Chile contemporáneo
En enero de 1999, once historiadores chilenos firmamos un Manifiesto, el cual respondía a la “Carta a los chilenos” que el general Augusto Pinochet, detenido en Londres por crímenes contra la humanidad, envió al país, así como a los fascículos de historia de Chile, escritos por el historiador Gonzalo Vial Correa y publicados en el diario La Segunda . Tanto Pinochet como Vial ofrecían una versión acerca de la historia reciente chilena, dirigida a justificar las graves violaciones a los derechos humanos ocurrida durante la dictadura militar. En dicho Manifiesto de historiadores se afirmaba: “De un tiempo a esta parte hemos percibido un recrudecimiento notorio de la tendencia de algunos sectores de la sociedad nacional a manipular y acomodar la verdad pública sobre el último medio siglo de la historia de Chile, a objeto de justificar determinados hechos, magnificar ciertos resultados y acallar otros; casi siempre con el afán de legitimar algo que difícilmente es legitimable y tornar verdadero u objetivo lo que no lo es o es solo la autoimagen de algunos grupos” {{1}}.
[[1]] Sergio Grez y Gabriel Salazar (Compiladores) Manifiesto de Historiadores, Santiago, Lom, 1999, p.7. Entre los 11 historiadores originales y que participan en este Dossier estaban María Angélica Illanes, Mario Garcés, Julio Pinto, Verónica Valdivia y Jorge Rojas; a éstos se sumaron muchos más, tanto nacionales como extranjeros. [[1]]
El Manifiesto ponía en el tapete, entre otras, dos cuestiones importantes para la historiografía chilena de la segunda mitad del siglo XX: por una parte, que el pasado reciente seguía siendo tema de debate, en torno al cual no existía ni existe consenso en el país; en segundo lugar, que ese pasado reciente aún era una deuda de los historiadores.
A pesar de que la dictadura fue derrotada en las urnas en el Plebiscito sucesorio realizado en octubre de 1988, que decidiría la permanencia o no en el poder por ocho años más del general Augusto Pinochet, éste obtuvo un 43% de los votos y logró consolidar el proyecto dictatorial a través de su continuación en la post dictadura, toda vez que la transición fue pactada entre los dirigentes del bloque que encabezó la oposición, la Concertación de Partidos por la Democracia, y personeros del régimen militar. Esa transacción fue posible, porque la dictadura nunca sufrió una derrota total y las fuerzas armadas pudieron retirarse a los cuarteles, convencidas dehaber dejado una “misión cumplida”.
Este retiro “victorioso” ha permitido la defensa por parte de sus seguidores políticos e intelectuales de una “historia oficial” de los últimos cincuenta años, desconocedora de los procesos sociales ocurridos y de la naturaleza terrorista de la dictadura. En junio de este año, la actual Directora de Bibliotecas, Archivos y Museos (DIBAM), Magdalena Krebs, envió una carta al diario El Mercurio en la cual criticaba la decisión del Museo de la Memoria, creado por la ex Presidenta Michelle Bachelet, de circunscribir “su misión solo a la violación de derechos humanos, sin proporcionar al visitante los antecedentes que las generaron…sería una gran contribución que el museo explicara los hechos anteriores al golpe”. {{2}}. Aunque con posterioridad la Directora hubo de limitar sus afirmaciones, considerando el revuelo producido, tal es la posición de una gran mayoría de la derecha chilena respecto de la dictadura cívico-militar, ofreciendo una versión que califica los atropellos a los derechos humanos de “excesos”, los justifica en función de su pasado inmediato y enfatiza la “obra” del régimen, entendida como modernización económica y construcción de un sistema político estable. Desde ese punto de vista, la historia de la democracia chilena de los años noventa y siguientes, es decir, los años de la Concertación, serían, en sus aspectos económicos, fruto del régimen. Casi como corolario de esa tesis, a fines de los años noventa se comenzó a hablar, mundialmente, del “modelo chileno”, es decir, un país que había mantenido el neoliberalismo impuesto por la dictadura y crecía exitosamente en términos económicos, eliminando pobreza; a la vez que podía exhibir estabilidad política, habiendo neutralizado los peligros golpistas de las fuerzas armadas. Así, el Chile actual seríapositivamente deudor de la dictadura, encarnada en la figura del general Pinochet, de sus “éxitos” económicos, sociales y políticos.
