en los últimos años de 1890, culminaba en 1905, momento en que la Federación Obrera Regional Argentina aprobó en la declaración de principios de su V Congreso la adscripción al “comunismo anárquico”. Otro aspecto que resaltó la vocación por priorizar los aspectos gremiales del anarquismo fue la decisión editorial de no incluir, en la conversión de la tesis al libro, un extenso capítulo sobre las prácticas culturales libertarias. Esta oclusión fue afortunadamente reparada en la reciente reedición de su trabajo. Por su parte el trabajo del español Gonzalo Zaragoza, Anarquismo argentino (1876-1902) , realizado también en la década del setenta y sumamente minucioso, principalmente en la recuperación de la deriva del anarquismo de las últimas décadas del siglo XIX, tampoco discutió la “natural” imbricación entre el movimiento obrero y la recepción del anarquismo en Argentina{{3}}.
[[3]] Iaacov Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, México, Siglo XXI, 1978; Gonzalo Zaragoza, Anarquismo argentino (1876-1902) , Madrid, Ediciones de la Torre, 1996. El capítulo de Oved sobre las prácticas culturales del anarquismo Iaacov Oveed, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, México, Siglo XXI, 1978. A grandes rasgos, en la misma línea, podrían ubicarse los trabajos de los investigadores argentinos, también realizados en el exterior: Ricardo Falcón, El mundo del trabajo urbano (1890-1914) , Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1986; “Izquierdas, régimen político, cuestión étnica y cuestión social en Argentina (1890-1902), en Anuario Rosario, número 12, 1986/7. Edgardo Bilsky, La F.O.R.A y el movimiento obrero (1900 -1910), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985; La semana trágica, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984. [[3]]
A manera de digresión, podría decirse que desde finales de la década del sesenta hasta el golpe de estado de marzo de 1976, se abrió, entre el momento militante y el momento “obrerista”, una tercera forma de reflexionar sobre el pasado ácrata, cuyo peso en el abordaje de la cuestión resultó determinante. En una atmósfera política y culturalmente entusiasta, marcada por la emergencia de la “nueva izquierda” y de un horizonte de expectativas revolucionarias considerado inmediato, el interrogante que guió esta recuperación histórica del anarquismo podría sintetizarse de la siguiente manera: ¿qué lugar le cabe a la tradición anarquista en las luchas del presente? Quién mejor resumió esta operación de reinstalación fue David Viñas al invocar al anarquismo de principios de siglo XX en calidad de “un rescate del pasado utilizable”. En esa invención de una propia tradición, el anarquismo, internacionalista y áspero en su valoración del pasado argentino, emergía como un extraño y contraintuitivo nexo entre las luchas de los sectores populares de la segunda del siglo XIX, personificadas en caudillos como López Jordan o el Cacho Peñaloza, y las luchas de su presente {{4}}. El afán denuncialista de su acercamiento al anarquismo –que buscaba explícitamente en un doble movimiento polémico discutir con la tradición histórica liberal y la populista– también es rastreable en las investigaciones de Osvaldo Bayer, con las que compartía además un intento por revivificar los momentos más exasperados del anarquismo, asociados con los gestos “justicieros” de Simón Radowitzky y Kurt Wilkens –quienes en sendos exitosos atentados acabaron con la vida del Coronel Ramón Falcón, y su secretario Juan Lartigau, en 1909 y la del Teniente Coronel Héctor Benigno Varela en 1923– o con el raid del anarquismo “apache” de los llamados “anarquistas expropiadores” y la deriva trágica de Severino di Giovanni. Sin embargo, el trabajo de David Viñas, además de su innegable valor histórico, potenciaba un aspecto que sería de enorme valor para investigaciones futuras. Pese a su recurrente gesto de hundimiento o salvación, Viñas instalaba la posibilidad de pensar al anarquismo en el marco de una reconsideración de la historia de la literatura argentina, movimiento que a su manera, pensando siempre en sus implicancias políticas, y con saldo francamente negativo, había inaugurado años antes Juan Carlos Portantiero en Realismo y realidad en la narrativa argentina en la década del sesenta {{5}}.
[[4]] David Viñas, Rebeliones populares argentinas. De los Montoneros a los anarquistas, Buenos Aires, Carlos Pérez editor, 1971. [[4]]
[[5]] Juan Carlos Portantiero (1961), Realismo y realidad en la narrativa argentina, Buenos Aires, Eudeba, 2011. La mirada tensa con la que Viñas evaluó el quehacer literario en sus primeros abordajes, fue en parte relativizada y reconfigurada en las sucesivas reescrituras de su clásico libro Literatura argentina y realidad política. Al respecto, ver: David Viñas, “Anarquía: bohemia, periodismo y oratoria”, en: Literatura argentina y política, Buenos Aires, Sudamericana, 1995, páginas 200-224. [[5]]
El recorrido someramente realizado hasta aquí establece el umbral frente al cual se posicionaba la indagación de Dora Barrancos mencionada al inicio. Fue la propia Barrancos quien dio los primeros pasos para trascenderlo al estudiar la conformación de la cultura anarquista en las primeras décadas del siglo XX. En su libro, Anarquismo, educación y costumbres en la Argentina de principios de siglo, exploró las contribuciones del anarquismo en materia pedagógica, feminista y cultural rastreando además los cambios de la libertaria anarquista en esos temas. Entre los múltiples motivos que resultan relevantes de su investigación, me gustaría destacar aquel que permite pensar al anarquismo en continuidad con los temas y problemas de la cultura de su tiempo. Aunque con enormes grados de “alternatividad”, el anarquismo podía ser contemplado también a partir de “una alimentación conceptual proveniente de otros grupos” {{6}}. De esta forma, Barrancos introduce una discusión que será central en los estudios sobre la conformación o no de una cultura anarquista peculiar, en el mismo instante en que otros investigadores afirmaban, sin más, que debía catalogarse de contraculturales a las diversas iniciativas libertarias.
