cultura – historiapolitica.com https://historiapolitica.com El sitio web del Programa Interuniversitario de Historia Política Thu, 30 Apr 2020 14:48:19 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.6.2 https://historiapolitica.com/wp-content/uploads/2014/08/cropped-logo1-32x32.png cultura – historiapolitica.com https://historiapolitica.com 32 32 Dossier. Los estudios en comunicación en la Argentina: ideas, intelectuales, tradiciones político-culturales https://historiapolitica.com/dossiers/dossier-los-estudios-en-comunicacion-en-la-argentina-ideas-intelectuales-tradiciones-politico-culturales/ Tue, 17 May 2016 20:13:39 +0000 http://historiapolitica.com/?post_type=dossiers&p=3461 Los estudios en comunicación en la Argentina: ideas, intelectuales, tradiciones político-culturales

 

Mariano Zarowsky (UBA-UNQ-CONICET)

 

A inicios de los años sesenta comenzó a delimitarse en el país un conjunto de discursos que tomó a la comunicación, los medios y la cultura como un campo de problemas de conocimiento a definir y legitimar. Sus promotores reclamaron mediante su exploración credenciales para la intervención en los debates públicos, promoviendo la creación de espacios de producción y difusión específicos. Estos agrupamientos, expresando la puesta a punto de nuevas problemáticas, herramientas teóricas y maneras de entender los vínculos entre los intelectuales y la sociedad, marcaron con su impronta la emergencia de los estudios en comunicación y cultura en la Argentina. Nos referimos, por nombrar algunos ejemplos, a las trayectorias de Eliseo Verón y Oscar Masotta, entre la escena vanguardista que cobijó el Instituto Di Tella, la renovación de la sociología, el psicoanálisis y la semiología; a la mixtura entre la actividad crítica, docente y editorial de Aníbal Ford, Jorge Rivera y Eduardo Romano, del Centro Editor de América Latina a la revista Crisis (1973-1976), pasando por las clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en 1973 y al cruce entre praxis editorialista, producción de conocimiento y militancia política que promovió Héctor Schmucler de Los Libros (1969-1976) a Comunicación y Cultura (1973-1985), luego de haber formado parte de la experiencia de Pasado y Presente (1963-1965).

La noción de intelectuales de la comunicación es productiva para pensar este proceso y esta figura histórica. No hace referencia a un grupo definido por su especialización temática o disciplinar, sino a la existencia en el país de una franja de intelectuales que definieron su propia condición y su campo de acción en el punto de intersección que supieron trazar entre una problemática teórica de nuevo tipo y la intervención política. Desde la pregunta en torno a los nexos existentes entre la comunicación, la cultura y la tecnología, entre los mensajes masivos y las ideologías, entre la acción colectiva y las significaciones sociales, entre los medios y la reproducción o la transformación del orden, los intelectuales de la comunicación —al igual que, a veces confundidos con, “los intelectuales de la literatura”, “los intelectuales de la sociología” o “los intelectuales de la educación{{1}}— se proyectaron como figuras públicas legitimadas por su capacidad para darle a sus investigaciones una significación social, cultural y, eventualmente, política. Se trata de una categoría analítica productiva para pensar una figura histórica que cobijó una heterogeneidad de trayectorias provenientes de distintas tradiciones disciplinares y político-culturales.

Desde esta perspectiva, construir una historia intelectual de los saberes y discursos especializados sobre la comunicación y la cultura en la Argentina implica situarnos en la intersección de dos campos de problemas: en una dimensión epistémica, nos remite a la pregunta por las condiciones sociales de producción del conocimiento sobre lo social; desde una hipótesis sociohistórica, se dirige hacia fenómenos y movimientos más amplios del campo político y cultural. El lector encontrará entonces en los artículos que componen este dossier distintas vías, siempre parciales y situadas, de reconstrucción de los múltiples vínculos que ligaron a estos actores y discursos con un espacio social signado por un proceso de modernización cultural y renovación teórica que se desplegó en simultáneo con un fuerte impulso hacia la intervención y, en algunos casos, la radicalización política. En todos los artículos, más allá de su heterogeneidad, se puede leer un denominador común: apuntan menos a la reconstrucción exhaustiva del proceso de configuración de una disciplina que a poner de relieve una serie de momentos fuertes, de situaciones, trayectorias y nudos problemáticos que definieron y marcaron hitos en el complejo y multidimensional proceso de constitución de este zona de discursos especializados que se autonomizó como campo de saber disciplinar.

Si bien este espacio se configuró en buena medida en una escala continental —basta mencionar la composición y el itinerario latinoamericano de una revista como Comunicación y cultura— la selección propuesta hace foco en los itinerarios y escenarios locales que le dieron forma. Con ello se aspira a recuperar el espesor de las tradiciones, los procesos y los debates en los que estos discursos adquirieron su particularidad. Este “recorte nacional” permite calibrar mejor, así, la interacción con lo transnacional, dimensión constitutiva de todo proceso de producción de conocimiento especializado sobre lo social, sobre todo en los países “periféricos”: fue a partir de demandas que encarnaron sujetos emergentes y de movimientos precisos en la sociedad y la cultura que los intelectuales de la comunicación se vincularon a ciertos flujos transnacionales de ideas y de pensamiento, realizando apropiaciones y aportes novedosos y originales.