[[2]] El Mercurio , 23 de junio de 2012. [[2]]
Frente a esa “historia” se levantaba la realidad de violencia, arbitrariedades, pérdida de derechos, pobreza extrema e indignidad que inundó a la sociedad chilena desde 1973. Ella había sido levantada por las organizaciones de derechos humanos, ONGs, orgánicas sociales, religiosas y políticas. La lucha por la memoria en Chile, se concentró, por muchos años, en la violación de los derechos humanos y el imperativo de justicia en el marco de una transición pactada y una ensoberbecida clase política que se jactaba del “Chile modelo”.
¿Cuál era el papel jugado por los historiadores en esa batalla?
Chile, según se afirma, es un país de historiadores; un país donde historia y política han estado estrechamente unidas, desde los “padres fundadores” de la historiografía chilena en el siglo XIX, testigos o protagonistas de aquellos acontecimientos que historiaban. {{3}}. Nacida de sus propias elites, la historiografía liberal decimonónica –desde una historia política positivista y descriptiva- y la nacionalista conservadora de principios de siglo XX estructuraron una visión de Chile como su propia gesta, legitimadora de sus opciones políticas, económicas y sociales. Ambas Escuelas, por lo tanto, centraron su atención en el período colonial, las luchas de la Independencia, la construcción del Estado Nacional, con sus inclusiones y exclusiones. A pesar de sus opuestas inspiraciones políticas, los historiadores liberales y nacionalistas-conservadores solo reconocieron historicidad a sus clases dirigentes.
[[3]] Julio Pinto Vallejos y María Luna Argudín (Compiladores) Cien años de propuestas y combates. La historiografía chilena en el siglo XX , México UNAM- Azcapotzalco, 2006. Ver capítulo introductorio de Julio Pinto.[[3]]
Desde mediados del siglo XX, no obstante, con una ya bullente sociedad de masas, una mayor democratización político-social y nuevos actores, surgieron otras dosEscuelas historiográficas, decididas a desafiar la hegemonía que hasta entonces habían tenido las anteriores. Una de esas corrientes provenía de la izquierda marxista y otra estaba influida por la Escuela francesa de los Annales, las cuales cuestionaron la historia del “acontecimiento” para interesarse en “el pueblo”, la economía y las relaciones sociales. La primera fue liderada por los historiadores Julio César Jobet y Hernán Ramírez Necochea, quienes destacaron la idea de proceso y, en el caso del segundo, la historia del movimiento obrero, en el siglo XIX, especialmente de los obreros salitreros, en el norte del país. En otras palabras, los nuevos sujetos de la historia eran los proletarios, sus luchas, sus derrotas, sus tragedias y sus orgánicas. Chile no era solo la historia de sus clases dirigentes. Los “estructuralistas”, asociados a los Annales, pusieron su atención en las estructuras, los actores colectivos, las mentalidades, la propiedad agraria, el trabajo indígena colonial, el inquilinaje, entre otros. El historiador Álvaro Jara fue uno de sus líderes más destacados, posando su mirada sobre la conquista española.
Esta historiografía estaba en pleno desarrollo al momento del golpe de Estado y constituía la vanguardia de los historiadores. No obstante, su mirada estaba, aparentemente, lejos de la historia reciente, pues aunque “sus combates” historiográficos estaban absolutamente compenetrados con su actualidad y la lucha política del momento en Chile, sus períodos históricos remitían a la Conquista, la Colonia y el siglo XIX.
El golpe militar de septiembre de 1973 cortó este camino recorrido en Chile, pues sus principales exponentes salieron al exilio a Europa y quienes permanecieron en el país, vieron coartadas sus posibilidades de investigación y escritura, bajo la represión dictatorial. El “apagón cultural” del que se habló a fines de los años setenta y que se atribuyó al golpe de Estado, se nutría, en parte, del repliegue de la historiografía. No obstante, la alianza cívico-militar triunfadora levantó su visión del pasado, elaborada por la renacida Escuela nacionalista-conservadora, liderada por el historiador Gonzalo Vial, quien dio patente histórica a la tesis de la “decadencia” chilena del siglo XX, producto de la crisis de sus elites y el ascenso de las capas medias y el pueblo, proceso que había derivado en la Unidad Popular y el “pronunciamiento militar” de 1973. Su historia de Chile, que no recogía muchos de los avances historiográficos existentes, comenzaba con la Guerra Civil de 1891 y alcanzó a cubrir los años treinta del siglo XX.
