La escena científica argentina del siglo XIX: ideas, actores y dinámicas
En tres libros publicados entre 1993 y 2000 pueden rastrearse señalamientos y diagnósticos sobre el panorama de la historia de la ciencia en Argentina y, más generalmente, en América Latina que surcaron ese momento de balances. En el primero de ellos, Ciencia, historia y sociedad en la Argentina del siglo XIX (Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1993), Marcelo Montserrat señalaba que en esos años predominaba aún “una desmedida tendencia a la crónica más que a la historiografía de la ciencia”; al respecto señalaba que “la pregunta por el ¿qué? obturaba cualquier investigación por el ¿por qué? Y (que) la descripción, a veces fatigosamente reiterativa de los hechos y las biografías científicas, ocluía la posibilidad de averiguar las conexiones explicativas de los procesos científicos” (p. 7). Montserrat argumentaba también que la historia de la ciencia y la tecnología era una “hermana menor de una historiografía volcada en exceso a la política y fuertemente sometida a la apropiación ideológica” (p. 8). En suma, desde la perspectiva de Montserrat, la historia social y política de la ciencia en la Argentina estaba aún buscando a sus historiadores.
En sintonía con estos juicios, en el libro La ciencia y la idea de progreso en América Latina, 1860-1930 (Buenos Aires, Fondo d Cultura Económica, 1998), Gregorio Weinberg señalaba que escaseaban en Latinoamérica estudios referidos a la ciencia y a la técnica que pudieran inscribirse dentro de marcos interpretativos amplios, como las investigaciones que abordaban aspectos culturales o determinados procesos socio-históricos. Esta escases, acompañada de fragmentarismo, motivaba al autor a establecer una especie de mapa de ruta (casi una agenda para investigaciones futuras) que permitía visualizar qué aspectos podrían explorarse en los próximos años para dotar a la disciplina de trabajos enriquecedores. A su vez, la perspectiva de Weinberg abonaba la idea del predominio, en el marco de la historia de la ciencia, de relatos de acontecimientos, fechas y personajes descollantes que no permitían estudiar problemáticamente los procesos de la esfera científica de los países de la región. Discutía y proponía superar, además las “teorías difusionistas” que suponían que en los grandes centros la ciencia se producía, mientras que en los países en vía de desarrollo la ciencia se aplicaba, muchas veces de manera caricaturizada. Por último, Weinberg invitaba a rechazar los esquemas interpretativos que naturalizan la subordinación, la pasividad y la dependencia de los países latinoamericanos de como pasivas periferias de otros centros.
Ya en el año 2000, hace poco menos de tres lustros, en el libro La ciencia en la Argentina entre siglos. Textos, contextos e instituciones (Buenos Aires, Manantial, 2000), compilado por Marcelo Montserrat el panorama y los diagnósticos parecían ser menos sombríos. Convergían en el volumen una multiplicidad de enfoques y perspectivas posibles para mostrar las opciones y los caminos por recorrer en la historia de las ciencias en Argentina. En el libro participaban colaboradores provenientes de varias disciplinas: desde la lingüística y los estudios culturales hasta la sociología y, aunque con una apariencia quizás miscelánica, la diversidad de perspectivas daba cuenta de las potencialidades que afloraban: distintas posibilidades disciplinarias, metodológicas y hasta epistemológicas que, sin dudas, como muestran las contribuciones aquí reunidas, enriquecieron, ampliaron y redefinieron significativamente el fecundo ámbito de la historia de las ciencias en el ámbito nacional.
Los trabajos reunidos en este dossier son una muestra representativa de esa riqueza que parecía estar latente en el giro de la década de 1990 a la década del 2000. Los autores y las autoras convocadas muestran con sus aportes que hoy en día el ámbito de la historia de las ciencias se ha convertido en un terreno fructífero del conocimiento sobre el pasado argentino en un arco temporal que va desde los primeros años independientes hasta el fin-de-siglo.
El artículo de Miguel de Asúa da cuenta de la trayectoria médica de Bompland por medio de una semblanza que pone en diálogo su faceta como médico con los avatares de la vida política de las primeras décadas de vida independiente de la actual Argentina. El texto muestra cómo Bonpland fue recibido y considerado un hombre de ciencia polifacético en estas tierras; como destaca el autor, pese a que el rol de botánico ha sido determinante para la posteridad, en los años de estadía en el Río de la Plata fue considerado más que un botánico: se trataba de un “sabio naturalista”, como se denominaba en la época, que entrelazó su biografía con la de las tierras iberoamericanas, como lo demuestran sus años de prisionero en Paraguay y sus estadías en Rio Grande do Sul y Corrientes. A su vez, es sintomático ver cómo la trayectoria de Bonpland se extendió a lo largo del desenvolvimiento de diversas experiencias políticas en Buenos Aires y cómo terminó encolumnado en la causa de la alianza de oposición a Juan Manuel de Rosas.