[[6]] Dora Barrancos, Anarquismo, educación y costumbres en la Argentina de principios de siglo, Buenos Aires, Contrapunto, 1990, página 15. [[6]]
Labrada a lo largo de las dos primeras décadas de la posdictadura, el trabajo más relevante sobre el anarquismo en Argentina, fundamentalmente en Buenos Aires, es el de Juan Suriano. Interpretando sensiblemente las renovaciones en el campo de la historia social y cultural, en Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890-1910, Suriano operó una serie de descentramientos en la forma en la que el anarquismo estaba siendo considerado hasta el momento. En forma nada abrupta, su planteo toma prudente distancia de las miradas concentradas en el mundo gremial, por considerar que ocluían gran parte de la vitalidad política y cultural del anarquismo. A su vez, por la pluralidad de su aproximación, no necesitó plantar bandera interpretativa sobre la cuestión de la “contraculturalidad”, o no, del anarquismo para iluminar todo un sistema de mediaciones, apropiaciones, préstamos y también enfrentamientos e impugnaciones, entre lo que podría llamarse la cultura anarquista y la cultura del “orden conservador”. En un recorte temporal que va de 1890 a 1910, Anarquistas. Cultura y política en Buenos Aires, reconstruye gran parte de las prácticas políticas, culturales y rituales del anarquismo porteño a partir de la recomposición de su textura ideológica y sus particulares modos de interpelación sus formas de sociabilidad, sus modos de movilización, la vocación militante y las estrategias de propaganda, la preocupación libertaria por la cultura impresa y la simbología ácrata, entre otras cosas. A partir de sus aportes, la contundencia y la homogeneidad ideológica que transmitían muchos estudios mencionados, se relativiza señalando un sinfín de tensiones y problemáticas que fueron constitutivas del arraigo y las limitaciones del anarquismo en la Argentina de principios de siglo XX. Por último, si bien es cierto que Suriano recuperaba la autopercepción libertaria según la cual el centenario de la revolución de mayo marcaba el principio del declive del movimiento, lo cierto es que su investigación no sólo ocluía la posibilidad de pensar más allá de esa fecha sino que la habilitaba. De hecho, él mismo, en un trabajo posterior, se adentró en las tensiones y características de la historia libertaria más allá de 1910{{7}}.
[[7]] Juan Suriano, Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890-1910, Manantial, Buenos Aires, 2001; Auge y caída del anarquismo. Argentina 1880-1930, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2009. [[7]]
Con la instalación del anarquismo como tema de dignidad académica, en gran parte favorecida por Dora Barrancos y Juan Suriano, en los últimos años han surgido una cantidad nada despreciable de investigaciones, que sobre un suelo mucho más firme, continuaron problematizando y complejizando zonas desatendidas de la experiencia anarquista en el país. Estudios provenientes de la historia social, cultural e intelectual y de la crítica literaria y del análisis del discurso, instalaron nuevas periodizaciones, geografías, recortes temporales y puntos de vista que contribuyeron a crear una suerte de campo, con sus propios debates y espacios de intercambio. Parte de los trabajos que considero más significativos de esta nueva etapa son los que se incluyen en este dossier.
El texto que abre la selección es el de Pablo Ansolabehere “El hombre sin patria: historias del criminal anarquista”. Con herramientas forjadas en la crítica literaria y la historia intelectual, Ansolabehere se propone desentrañar como un “conjunto un heterogéneo, y al mismo tiempo abigarrado de narraciones” operó como catalizador de la atracción y la repulsa que despertó el anarquismo en Argentina, en estrecha vinculación con los discursos y saberes que a nivel internacional se desplegaron frente a la amenaza anarquista. Si los escritos de Francisco Sicardi, Carlos Octavio Bunge, Miguel Cané y Francisco de Veyga, estudiados por Ansolabehere, penetran en el orden de las representaciones que buscaron criminalizar, a partir de la figura del anarquista delincuente, al movimiento anarquista, mi escrito sobre la estadía en Argentina del célebre abogado criminólogo anarquista Pietro Gori, intenta detectar ciertas zonas de confluencia entre el anarquismo y la cultura de su tiempo. Ambos trabajos comparten una estrecha voluntad de pensar qué impacto tuvo el anarquismo en la sensibilidad e imaginación de su tiempo tratando de ir más allá de la propia dinámica del movimiento.