La historiografía de izquierda resurgió a comienzos de los años ochenta, tanto en Chile como en el exilio, especialmente en el Reino Unido. Quienes permanecieron en el país, centraron su trabajo en la historia social, trabajadores mineros, sindicatos, grupos juveniles o pobladores, siendo María Angélica Illanes, una de sus íconos. La “Nueva Historia Social”, reunió, así, a los historiadores que vivían y trabajaban en Chile con los del exilio. Esta Escuela, cuya principal figura era el historiador en el exilio Gabriel Salazar, {{4}} a pesar de reconocer su deuda con el marxismo y la Escuela de Jobet y Ramírez, redefinió la historia social y el pueblo, rescatando al conjunto de los sectores populares, antes ignorados: mujeres, campesinos, indígenas, peones, artesanos, entre otros, haciendo una historiografía “desde abajo” y poniendo énfasis en la historicidad de los sujetos. Historiadores como Julio Pinto, Mario Garcés, Sergio Grez, Eduardo Devés, entre otros, conformaron el relevo generacional de la anterior escuela. La nueva historiografía social implicó un retroceso cronológico a períodos anteriores al siglo XX, pues debía revisarse la etapa de “formación y crisis de la sociedad popular chilena del siglo XIX”, como afirmaba el historiador Gabriel Salazar. La opción por el siglo XIX, por otra parte, se nutría precisamente del debate político y de la lucha por la memoria en el Chile de fines de los ochenta, esto es, rebatir la tesis derechista de que el colapso político de 1973 se relacionaba estrictamente con los años anteriores al golpe de Estado, a los procesos de transformación estructural iniciados a mediados de los años sesenta, bajo el gobierno de la Democracia Cristiana, especialmente la reforma agraria, el protagonismo alcanzado por los jóvenes, la radicalización de sectores de la izquierda y, de modo particular, la experiencia de la Unidad Popular. En concreto, desde el punto de vista de los partidarios del régimen militar, para “entender” lo ocurrido durante la dictadura había que focalizarse en esos ocho años: 1965-1973, tal como reclamaba cuarenta años después del golpe la Directora de la DIBAM en junio de 2012, a quien hemos citado antes. La “Nueva historia social” retrotraía el origen de los conflictos y el análisis histórico a etapas muy anteriores, a procesos de larga duración, pero estrechamente ligado a la actualidad del momento.
[[4]] Su libro Labradores, peones y proletarios , Santiago, Sur, 1985, constituyó un hito historiográfico. [[4]]
En otras palabras, a pesar de que el sentido de esta historiografía estaba profundamente enlazado con el proyecto popular truncado en 1973 y la dictadura posterior, sus temáticas remitían al siglo XIX, de donde floreció un valioso y nutrido conocimiento. La “Nueva historia social” embrujó a las nuevas generaciones de la transición.
En ese contexto, no le fue fácil a la historia reciente y, particularmente, a la historia política hacerse un espacio. Algunos historiadores sociales abordaron el siglo XX, como María Angélica Illanes, quien estudió la salud y la educación, asociada al Estado, durante el siglo XX, o Jorge Rojas que abordó el mundo sindical en los años veinte y el trabajo infantil. El equipo que había incursionado en educación popular, encabezado por Mario Garcés,por su parte, comenzó a recopilar testimonios e historias de vida, siendo pioneros en la historia oral en el país.
La historia política estaba profundamente desacreditada y era asociada al positivismo más decimonónico y ajeno a los cataclísmicos procesos sociales que habían afectado al país en las últimas décadas, a pesar de que desde los años ochenta un grupo de jóvenes historiadores de la Universidad Católica había comenzado a escribir la historia del siglo XX y a rebatir las tesis de Vial, revalorizando el papel de las clases medias en la democratización ocurrida. {{5}}. No sería sino con el impacto de la renovación de líneas temáticas, de metodologías y perspectivas de análisis en el mundo que emergería una “Nueva Historia Política”, de la mano de una nueva generación. Las antiguas miradas positivistas fueron reemplazadas por otras en diálogo con la sociología, la ciencia política, la antropología o la semiótica. Los años noventa fueron testigos de su nacimiento.