El artículo de Mirta Varela recorre ciertos tópicos y escenarios donde se desplegó la relación entre los intelectuales y la televisión en la Argentina entre los años sesenta y los años noventa. La hipótesis de la autora es que al mismo tiempo en que la televisión se volvió social, cultural y políticamente relevante, el discurso sobre los medios de comunicación adquirió una relativa autonomía en la intersección de diversas disciplinas y teorías. Lo paradójico es que este discurso se volvió relativamente autónomo en un momento donde —sostiene siguiendo a Beatriz Sarlo— se asistió a una “progresiva pérdida de la especificidad de los discursos intelectuales en relación con ciertos grandes temas” (p. 45). Desde esta paradojal y productiva hipótesis la autora construye su argumentación: el trabajo se propone sortear la indagación teórica y apunta a la reconstrucción de un discurso que acompaña las transformaciones del medio. Este “capítulo de historia intelectual”, tal como lo define, nos lleva “al momento de emergencia de los estudios dedicados a los medios de comunicación” (p. 43). Varela propone entonces una reconstrucción histórica de la relación que los intelectuales mantuvieron con la televisión como un “recorrido privilegiado para el análisis de la constitución de ese campo” (p. 43). No obstante, en su trabajo se deja leer también una hipótesis inversa y complementaria: sostiene que la historia de los estudios en comunicación en el país es una vía de entrada fructífera para estudiar aspectos de nuestra historia intelectual. Las polémicas que reconstruye Varela desplegadas entre 1963 y 1965 en revistas de la nueva izquierda como La Rosa Blindada y Hoy en la Cultura lo ejemplifican: en la disyuntiva entre “apocalípticos e integrados” que recorre estas querellas el “eje no es la televisión sino el intelectual o el artista” (p. 49).

Si Varela propone una mirada panorámica que repone distintas tradiciones y momentos de análisis, de los trabajos pioneros de Jaime Rest, pasando por el escenario del Di Tella (donde Oscar Masotta y Eliseo Verón entrelazaron sus reflexiones con los happenings y las prácticas de la vanguardia artística) hasta las revistas Lenguajes, Comunicación y Cultura y Crisis; el artículo de Pablo Alabarces hace foco en una de las tradiciones que configuraron la emergencia de los estudios en comunicación en la Argentina y definen su impronta hasta la actualidad. Más precisamente, Alabarces cruza los itinerarios intelectuales de Jorge Rivera, Eduardo Romano y Aníbal Ford y explora las trayectorias, contextos y operaciones conceptuales que contribuyeron a la “invención” de los estudios sobre la cultura popular en el país. Su procedencia común desde el campo de la literatura y la crítica literaria no sólo informa sobre un desplazamiento disciplinar y las operaciones teórico-metodológicas que le dieron fundamento como campo problemático: la relectura de la cultura (de masas) desde el peronismo da cuenta también de su “fundación política” o, de otro modo, del ejercicio de un tipo de intervención intelectual desde una zona de saber especializado. Alabarces da cuenta de los espacios de intersecciones múltiples{{2}} en los que se desplegó desde la periferia del campo cultural esta apropiación de saberes, entre la educación de adultos, la actividad editorial, el periodismo cultural y las clases en la universidad. Como hipótesis metodológica para el estudio de otras formaciones de la época vinculadas a los estudios en comunicación, estos espacios de intersecciones múltiples ameritan ser explorados no sólo como indicadores de un proceso de reorganización cultural, sino en su productividad epistémica.

El trabajo de Sandra Carli también puede leerse en clave metodológica: recurre a la biografía intelectual como herramienta analítica para comprender la transformación de los modos de producción de conocimiento en las ciencias sociales y los cambios operados en las últimas décadas en la cultura universitaria y el campo intelectual. La autora traza un seguimiento comparado de los itinerarios de Adriana Puiggrós y de Aníbal Ford. A diferencia de otras disciplinas más estabilizadas y menos permeables a la demanda social y las prácticas profesionales, las ciencias de la educación y la comunicación ofrecen una ventana productiva, sostiene, para “reconocer la existencia en las ciencias sociales de diversas mixturas y combinaciones entre imaginarios sociales y políticos y producción académica” (p. 67). ¿Qué informan las biografías individuales y colectivas sobre las ciencias sociales? Permiten —sostiene Carli— una “mirada encarnada de las disciplinas, dan cuenta de perspectivas singulares que se modulan en el tiempo, informan sobre la historicidad del pensamiento, expresan las articulaciones estrechas entre conocimiento y subjetividad” (p. 70).