El artículo de Mariano di Pasquale se detiene en los años de la experiencia rivadaviana y busca revelar la forma en la que las relaciones interpersonales entre pensadores extranjeros y figuras del rivadavianismo trazaron un marco de posibilidades para la circulación de saberes que se vieron metabolizados fructíferamente por el gobierno de Bernardino Rivadavia. Di Pasquale muestra cómo la mirada de la elite letrada de Buenos Aires podía estar puesta en las novedades científicas francesas y cómo los saberes provenientes de las corrientes utilitaristas e ideologicistas circulaban en el Río de la Plata. A su vez, relaciona estas posibilidades con los circuitos de circulación y consumo de novedades intelectuales. Es de especial interés en el texto el rastreo de los usos y circulaciones de las corriente ideologicistas en la Universidad de Buenos Aires por medio de la recepción y uso de manuales y textos para la enseñanza.
Otra es la coyuntura en la que se inscribe el texto de Eduardo L. Ortiz a la hora de reconstruir y analizar las relaciones científicas entre la Universidad de Córdoba y la Universidad de Göttingen en las décadas de 1860 y 1870. Para pensar los tiempos posteriores a los años de la Confederación y Buenos Aires, Ortiz parte de una interesante recuperación de las ideas de Domingo F. Sarmiento sobre la ciencia en los territorios de la actual Argentina y en su mirada sobre las brújulas científicas que en el exterior encontraba Sarmiento para marcar caminos a seguir o modelos en los que inspirarse. El autor puntualiza las formas en la que los saberes locales podían potencialmente articularse con los saberes producidos en otras latitudes y con lo que da en llamar la “ciencia oficial”. Por medio de una cuidadosa reconstrucción del devenir de la Universidad de Córdoba en los años posteriores a 1852, Ortiz muestra cómo las relaciones interpersonales y los intercambios entre hombres de ciencia afincados en Córdoba y otros en Göttingen se comenzaba a tejer una suerte de red intelectual transnacional de producción y circulación de conocimiento científico. El texto da cuenta también de cómo, a partir de la década de 1860, comenzó a trazarse un mapa institucional que contenía academias, sociedades científicas, museos y universidades de diversas ciudades europeas y en el que figuras locales, como Sarmiento y Avellaneda, buscaban referencias posibles para promover las dinámicas de institucionalización de las ciencias en el país.
En el texto de mi autoría, por medio del análisis de la figura y el accionar de Eduardo L. Holmberg, pretendo dar cuenta de ciertas dinámicas que se desplegaron hacia la década de 1870. Desde esta fecha, Eduardo L. Holmberg (1852-1937) fue a la vez protagonista y crítico a la hora de pensar el rol de las instituciones y de los científicos que ocupaban lugares centrales en la Argentina. Desde la perspectiva de Holmberg, los hombres de ciencia que habían convocado los políticos en tiempos de la división entre la Confederación y Buenos Aires para modernizar instituciones y lograr así dar despliegue y prestigio científico a la Argentina, los “sabios naturalistas” extranjeros, no siempre habían cumplido con este objetivo. Desde diferentes registros, como se ve en el artículo, Holmberg esbozó inquietudes y trató de dar respuesta a preguntas que lo inquietaban y que dan cuenta de un clima de época en el que científicos locales comenzaban a medirse y a competir con científicos extranjeros afincados en el país. Sus inquietudes se articularon en tres ejes: 1. qué tipo de científico se adaptaba mejor a las necesidades del país en la era del progreso material; 2. cuál era el mejor uso social de ciencia; y 3. cómo se podría persuadir a los hombres políticos del necesario fomento de la ciencia manteniéndolos al margen de sus dinámicas más específicas.
El texto de Irina Podgorny pone el foco en la década de 1880 y en las formas en las que la ciencia y el coleccionismo interactuaron de manera no siempre armónica. La autora muestra cómo una muestra de objetos de Historia Natural inaugurada por el Dr. Bennati (o Benatti) en 1883 que incluía objetos de arqueología, antropología, paleontología y “los tres reinos de la naturaleza” se convirtió en su itinerante historia en una especie de “show” naturalista comandado por lo que en la época se denominaba un “coleccionista de antigüedades americanas”. Podgorny se detiene, en particular, en la semblanza biográfica de Bennati, que muestra una pintoresca historia que tiene como escenarios Pisa, Roma, San Juan, Córdoba, Catamarca, Salta y distintos lugares de Bolivia, entre otros. Tomando como núcleo a la figura de Bennati, por su parte, la autora muestra cómo se generaban lazos y sociabilidades en torno a ciertas ideas sobre “la ciencia” y “lo científico” no del todo bien definidas en la época. Sugiere, además, que los caminos de desenvolvimiento de estas nociones no siempre estaban ritmados por expectativas o regulaciones estatales, señalando la importancia de acciones individuales.