[[5]] Sofía Correa, Cristián Gazmuri, Sol Serrano, Nicolás Cruz, Mariana Aylwin, Carlos Bascuñán, entre otros. [[5]]
Reflexionando acerca del autoritarismo en Chile, el historiador Alfredo Jocelyn-Holt, una de las figuras más destacadas de los nuevos historiadores políticos, sin embargo, volvió a los temas ejes del siglo XIX, la Independencia y el período autoritario identificado con Diego Portales (década de 1830), reponiendo el protagonismo de las elites en la historia nacional y revalorizando el género ensayístico de la escuela nacionalista conservadora, desvalorizando la historia más factual. Así, aunque Jocelyn-Holt debatía sobre un autoritarismo de larga data y actual en el Chile post dictatorial, su historiografía inicial se alejaba de la historia reciente. {{6}}.
[[6]] Alfredo Jocelyn-Holt La Independencia de Chile. Modernización, tradición y mito , Madfre, 1992; El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica, Planeta, 1997. Con posterioridad, Jocelyn-Holt escribió sobre el período reciente de la historia del país, El Chile perplejo, Planeta, 1998; en la actualidad está abocado a una Historia general de Chile, que aún se encuentra en la etapa colonial. [[6]]
Entendiendo que la historia reciente{{7}} alude a un pasado-presente, inconcluso, abierto, “coetáneo” a quien escribe, cercano, un pasado que no acaba de irse, la historiografía de Chile de fines de los noventa era aún deudora de ese tiempo, difícilmente delimitable, que constituía su historia pasada-presente, los años aún en debate político. Aunque es claro que lo cronológico no determina la historia reciente, ella ha sido asociada, en el caso de Chile, al período abierto con las transformaciones estructurales, esto es, la década de los sesenta, la Unidad Popular, la dictadura y los años de los gobiernos de la Concertación, una actualidad con raíces en el pasado. Aunque el Manifiesto de Historiadores , al que aludíamos al comienzo, demandaba entender el presente desde una perspectiva histórica de más larga data, lo cierto es que el apresamiento de Pinochet en Londres en 1998 trajo a la superficie un debate acallado por los consensos, por un discurso que hacía hincapié en el futuro y en la urgencia de cerrar la transición; un debate que miraba al pasado inmediato, campo hasta entonces cubierto preferentemente por cientistas sociales.
[[7]] Este tipo de historias ha recibido distintas denominaciones: historia del tiempo presente, historia inmediata, historia vivida. Véase Marina Franco y Florencia Levín (Compiladoras) Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción,, Paidós, 2007; Julio Aróstegui La historia vivida. Sobre la historia del presente,, Alianza, 2004; Margarita López M., Carlos Figueroa y Beatriz Rajland Temas y procesos de la historia reciente en América Latina, , Arcis/Clacso, 2010. [[7]]
El siglo XX fue asumido, en gran medida, por jóvenes historiadoras/res en los años noventa, tales como Sofía Correa, Verónica Valdivia, Mario Garcés, Luis Corvalán, Juan Carlos Gómez, Jorge Rojas, y en una segunda generación en los 2000 porSebastián Leiva, Rolando Álvarez, Cristina Moyano, Azun Candina, Karen Donoso y decenas de estudiantes de pre y post grado interesados en la historia de las últimas décadas. Mezclando tendencias historiográficas y enfoques, estas/os hacedores de historia política, social y cultural se han dado a la tarea de revisar la historia de los partidos políticos, de izquierdas y derechas,la izquierda radical, los años de la “revolución chilena”, esos años que María Angélica Illanes denominó de “Temblores, cataclismo y revisionismo”; {{8}} la dictadura, los nuevos actores sociales del siglo XXI. Y, aunque en un comienzo los estudios pusieron más atención en las profundas rupturas ocurridas, {{9}} hoy se han comenzado a examinar los años de gobierno de la Concertación, pudiendo observarse líneas de continuidad entre el período dictatorial, la década del noventa y los inicios del nuevo milenio.