El trabajo de Laura Vázquez podría considerarse entonces como un doblez de las propuestas hasta aquí exploradas. Vázquez propone un recorrido analítico por la reflexión de Jorge Rivera sobre la historieta, partiendo de una doble hipótesis: los trabajos del crítico sobre este género “son un buen lugar para examinar la relación intelectuales/peronismo pero sobre todo, para leer en los pliegues de la cultura masiva, la invención de un campo de estudios” (p. 123). Observando una discontinuidad entre los modelos extranjeros y la historieta argentina, Rivera supo encontrar en este género, sostiene la autora, una manifestación de la cultura popular. Con ello apuntaba a problematizar “la cuestión de lo nacional, la política y la resistencia cultural” (p. 123). Esta vertiente de la crítica se dirigió al interior de la tradición literaria y la historiografía clásica para revisar su canon.

El artículo de Lucas Berone puede examinarse en composición con el de Vázquez. Ambos ponen de relieve el papel que la investigación sobre la historieta tuvo en la emergencia de los estudios en comunicación y cultura en el país, y la manera en que la disputa en torno a su legitimidad como objeto oficiaba como instrumento de colocación de una franja intelectual emergente. Berone se centra en las operaciones conceptuales que traza Oscar Masotta para su estudio. Su paradojal y productiva denominación de la historieta como “literatura dibujada” indica su apuesta por otorgarle (y otorgarse) un estatuto crítico, tanto como el peso que la pregunta por los modos de su abordaje específico alcanzaba en su reflexión. Pues, ante todo, la historieta fue para Masotta un objeto de conocimiento: exploró y combinó para su estudio saberes heterogéneos y de avanzada, desde la estética a la semiología, pasando por el psicoanálisis. En ese punto, sus intervenciones corrían en paralelo —mejor, se cruzaban— con las de su colega y amigo Eliseo Verón, y pueden ubicarse como parte de una fracción o tradición “modernizadora” que marcó con su impronta heterodoxa la historia del campo. Berone subraya, por cierto, que para Masotta la historieta fue también un objeto de valor: un campo productivo para interrogarse sobre las relaciones entre estética y ética, entre arte y política.

El trabajo de Mariano Zarowsky, finalmente, aborda otra de las tradiciones intelectuales que configuraron y caracterizan este campo y puede leerse a modo de cierre de una etapa. Sigue el itinerario de una serie de “intelectuales de la comunicación” en el exilio, más puntualmente, los cruces que se dieron entre los desplazamientos conceptuales y políticos que se elaboraron en la revista Controversia (1979-1981) y los que se promovieron en el campo específico en la revista Comunicación y Cultura (1973-1985) en su etapa mexicana. La trayectoria de Héctor Schmucler —protagonista de ambas empresas— oficia como mediación. Desde esta entrada, el artículo pone de manifiesto el modo en que una estructura de sentimiento elaborada en la trama exiliar y en un preciso contexto de reflujo político, influyó fuertemente en la configuración de un nuevo paradigma que marcó las agendas y perspectivas disciplinares en los años ochenta y noventa. A la inversa, el artículo apunta a reconstruir el modo en que los estudios en comunicación participaron desde sus debates específicos en la reorganización del campo intelectual argentino y la reformulación de toda una cultura política.

Este dossier, en suma, no apunta a ofrecer una reconstrucción historiográfica totalizadora y exhaustiva. Figuras y trayectorias, escenarios intelectuales, momentos fundantes, apenas si son aludidos cuando no desatendidos. Se trata más bien de proponer una vía de exploración de múltiples carriles: la historia de los estudios en comunicación y cultura en el país entre los años sesenta y ochenta ofrece una vía de entrada productiva y original para analizar los procesos sociales de construcción del conocimiento sobre lo social, tanto como aspectos poco atendidos de la relación entre intelectuales, cultura y política en el período. Se trataría, en fin, de pensar el itinerario de los intelectuales de la comunicación como un capítulo de la historia intelectual argentina reciente.

[[1]] Aguilar, Gonzalo (2010). Los intelectuales de la literatura: cambio social y narrativas de identidad. En Carlos Altamirano (Ed.), Historia de los intelectuales en América Latina II. Los avatares de la ‘ciudad letrada’ en el siglo XX. Buenos Aires: Katz; Rubinich, Lucas (1999). Los sociólogos intelectuales. Cuatro notas sobre la sociología en los 60. Apuntes de Investigación del CECyP, 4; Suasnábar, Claudio (2004). Universidad e intelectuales. Educación y política en la Argentina (1955-1976). Buenos Aires: Flacso, Manantial. [[1]]

[[2]] Neiburg, Federico y Plotkin, Mariano (Comps.) (2004), Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en la Argentina. Buenos Aires: Paidós. [[2]]

Textos seleccionados para el dossier

 