Los textos de Marina Rieznik y Susana V. Garcia aportan otras facetas a las décadas finiseculares y permiten pensar la otra cara de la moneda propuesta por Podgorny. Las autoras abordan en sus estudios distintos niveles de institucionalización de la ciencia en Argentina. Rieznik da cuenta de los diálogos y desencuentros entre el Observatorio de Córdoba, el Observatorio de la Plata y el Observatorio de París (coordinado por el Bureau des Longitudes), y da cuenta de las formas en las que instituciones localizadas en tierra argentina se medían entre sí y, a la vez, interactuaban con instituciones extranjeras. Rieznik muestra de qué forma a fines del siglo XIX circulaban modelos y principios de interinstitucionalización e internacionalización de saberes ligados a la astronomía. Deteniéndose en otro nivel de observación institucional, Susana V. García da cuenta de la institucionalización de los saberes científicos en los marcos escolares. Con este objetivo, la autora traza relaciones entre los procesos nacionalizadores y modernizadores que llevaron adelante figuras como Pedro Scalabrini y Guillermo Navarro. Son especialmente interesantes las tensiones estudiadas por García entre “materiales didácticos modernos, asociados a los modelos extranjeros” y “elementos representativos de la naturaleza e industria nacional”. Ambos aportes (Rieznik y García), vuelven a poner en el tapete opciones para pensar en las articulaciones entre saberes locales y saberes extranjeros.
Los textos de Ricardo Salvatore y Pablo Souza y Diego Hurtado, por su parte, iluminan frentes diferentes para pensar políticas ligadas a la salud pública, el higienismo y el sanitarismo y las distintas esferas estatales en Argentina. En varios trabajos (siendo el aquí compilado uno de los más citados y conocidos) Salvatore ha estudiado las características del surgimiento de lo que denomina un “Estado-médico legal” en la Argentina, organizado en torno a una serie de discursos y acciones ligados a los saberes médicos. Salvatore ha destacado que un alto nivel de medicalización de cuestiones sociales “implicó una reorganización (imaginaria o real) del poder social” que se vió traducido en cambios en las instituciones de disciplinamiento (como la prisión fábrica, la prisión laboratorio, la prisión higiénica). Siguiendo este marco interpretativo, el autor afirma que las lecturas patológicas de la sociedad y la creación de métodos punitivos modernos fueron el legado de José Ingenieros (figura clave en este contexto) y los criminólogos positivistas, quienes operaban desde nuevos espacios de “poder-saber”. Mientras que Salvatore ha planteado hipótesis para pensar las relaciones entre espacios de la ciencia y del poder y ha dotado a estas relaciones de una complementariedad indiscutida, Souza y Hurtado proponen en el texto aquí compilado novedosas formas para pensar las tensiones generadas entre diferentes niveles del poder estatal (la municipalidad de Buenos Aires, la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires y el Poder Ejecutivo Nacional) a la hora de obtener recursos para sostener la esfera sanitaria (más específicamente, a la hora apropiarse de recursos provenientes de la lotería de beneficencia). Desde una original perspectiva, el texto muestra las escasas normativas regulatorias pensadas desde los poderes estatales para contar con presupuesto para la salud publica en las décadas que van desde 1850 hasta 1890. Entre prohibiciones y aceptaciones, lo recaudado por la lotería, como muestran los autores comenzó a ser pensado como una parte central a la hora de planificar desde las esferas estatales las formas de contar con recursos presupuestarios. También en la lectura de estos textos se pueden observar quizás dos caras de un Estado en sus años de formación y consolidación: sinuosos caminos que oscilaron entre una clara y decidida centralización y titubeos e inseguridades a la hora de efectivizar determinadas dinámicas.
En suma, la galería de artículos aquí reunidos permite pensar en distintos aspectos de la esfera científica del siglo XIX argentino. Se trata de textos escritos por autores y autoras de diferentes generaciones, lo que muestra también que, lejos de los sombríos diagnósticos de las décadas pasadas, la historia de las ciencias ha encontrado múltiples caminos para desarrollarse. A su vez, en los artículos reunidos en este dossier se hacen presentes tópicos clásicos y temas renovadores; conviven textos que focalizan las relaciones entre esferas del poder y del saber, con contribuciones que dan cuenta del rol asumido por científicos extranjeros en el país y análisis de miradas críticas de contemporáneos sobre el persistente fenómeno, artículos que dan cuenta de una fuerte institucionalización de las distintas ramas de la ciencia en la Argentina y otros que muestran el rol central de ciertas individualidades, y -para revelar la pervivencia pero también las amplias posibilidades de renovación de un debate- aportes que vuelven a poner en discusión lecturas sobre las relaciones entre las dinámicas locales de la ciencia y la articulación de las mismas con modelos, personajes y paradigmas transnacionales.