[[8]] María Angélica Illanes La batalla de la memoria. Ensayos históricos de nuestro siglo, 1900-2000 , Planeta/Ariel, 2002. [[8]]
[[9]] Anne Perotin-Dumon (Compiladora) Historizar el pasado vivo en América Latina , Editorial Universidad Alberto Hurtado, 2007. [[9]]
Perdida la batalla de los conservadores para radicar lo historiográfico en el pasado lejano, la historia reciente ha logrado abrirse su espacio y legitimarse como objeto de estudio.
El dossier que a continuación se presenta constituye una pequeña muestra de las nuevas miradas y enfoques historiográficos chilenos de la historia reciente, el cual por supuesto, no da cuenta de todo el abanico existente. Sin concentrarse exclusivamente en el trauma de las últimas décadas, los artículos que aquí se consignanabordan temas, actores y enfoques descuidados hasta hace unos años, pero todos cruzados, de alguna manera, por la dictadura, la profunda transformación de Chile y la herencia dejada a la recobrada democracia chilena.
Los dos primeros capítulos del dossier dan cuenta de los años de esperanza y de trauma de la historia reciente chilena, poco historiados para comienzos del nuevo siglo. “Hacer la revolución” , de autoría del historiador Julio Pinto, analiza el debate dentro de la izquierda marxista –el Partido Comunista, Partido Socialista y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR- del período 1960-1973, acerca de la idea de revolución y cómo llevarla a cabo, momento en que esa izquierda caminaba y llegaba al poder. A diferencia de otras experiencias, en el caso de Chile los fines perseguidos por los revolucionarios estaban bastante claros, todos aspiraban a la construcción del socialismo, el que, si bien no era entendido exactamente de la misma forma y hubo mucha discusión en torno a las vías, tenía múltiples puntos de convergencia: una sociedad socialista, antiimperialista, humanista, igualitaria, que debía derrotar al capitalismo. La revolución chilena era programática.
En “Memorias de La Legua o los recuerdos a flor de piel: de experiencias, emociones y fragmentos” , Mario Garcés y Sebastián Leiva experimentan con la historia oral y la memoria, recreando el impacto de los allanamientos a una de las poblaciones más golpeadas por la represión dictatorial, La Legua, en el sector sur de la capital, en el período inmediatamente posterior al golpe cívico-militar, a través de los testimonios de sus pobladores. Ambos historiadores se propusieron inquirir acerca de la “memoria de los legüinos” respecto de la dictadura, en este caso de las víctimas, dando cuenta de su preservación contra el olvido y la escasez, casi inexistencia, de documentación escrita.
Los dos artículos que siguen ofrecen una mirada desde una naciente historia político- cultural en Chile a los años sesenta, la Unidad Popular y la dictadura pinochetista.
El trabajo pionero del historiador Jorge Rojas, “Lucha política y conciliación de clases en una revista de historietas. El caso de Mampato , 1968-978” ,se introduce en un tipo de historiografía casi inexplorada en el país: el mundo de la historieta en sus años de esplendor. Jorge Rojas, historiador social, se ha desplazado a una mixtura entre historia política y cultural, abordando, en el artículo de este dossier, el período 1968-1978 a través de la historieta Mampato, publicada por la editorial Lord Cochrane, vinculada al Grupo Edwards, dueño del diario El Mercurio.Como explica su autor, el artículo analiza esa historieta, indagando en la forma en que durante los gobiernos de Eduardo Frei Montalva, democratacristiano, la Unidad Popular y la dictadura, buscaron proyectar valores políticos a un público infanto-juvenil.
También desde una mirada político-cultural, la historiadora Karen Donoso en su artículo “Discursos y políticas culturales de la dictadura cívico-militar chilena, 1973-1988” , analiza las políticas y las prácticas culturales de la dictadura pinochetista, sin remitirse exclusivamente al denominado “apagón cultural”, sino a los intentos dictatoriales por combatir el decaimiento de las actividades artísticas con posterioridad al golpe, su definición de cultura y las políticas culturales puestas en vigencia. Desde ese punto de vista, la autora busca dar cuenta no solo de la faceta represiva y censora del régimen, sino también del tipo de políticas culturales que se intentaron. Donoso se introduce en los debates al interior del régimen entre las distintas apuestas en pugna y las dificultades para articular un proyecto cultural.