]]>
Dossier. Música y política en la historia argentina del siglo XX https://historiapolitica.com/dossiers/musica-y-politica/ Sun, 06 Dec 2015 18:32:08 +0000 http://historiapolitica.com/?post_type=dossiers&p=3218 Música y política en la historia argentina del siglo XX

 

Valeria Manzano

 

El interés de los historiadores de la cultura y de la política por el análisis de diversos géneros, formas y movimientos musicales tiene una tradición relativamente larga en nuestro país. De hecho, muchos historiadores que estudiaron la historia de los sectores populares, las relaciones de género y la cultura urbana de la primera mitad del siglo XX han incorporado referencias significativas al universo del tango, incluyendo sus sociabilidades, su circulación en la cultura de masas y entre diferentes sectores sociales, y su capacidad de cifrar los modos de procesar las relaciones entre varones y mujeres y la sexualidad. {{1}}

[[1]] Sin pretension de agotar las referencias, véanse Simon Collier, Carlos Gardel: su vida, su música, su época (Buenos Aires: Sudamericana, 1988); Donna Guy, El sexo peligroso: prostitución legal en Buenos Aires (Buenos Aires: Sudamericana, 1991); Eduardo Archetti, Masculinidades: futbol, tango y polo en la Argentina (Buenos Aires: Antropofagia, 2003); Andrea Matallana, Qué saben los pitucos: la experiencia del tango entre 1910 y 1940 (Buenos Aires: Prometeo, 2009); y las referencias en Pablo Ben, “Male Sexuality, the Popular Classes, and the State: Buenos Aires, 1880—1955” (Tesis doctoral, University of Chicago, 2009) y Matthew Karush, Cultura de clase: radio y cine en la creación de una argentina dividida, 1920-1946 (Buenos Aires: Ariel, 2013). [[1]]

Los trabajos reunidos en este dossier reconocen explícita o implícitamente esas líneas historiográficas que los precedieron (o con las cuales conviven) pero, además de no centrarse en el estudio del tango, presentan otro denominador común: estudian específicamente las dimensiones político-culturales de fenómenos musicales, intentando comprender cómo, en diferentes coyunturas, se establecieron relaciones entre la música y la política. En este último sentido, algunos de los estudios abordan las relaciones entre fenómenos musicales y políticas estatales, mientras otros se enfocan en las relaciones entre música y politización de diferentes segmentos sociales y culturales. En su conjunto, muestran la productividad del análisis sincrónico y diacrónico de los fenómenos musicales para una mejor comprensión de la historia política y cultural de la Argentina contemporánea y, en algunos casos, también señalan la importancia de incorporar metodologías novedosas que permitan un mejor abordaje de los elementos sonoros de los fenómenos musicales.

En función de géneros musicales, este dossier presenta trabajos referidos al movimiento folclórico, al rock, a la “música culta” (la ópera) y a la música “popular” (la cumbia villera). Chamosa ofrece una reconstrucción de mediano plazo del movimiento folclórico, en la cual combina el seguimiento de los repertorios y la construcción de las “personas artísticas” de artistas particulares—como Andrés Chazarreta o Atahualpa Yupanqui—con los modos por los cuales sus carreras fueron atravesadas por los impulsos de una nueva cultura de masas, por un lado, y de los vaivenes del nacionalismo cultural, por otro. Así, Chamosa muestra que tras el golpe de estado de junio de 1943, y en parte mediante las decisiones del elenco nacionalista de derecha que delineó sus políticas culturales, el movimiento folclórico fue ganando preeminencia vis-a-vis otros géneros musicales populares. Esa preeminencia, que se anclaba en la identificación del folclore con la “autentica esencia” de la Argentina, se prolongó durante el decenio peronista, cuando la banda de sonido de las abundantes fiestas peronistas estuvo marcada por algunas vertientes de ese movimiento que se iba ampliando estética e ideológicamente. Esa diversidad ideológica y la capacidad del movimiento folclore de generar prácticas e ideas que nutrieron a la militancia de izquierdas es recuperada en el artículo de Fabiola Orquera, quien centra su atención en la provincia de Tucumán. Orquera repasa las condiciones de producción y recepción del movimiento folclórico en esa provincia en las décadas de 1960 y 1970 para luego detenerse en los efectos desestructurantes de la última dictadura militar sobre el mismo, ya sea mediante la censura como mediante las desapariciones de artistas. Antes de detener su reconstrucción en ese momento desestructurante, Orquera disecciona también su recomposición y las memorias que se fueron gestando en las últimas décadas.

