Catolicismo y política en la Argentina del siglo XX.
El presente dossier reúne un conjunto de trabajos que vuelven a preguntarse por las relaciones entre catolicismo y política, a partir de los aportes de la historiografía de la última década. Si hasta hace algunos años el prisma político era el común denominador de las investigaciones sobre el catolicismo, hoy en días las temáticas y los problemas se han renovado y ampliado, enriqueciendo también los alcances del propio registro político. Prueba de ello son los trabajos que se presentan aquí, tributarios más que de una historia política a secas, de una historia social y cultural de las relaciones entre catolicismo, sociedad y política.
En esta dirección, el artículo de Omar Acha propone dejar de mirar el “proyecto” general del catolicismo de la época –conquistar o catolizar la sociedad– para pasar a estudiar los actos concretos a partir de los cuales se intentó llevarlo adelante: en este caso el Congreso de Niños Católicos de 1943. Acha estudia el Congreso y las movilizaciones que lo nutrieron, presentándolas como una estrategia para presionar al gobierno militar. A través de dicho estudio, pretende demostrar dos cosas: primero, que los católicos no estaban tan convencidos de que al interior de las FFAA existiera en 1943 un consenso inobjetable acerca de la necesidad de catolizar el Estado; segundo, que la firma del decreto restituyendo la enseñanza religiosa no fue un resultado natural del golpe sino una consecuencia de la movilización católica. A través de esta perspectiva, concluye Acha, es posible recuperar la contingencia del proceso histórico que, como muestra la firma del decreto de 1943, no estaba decidido de antemano.
La movilización católica es también el tema de los trabajos de Mercedes Galíndez y Miranda Lida.
Aunque centrados en períodos diferentes, ambos comparten la preocupación por comprender la ocupación del espacio público a la luz de las transformaciones de la sociedad. Galíndez analiza la utilización de los medios masivos de comunicación –en particular la prensa– durante el Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires en 1934. Según Galíndez, la Iglesia comprendió el contexto de la Argentina de los años treinta y dirigió todos sus esfuerzos a hacer del Congreso un gran espectáculo, capaz de rendir tributo a la creciente cultura de masas en ascenso. Por su parte, Miranda Lida se pregunta acerca de la movilización católica durante la última dictadura militar, poniendo en tensión la idea de que no hubo masas movilizadas durante los años de plomo. El Corpus de 1980 en Plaza de Mayo o el Congreso Mariano Nacional, que intenta emular el Mundial de Fútbol de 1978, desmienten en su opinión dicha aseveración. Según Lida, la crisis de la politización revolucionaria de la sociedad, tras la primavera camporista, permitió al catolicismo reaparecer con fuerza, sobre todo a partir de 1974, a raíz de la desmovilización causada por la represión de las fuerzas policiales y parapoliciales y finalmente por el golpe de estado de 1976. En dicho contexto, concluye Lida, las celebraciones católicas funcionaron como un “refugio” capaz de ofrecer, en cierto modo, un lugar seguro para la movilización.
Por su parte, el trabajo de Natalia Arce estudia la cotidianidad religiosa entre las décadas de 1940 y 1970, explorando el impacto de las transformaciones sociales y la politización “revolucionaria” en la vida de los “fieles comunes”. Se analiza para ello el feedback –en términos de Arce– entre la sociedad y el campo religioso, siguiendo a través de un amplio abanico de fuentes (prensa, manuales catequísticos, entrevistas) los diferentes ideales de católico: el de conquista, el modernizante, el liberacionista.
Finalmente, el artículo de Roberto Di Stefano propone enfocar las relaciones entre catolicismo y política a partir del complejo debate de la secularización. En un trabajo de gran densidad teórica, Di Stefano revisa algunos lugares comunes del debate: acostumbrados a pensar la secularización como una meta deseable de la modernidad, pasamos por alto que ella es en realidad, muchas veces, el producto de una transacción. No hay que pensar la secularización sobre un molde blanco sobre negro; lejos de ello, Di Stefano demuestra que toda secularización se construye sobre grises. De ahí que lo que resulten sean transacciones por las cuales es imposible decir que una sociedad se ha secularizado por completo, así como también es imposible decir que no lo ha hecho en absoluto. Esto vale, incluso, para el momento laico por excelencia de la historia argentina: la década de 1880. Lo que cuentan son los matices y no las batallas facciosas entre “católicos” y “liberales”.
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