Los dos artículos que siguen se insertan en la historia social, de amplia trayectoria en Chile, como hemos explicado. Una de sus figuras más descollantes, la historiadora María Angélica Illanes, nos ofrece en “La república de la gratitud. Pérdidade democracia y ‘chorreo’ capitalista en Chile actual” una reflexión acerca de la relación entre el Estado y el pueblo, a partir de las tradiciones políticas y las políticas sociales en el Chile de los noventa. Desde su punto de vista, los gobiernos de la Concertación, las políticas sociales y el trabajo social han descansado en una re-elaboración de una antigua tradición filantrópica, la cual inhibe una tradición moderna democrática, de “promoción participativa”. Según nos propone, el Chile de la Concertación sufrió una pérdida de democracia, mientras la configuración de un régimen político fundado en un “nacionalismo neo-filantrópico”, ha consolidado el neoliberalismo actual. La autora grafica este proceso en el caso de una comuna rural del sur de Chile, San José de la Mariquina.
A continuación,el artículo de la historiadora Azun Candina, “La clase mediacomo ideal social. El caso de Chile contemporáneo” inquiere acerca de un actor prácticamente no estudiado en términos historiográficos en Chile: las capas medias. La autora analiza el surgimiento de ellas como grupo social específico y como un ideal social para la población chilena durante el siglo XX. De acuerdo a su óptica, el concepto de clase media integra significados culturales múltiples y complejos, considerando sus connotaciones progresistas y democráticas y, al mismo tiempo, es identificada como un sector poco confiable políticamente y muy influido por los patrones de consumo de las clases altas. Sus apreciaciones acerca del esfuerzo, la desigualdad social en el nuevo milenio y las amplias movilizaciones sociales que han encabezado en el último año en Chile serían reflejo de ese ideal al que han aspirado históricamente.
Los dos últimos artículos cubren desde la historia política la primera década del período de la Concertación, a través de un par de estudios acerca del proceso de municipalización llevado a cabo por la dictadura y mantenido por la Concertación, el cual ha tenido una enorme influencia en la despolitización de la sociedad chilena en la recobrada democracia.
El historiador Rolando Álvarez en “La reforma municipal en la transición: ¿unintento de democratización en la medida de lo posible?” evalúa los intentos de reforma municipal presentados por la Concertación para democratizar esas instituciones, las negociaciones con la derecha, especialmente los bloqueos de la Unión Demócrata Independiente, UDI, la derecha pinochetista más dura, y sus resultados. El artículo cuestiona la tesis de la “conspiración entreguista” de la Concertación, poniendo atención en los aspectos estructurales y coyunturales que hicieron posible a la derecha asegurar la continuidad del modelo municipal ideado por la dictadura, sentando un precedente político para que la lógica de los cambios “en la medida de lo posible” se fuera naturalizando.
Por último, el artículo de mi autoría “La alcaldía de Joaquín Lavín y el‘lavinismo’ político en el Chile de los noventa” , analiza la trayectoria de este militante UDI, quien desde su cargo de alcalde de un municipio de sectores acomodados de la capital se convirtió en el líder de la derecha de los años noventa, inaugurando un nuevo estilo político, el “cosismo”. Desde nuestro punto de vista, el posicionamiento de Lavín y su estilo fue una estrategia deliberada de la derecha destinada a modificar las formas y los contenidos de la política chilena y provocar el triunfo definitivo del diseño institucional de la dictadura. La mantención del neoliberalismo por parte de la Concertación y la ausencia de una contraofensiva ideológica, facilitaron el éxito de Lavín y de cierto “lavinismo” político.
Los artículos que forman este dossier están inspirados en el Chile actual y en los múltiples y complejos problemas heredados de la dictadura. Mientras los movimientos sociales que conmueven al país en estos momentos se proponen desafiar por primera vez el proyecto heredado de la dictadura, las/los historiadoras/es de la historia reciente están acompañando ese proceso.
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