Los trabajos de Valeria Manzano, Julián Delgado y Sergio Pujol viran el eje de indagación desde el folclore hacia el rock, cubriendo en su conjunto el arco temporal que media entre la emergencia del fenómeno roquero local a mediados de la década de 1960 hasta la Guerra de Malvinas. Manzano analiza a la cultura roquera entre 1966 y 1976, entendiéndola como una de las vertientes de una “cultura juvenil contestataria” más abarcadora. Sostiene que esa cultura roquera, en la cual músicos, poetas y fans eran mayormente varones, fue un canal para la vehiculización de “masculinidades alternativas” a la vez que sirvió como modo de aprendizaje del anti-autoritarismo cultural y político. Mirando a las relaciones entre esa cultura roquera y otros fenómenos de politización juvenil de comienzos de la década de 1970, a la vez, muestra que tenían un punto en común en el lenguaje de la “liberación” y que si bien desde la militancia política se cuestionaba a los roqueros por su supuesta falta de compromiso político, los cruces entre ambas eran muy frecuentes—especialmente si se miran trayectorias individuales y gustos estéticos y políticos. Avanzando en el tiempo, Delgado analiza la trayectoria de una de las bandas más significativas del rock argentino, Serú Giran, comúnmente asociada a la critica anti-dictatorial y abanderada de la “resistencia” de los roqueros a la dictadura. Ofreciendo un detallado análisis de las variaciones en su recepción y de las producciones de la banda en el tiempo—con una metodología atenta a las variaciones sónicas—Delgado abre un signo de interrogación sobre esa “resistencia” y se adentra en los múltiples modos en que la música rock puede haber lidiado con las coordenadas políticas y culturales impuestas durante la última dictadura, algo que también analiza el breve trabajo aquí incluido de Pujol. De hecho, Pujol muestra que fue en el marco de una trágica iniciativa dictatorial—la Guerra de Malvinas—cuando el rock argentino terminó por consolidar sus credenciales “nacionales” y devenir un fenómeno de masas. La prohibición transitoria de programar música en ingles fue la medida básica que permitió que el rock argentino tomara cada vez más preeminencia en las radios, lo cual también permitió la visibilización de, y el aliento a, un entramado de productores culturales que venía gestándose en los años anteriores y que terminaría deviniendo crucial para el delineamiento de un movimiento roquero heterogéneo estética y sónicamente a la salida de la dictadura.

Mirando derroteros de la “música culta” y de la “música popular”, los trabajos de Esteban Buch y Pablo Semán miran los dos polos de las relaciones entre música y política. Buch reconstruye las vicisitudes que llevaron a la prohibición de la ópera Bomarzo, de Alberto Ginastera y Manuel Mujica Lainez, en julio de 1967. Con un foco puesto en el proceso de toma de decisiones del gobierno encabezado por Juan Carlos Onganía, el autor recompone una trama densa donde se mixturaron intervenciones transnacionales y considerandos político-ideológicos domésticos. Un caso extraordinario y a la vez iluminador de una lógica de mediano plazo, la de la censura cultural, el affaire Bomarzo analizado por Buch permite deshilvanar y comprender el rol de la censura en la definición de las relaciones legitimas entre arte, sexualidad, moral y política en la década de 1960. Esos mismos términos (sexualidad, moralidad, política) son retomados en el artículo de Semán, pero esta vez para analizar uno de los géneros menos “cultos” de la música contemporánea, a saber, la cumbia villera. Desde una perspectiva antropológica, Semán rastrea la politicidad—en un sentido amplio—de ese género para la multitud de jóvenes de sectores populares a quienes convoca arriba y abajo del escenario, dilucidando cómo fue adquiriendo un estatuto de música “de protesta”, en sus propios términos.

Referencias

]]>
Dossier. Sociabilidades, vida cultural y vida política en el siglo XIX argentino https://historiapolitica.com/dossiers/sociabilidades-siglo-xix/ Wed, 25 Nov 2015 15:01:28 +0000 http://historiapolitica.com/?post_type=dossiers&p=3194 Sociabilidades, vida cultural y vida política en el siglo XIX argentino

 

Mercedes Betria UNR- Paris 8

 

El concepto de sociabilidad como categoría de análisis irrumpió en la historia política y social de la mano del historiador francés Maurice Agulhon {{1}} (1926- 2014) quien, debido a la rápida proliferación de este concepto se interrogaría, años más tarde, sobre su status como objeto de estudio{{2}}; en efecto el uso extensivo de esta categoría podía exponerlo a licuar su sentido específico.

[[1]] La sociabilité méridionale. Confreries et associations en Provence orientale dans la deuxième moitiè du XVIII siècle , dos tomos, 1966. [[1]]
[[2]] “La sociabilité est elle objet d’histoire?” en Francois Etienne (Ed.) Sociabilité et société bourgeoise en France, en Allemagne et en Suisse (1750- 1850) , Paris, 1986. [[2]]

América Latina, y la Argentina en especial, no estaría exenta de su influjo. La historiografía sobre el Río de la Plata en el siglo XIX haría su propio recorrido reconociendo aquella paternidad a través de los trabajos de Pilar González Bernaldo{{3}}, quien advertiría, también, sobre las imprecisiones metodológicas en las que se incurre a menudo cuando hacemos uso de esta categoría, tan productiva como evasiva{{4}}.