Por su parte el trabajo de Laura Fernández Cordero se propone aportar un modelo de lectura e interpretación productiva sobre la heterogénea trama discursiva que compuso la prensa anarquista en un arco temporal, que sin ser de larga duración, es muchísimo más extenso que el habitual, yendo desde finales del siglo XIX hasta la década de 1920. Además de hacer foco en uno de los artefactos culturales nodales de la construcción de la identidad libertaria, como lo fue su prensa, a partir de las herramientas que le brinda la obra de Mijail Bajtin, el trabajo de Cordero señala la participación de las mujeres, a partir de sus propias publicaciones, en la reelaboración de la doctrina anarquista remarcando la condición generizada del sujeto emancipatorio privilegiado por los libertarios en su interpelación.
El escrito de Luciana Anapios se sumerge en el alto impacto que tuvo en la década del veinte el “breve pero intenso ciclo” de la violencia anarquista. Componiendo un mosaico de voces y representaciones, Anapios contribuye a desnaturalizar el vínculo entre anarquismo y violencia, partiendo, no sólo de lo que se dijo sobre los atentados, en su mayoría perpetrados por el grupo de Severino di Giovanni, sino de los por momentos agrios debates internos en torno a la utilización de la “propaganda por el hecho” entre los propios anarquistas. Por lo demás, puesto en perspectiva, el planteo de Anapios dialoga de manera muy productiva con Ansolabehere y conmigo, permitiendo historizar a partir de cuáles elementos, con qué registros y peculiaridades, se configuró el imaginario social en torno al anarquismo.
El escrito de Agustina Prieto, hace luz sobre los inicios del movimiento anarquista en la ciudad de Rosario. Considerada “la Barcelona argentina”, por el enorme peso adquirido por la militancia anarquista, Rosario es una referencia ineludible para pensar la irradiación del anarquismo más allá de Buenos Aires. A este aspecto, que subsana en parte el “porteñocentrismo” que caracterizó a los estudios sobre la historia del anarquismo, se suma la reconstrucción de trayectorias vitales, espacios de sociabilidad y formas de movilización, a la vez que señala las limitaciones y problemas que la expansión ácrata en uno de sus principales bastiones.
Una de las grandes carencias que dificulta una mayor comprensión del anarquismo ha sido la suerte de reclusión dentro de las fronteras de cada país de las investigaciones y la falta de diálogo entre tradiciones historiográficas. Esta carencia, tanto más sensible si se considera que las historias del anarquismo en Argentina, Uruguay y Chile estuvieron íntimamente ligadas. De hecho, si se amplía la escala, salvo por las primeras aproximaciones Carlos Rama y Angel Cappelletti por un lado y David Viñas por el otro, es poco lo que se sabe al respecto {{8}}. Con el afán de iniciar un diálogo que promete solmente ser provechoso, se incluyen en la selección los escritos de Sergio Grez Tosso de Chile y Rodolfo Porrini de Uruguay. El primero de ellos, se adentra en el universo de la dramaturgia anarquista en Chile, desde fines del siglo XIX hasta prácticamente la década de 1930. Sergio Grez Tosso, el principal investigador académico de la historia del anarquismo chileno, además de recomponer una de las prácticas centrales de la cultura libertaria, como lo fue también para el caso argentino, el teatro, se instala también en la tensión existente entre lo que podría llamarse la cultura obrera y el movimiento anarquista. Por otra parte, el trabajo de Porrini, con una periodización que va desde 1920 hasta 1950, llamativa para cualquier investigador del anarquismo porteño, se adentra en las propuestas y percepciones de los anarquistas sobre el tiempo libre de los trabajadores en un período histórico de cambio radical caracterizado por el surgimiento, en Montevideo, de lo que podría llamarse una industria cultural, que como el cine, plantearon para los anarquistas novedosos desafíos.
[[8]] Carlos M. Rama, Ángel Cappelletti, El anarquismo en América Latina, Caracas, Ayacucho, 1990; David Viñas, Anarquistas en América Latina, Buenos Aires, Paradiso, 2007. [[8]]
Finalmente, para abrir la discusión sobre los problemas que surgen del “nacionalismo historiográfico” se incluye el ensayo de la investigadora María Miguelañez de la Universidad Autónoma de Madrid, sobre los sucesivos cruces trasatlánticos del mencionado historiador y militante anarquista español Diego Abad de Santillán de destacadísima actuación tanto en España como en Argentina. El enfoque transnacional de Miguelañez, tomando como vía de entrada la biografía de Santillán y su importancia a ambos lados del Atlántico, establece un modelo para restituir al anarquismo su inherente carácter internacional a partir del seguimiento de los hilos, interacciones, circulaciones, redes y nodos globales que los libertarios construyeron como parte de su labor de propagación política e intelectual.

Textos que componen el dossier