[[3]] En especial Civilidad y política en los orígenes de la nación argentina. Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829- 1862) , Buenos Aires, FCE, 2007. Véase también su prólogo a la primera edición en castellano del libro de Maurice Agulhon El círculo burgués. La sociabilidad en Francia, 1810- 1848, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009. [[3]]
[[4]] La “sociabilidad” y la historia política” en Jaime Peire (comp.) Actores, representaciones e imaginarios. Homenaje a Francois- Xavier Guerra , Caseros, EDUNTREF, 2007. [[4]]

Es que la “sociabilidad” es un objeto difícil de definir de una vez para siempre y, a pesar de su reconocida validez en el campo historiográfico, es legítimo interrogarnos de qué hablamos cuando hablamos de sociabilidades: ¿Es acaso el estudio de las asociaciones tanto políticas, culturales como intelectuales en un momento histórico dado?, ¿son las redes de amistades personales conformadas por las élites políticas y culturales?, ¿son prácticas sociales ligadas a grupos particulares?, ¿son la cristalización de prácticas de cooperación social en lo que denominamos instituciones?, ¿son acaso espacios de sociabilidad autónomos del Estado?, ¿es, en suma, el conocimiento en torno a las diversas modalidades históricas del lazo social? y, por último, ¿son las sociabilidades relaciones de intercambio pacíficas o pueden serlo conflictivas? La respuesta no es taxativa ni exclusiva sino, como intenta reflejar este dossier, se encuentra en todas al mismo tiempo y en dos registros: el formal y el informal, donde los bordes son necesariamente porosos.
Creo que allí radica la potencialidad epistemológica del concepto “sociabilidad”: no tanto por lo que nos permite definir sino por su capacidad de ayudarnos a penetrar en el conocimiento de la vida social, haciendo recortes, intersecciones, entre diversas disciplinas como la antropología, la sociología y la historia que, como se sabe, han valorizado este concepto.
Consideramos que la riqueza de esta categoría se encuentra en lo que el significante “sociabilidad” nos trasmite, la posibilidad de un abordaje de la dinámica de lo social, de aquellas energías que construyen sociabilidad en la cualidad de un ser- ahí sociable; la sociabilidad en tanto vida del tejido social conformado por prácticas políticas y culturales, por lógicas asociativas, formales o informales, que permiten al observador configurar objetos de estudio maleables que trascienden el esquema binario Estado- Sociedad Civil, y que nos dejan entrever tras las formas consagradas en el siglo XIX –la República, la Democracia, el Estado- nación- lo social y lo político en su ser ahí histórico.
Los trabajos aquí reunidos, en su diversidad, expresan lo que queremos destacar, sin pretender conclusiones, en este breve prólogo: la productividad del concepto para estudiar en forma interrelacionada varios aspectos de lo que llamamos vida política y cultural del siglo XIX argentino. Así, en el texto de Pilar González Bernaldo, que inicia el dossier, la sociabilidad permite pensar “regímenes de lo social” , es decir, articulaciones de experiencias, lenguajes y conocimientos sobre lo social a lo largo del siglo XIX argentino; el artículo de Eugenia Molina intenta caracterizar por la vía de la sociabilidad, las redes político- intelectuales conformadas entre las elites desde el momento rivadaviano hasta Caseros; el artículo de Paula Bruno se detiene en un “espacio de sociabilidad” particular, el Círculo Literario de Buenos Aires para estudiar, desde adentro, las lógicas asociativas que marcaron su existencia en la década de 1860. El capítulo de mi autoría intenta comprender la identidad generacional de 1837 como una sociabilidad en sí misma “hecha de” redes de amistades personales donde circulaban hombres e ideas.
Sandra Fernández y Paula Caldo realizan un bienvenido estado de la cuestión, destacando el carácter bifronte de la “sociabilidad” en cuanto objeto de estudio y herramienta metodológica, así como también clarificando el sentido que ha tenido la sociabilidad en los trabajos más representativos de una vasta literatura sobre el tema. Hemos seleccionado, asimismo, la entrada “sociabilidad” del Diccionario de Pensamiento alternativo, redactada por Sandra Gayol quien repasa los significados que tuvo la sociabilidad a lo largo de la historia desde el siglo XVIII.
El dossier concluye con el trabajo de otro experto en la materia, Jordi Canal, cuya semblanza intelectual sobre Maurice Agulhon, clarifica el modo en que la comprensión de la sociabilidad se convertía, en este autor, en un rodeo para dar cuenta de su contemporaneidad, lo que Canal califica de “compromiso republicano”. Una ética intelectual que nos sigue interpelando.

 

Textos que integran el dossier:

]]>
Dossier. Diplomacia, vida cultural y circulación de saberes https://historiapolitica.com/dossiers/diplomacia-circulacion-saberes/ Fri, 13 Nov 2015 21:21:24 +0000 http://historiapolitica.com/?post_type=dossiers&p=3179 Diplomacia, vida cultural y circulación de saberes

 

Juan Pablo Scarfi (Centro de Historia Intelectual, UNQ)

 

La diplomacia como profesión y como práctica ha estado asociada tradicionalmente con la dimensión formal de las relaciones internacionales en el campo de la política internacional, la política exterior, el rol de los ministerios de relaciones exteriores, así como también con la tradición de la historia diplomática en sus versiones clásicas. Sin embargo, la diplomacia ha estado estrechamente ligada a la vida cultural. En América Latina y en general en el continente americano, la dimensión cultural y los intercambios y la circulación saberes e ideas comenzó a ser una parte central de la vida diplomática como tal entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX. En este sentido, en los últimos años, un espectro muy amplio de historiadores de las ideas y de la cultura, de las relaciones internacionales, así como también críticos e historiadores de la literatura, han comenzado a prestar crecientemente mayor atención a la dimensión cultural de la diplomacia y las relaciones internacionales y a la circulación de saberes e ideas y a conformación de redes culturales como componente centrales de la diplomacia y las relaciones internacionales. Esta literatura parte del supuesto de que la diplomacia y las relaciones internacionales como prácticas trascienden a la política exterior, los ministerios de relaciones exteriores, las cancillerías y las embajadas. Este dossier reúne, entonces, una serie de trabajos que exploran la diplomacia como una parte central de la dimensión transnacional de la vida cultural y la circulación e intercambio de saberes, literaturas y símbolos al interior de América Latina y entre América Latina y los Estados Unidos, así como también la importancia de los factores simbólicos y culturales, en particular la literatura y los monumentos, en la construcción del amplio y complejo universo de la diplomacia y las relaciones internacionales en nuestro continente.

Con el reciente auge de la historia transnacional y con el progresivo desarrollo en las últimas dos décadas de la historia intelectual y cultural, comenzaron a generarse interesantes puntos de convergencia entre estos dos campos historiográficos. Esas convergencias y los efectos historiográficos que despliegan están hoy en plena ebullición y resulta difícil aún evaluarlos. Pero en todo caso cabe señalar que han dado lugar a una serie de nuevas preocupaciones historiográficas como la dimensión cultural de la diplomacia y las relaciones internacionales, la diplomacia cultural como tal, la circulación transnacional de saberes, objetos, símbolos y prácticas culturales, las redes culturales, la historia intelectual global y los orígenes de la globalización, así como también a una renovación de los estudios sobre el imperialismo y el antiimperialismo que comenzaron a poner la atención en los factores culturales, las redes y la interacción cultural bidireccional.

La mayor parte de los trabajos que pueden inscribirse en el marco de estas renovaciones historiográficas han tendido a concentrarse en el periodo que va desde 1880 y 1946. Dicho período coincide con la formación de una burocracia estatal, la modernización de la diplomacia y la institucionalización de los ministerios de relaciones exteriores y las embajadas, la expansión mundial del telégrafo y los cables de noticias, el surgimiento de la diplomacia cultural moderna y la construcción de redes modernas de cooperación intelectual regionales y continentales. Sin embargo, un cuerpo emergente de investigaciones reciente ha comenzado a poner su atención también en la Guerra Fría cultural en América Latina y en Argentina, la diplomacia en los años peronistas y la historia reciente de la diplomacia cultural y la circulación de saberes en Argentina, América Latina y el continente americano en general.

Los artículos que integran este dossier exploran desde diversas perspectivas y poniendo el acento en distintos universos geográficos, la diplomacia cultural, la construcción de imaginarios culturales en torno de otros países del continente, solidaridades e intercambios regionales y la circulación de saberes, lenguajes y símbolos como factores centrales de la diplomacia y las relaciones internacionales, resaltando así la importancia de los factores culturales (y al mismo tiempo la relevancia de la vida cultural para la diplomacia). Si algunos artículos se ocupan del lugar de los intercambios transnacionales dentro de América Latina por medio de símbolos, monumentos, viajes, cartas y redes culturales, otros examinan la amplia gama y variedad de imaginarios que intelectuales y diplomáticos (e intelectuales-diplomáticos) de la Argentina construyeron acerca de los Estados Unidos como una potencia emergente en el continente. Aunque resulta difícil hablar de una historiografía consolidada sobre las relaciones internacionales entre los países latinoamericanos y la amplia gama de imaginarios que en la región, y en particular en la Argentina, se construyeron de los Estados Unidos, la apuesta historiográfica hacia el futuro, como se desprende de los artículos aquí reunidos (ninguno de los cuales tiene más de seis años de antigüedad), parece ir en la dirección de cubrir estos vacíos a partir de la apuesta a la dimensión cultural de las relaciones internacionales y la diplomacia y a la circulación transnacional desde abajo y desde arriba de saberes, símbolos, imaginarios y artefactos culturales. En otras palabras, la historiografía de las relaciones internacionales apunta hacia la historia transnacional de la cultura y la historia intelectual global.

La selección reunida en este dossier comienza con artículos sobre el rol de las redes culturales, los viajes, la correspondencia, las revistas y la simbología y el lenguaje geopolítico transnacional de los monumentos patrios en la construcción de las relaciones internacionales latinoamericanas en los ámbitos de la diplomacia de alto rango de las elites y las oficinas y embajadas, así como también en el intercambio y las solidaridades que trascendían el universo de las elites y la diplomacia formal y estaban ligadas al ámbito de los intelectuales, escritores, la sociedad civil e incluso la cultura popular. Martín Bergel analiza las prácticas e intercambios culturales e intelectuales entre distintas figuras de la vida cultural e intelectual de la región que contribuyeron a consolidar ideas y prácticas en favor de la unión continental, forjando lo que él denomina “un latinoamericanismo desde abajo” articulado en torno de revistas de alcance continental, viajes, correspondencia y circulación ideas. El autor propone una nueva mirada del imaginario regional y del antiimperialismo latinoamericano, centrada en las prácticas culturales y las representaciones que permite vislumbrar hasta qué punto el ciclo latinoamericanista que tuvo lugar entre 1898 y 1936 cobró fuerza a partir de la apuesta de construir relaciones internacionales entre los pueblos y sus respectivos intelectuales, en contraposición a las elites políticas y los ministerios. Álvaro Fernández Bravo explora las redes culturales americanistas de la revista Sur en la década de 1940, atendiendo a un aspecto que ha recibido escasa atención entre historiadores y estudiosos de la literatura latinoamericana: la incorporación del mundo tropical y del Brasil dentro de la óptica americanista de la revista. Cuestionando el presupuesto establecido de que la cultura brasilera se mantuvo bastante distanciada del resto de América Latina, Fernández Bravo observa, en cambio, que la figura de doble agente de María Rosa Oliver entre la Oficina Coordinadora de Asuntos Interamericanos y los círculos del comunismo y la izquierda latinoamericana fue una condición de posibilidad para que la literatura brasilera y el mundo tropical ingresaran al universo cultural argentino y hispanoamericano en los años cuarenta, lo cual tuvo consecuencias perdurables para las relaciones culturales entre ambos países.

Pablo Ortemberg, por su parte, examina el rol geopolítico de los monumentos patrios en la celebración de los centenarios de próceres y acontecimientos como San Martín, O´Higgins y el Centenario de Ayacucho en Argentina, Chile y Perú, y ante todo sus efectos culturales en la configuración y redefinición de las relaciones internacionales entre estos tres países entre 1910 y 1924. El autor argumenta que los monumentos y los festejos de los centenarios de las independencias de estos países contribuyeron a forjar acercamientos y lazos de solidaridad entre estos países en un contexto en el que existían conflictos limítrofes entre Chile y Perú por Tacna y Arica, surgidos de los efectos duraderos de la Guerra del Pacífico, así como también alianzas regionales como el acuerdo del ABC entre Argentina, Brasil y Chile de 1914.

Se cierra el dossier con dos artículos sobre los imaginarios y visiones culturales de los Estados Unidos y su emergencia como potencia continental esbozados por diplomáticos, intelectuales e intelectuales-diplomáticos argentinos de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Ambos trabajos toman distancia de la historiografía tradicional sobre los libros de viajes, el latinoamericanismo y el antiimperialismo latinoamericano y proponen nuevas miradas sobre el lugar de los Estados Unidos en el imaginario diplomático y cultural argentino. Por una parte, Paula Bruno analiza una variedad de registros discursivos de viajeros y diplomáticos que transitan desde la crítica antiimperialista y visiones abiertamente antiestadounidenses hasta la idealización, la simpatía y la admiración por el Coloso del Norte, proponiendo así que los Estados Unidos fueron como “un caleidoscopio”. La autora se concentra en autores como Miguel Cané, Paul Groussac, Eduardo Wilde y Martín García Mérou, y sostiene que algunas de estas figuras, como Wilde y García Mérou, escapan al lugar común del distanciamiento y la desconfianza hacia Norteamérica, y que lograron construir, en cambio, una mirada desde adentro fundada en una experiencia y un contacto directo con la cultura estadounidense. En un registro similar, el trabajo de Juan Pablo Scarfi explora el surgimiento de algunas visiones antiestadounidenses en Argentina que propugnaron una crítica lealista y diplomática, y cuestiona el postulado según el cual el antiimperialismo latinoamericanos y argentino estuvo dominado por una crítica culturalista de los Estados Unidos. El autor se focaliza en la obra de juristas, diplomáticos e intelectuales públicos como Roque Sáenz Peña, Vicente Gregorio Quesada y Manuel Ugarte, y argumenta que el discurso del derecho internacional y la diplomacia cumplió un rol importante en la conformación del antiimperialismo y del imaginario antiestadounidense en Argentina.

Textos seleccionados