Uruguay – historiapolitica.com https://historiapolitica.com El sitio web del Programa Interuniversitario de Historia Política Thu, 30 Apr 2020 14:49:13 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.6.2 https://historiapolitica.com/wp-content/uploads/2014/08/cropped-logo1-32x32.png Uruguay – historiapolitica.com https://historiapolitica.com 32 32 Dossier | Nuevos enfoques sobre la ocupación luso-brasileña en la Provincia Oriental (1817-1830) https://historiapolitica.com/dossiers/dossier-nuevos-enfoques-sobre-la-ocupacion-luso-brasilena-en-la-provincia-oriental-1817-1830/ Tue, 22 Oct 2019 19:26:28 +0000 http://historiapolitica.com/?post_type=dossiers&p=3935 ISSN sección Dossier 2618-415x

 

Dossier | Nuevos enfoques sobre la ocupación luso-brasileña en la Provincia Oriental (1817-1830)


Nicolás Duffau (Instituto de Historia-FHCE/UdelaR) y Pablo Ferreira (Instituto de Historia-FHCE/UdelaR)

 

El Virreinato del Río de la Plata inició un paulatino proceso de desintegración a partir de la crisis imperial y el comienzo del período revolucionario en 1810. En ese marco, Montevideo se consolidó hasta 1814 como una de las principales ciudades que adhirió al Consejo de Regencia. A su vez, las fuerzas revolucionarias tuvieron dos componentes: por un lado, los ejércitos enviados por los gobiernos “insurgentes” formados en Buenos Aires, y por otro las fuerzas que se organizaron en la campaña oriental y que encontraron un referente en la figura de José Gervasio Artigas. La movilización que lideró el artiguismo canalizó variadas adhesiones, reclamos y aspiraciones, que involucraron a las elites urbanas y rurales, pero también a los sectores populares. La participación de estos últimos favoreció el estallido de conflictos vinculados a la apropiación de la tierra, los recursos naturales, las disputas jurisdiccionales y la discusión sobre la situación de esclavizados y amerindios.

Entre 1815 e inicios de 1817 los orientales controlaron el conjunto de la Provincia y alcanzaron a extender su propuesta federal a diversas provincias de la región litoral de los ríos Uruguay y Paraná conformando lo que se denominó como el Sistema de los Pueblos Libres, una alianza ofensiva defensiva que enfrentó las propuestas centralistas de Buenos Aires y que reivindicó la soberanía particular de los pueblos. La defensa de estos principios, sumada al igualitarismo y a la política agraria artiguista generó alarma y preocupación en las elites rioplatenses, en parte de los habitantes de Montevideo, en la facción centralista y unitaria de las Provincias Unidas y en las autoridades luso-brasileñas. Estas últimas temían la extensión del clima revolucionario en una zona fronteriza e invadieron el territorio oriental en 1816. La guerra en la Provincia finalizó en 1820, tras la derrota del artiguismo y el control luso del conjunto del territorio.

Un Congreso General Extraordinario, que se reunió entre julio y agosto de 1821 en Montevideo, definió la incorporación del territorio oriental al Reino de Portugal, Brasil y Algarve y, al mismo tiempo, mantuvo a Carlos Federico Lecor, jefe del Ejército Pacificador, como Capitán General del espacio que pasó a denominarse Provincia Cisplatina. Las resoluciones del Congreso encontraron oposición entre algunos grupos locales, a lo que se agregó la politización creciente dentro del ejército de ocupación. Asimismo, la revolución liberal de Oporto (24 de agosto de 1820) reclamó la convocatoria a las Cortes y solicitó el regreso inmediato de Juan VI, quien se encontraba en Brasil desde 1808, a donde había llegado tras escapar de la invasión napoleónica. En marzo de 1821 Juan VI nombró a su hijo Pedro como príncipe regente de Brasil y al mes siguiente partió de regreso a Lisboa. El 30 de setiembre del mismo año las Cortes aprobaron un decreto que subordinaba a Pedro a la metrópoli, decisión que provocó rechazos en territorio brasileño.

Finalmente, el príncipe decidió permanecer en Brasil, iniciando el proceso de ruptura definitiva con la corona portuguesa, que lo llevó a ser proclamado emperador el 12 de octubre de 1822. Lecor juró fidelidad al nuevo monarca y de esta forma la Provincia Cisplatina pasó a ser parte del Imperio del Brasil, provocando una división en las fuerzas de ocupación que, en forma mayoritaria, reclamaron regresar a Portugal (situación que se produjo recién en 1824, con el retiro de las tropas partidarias de las Cortes y de Juan VI). El nuevo escenario reconfiguró la posición de las elites locales; una parte respaldó la unión con Brasil, mientras que otro sector se mostró partidario de alcanzar una alianza con las Provincias Unidas del Río de la Plata.

El desembarco en abril de 1825 de un grupo de jefes militares orientales provenientes mayoritariamente de Buenos Aires, inició un movimiento revolucionario que instaló un Gobierno Provisorio y decretó la independencia del rey de Portugal, del emperador del Brasil y en simultáneo la unión de la Provincia Oriental a las Provincias Unidas. El reconocimiento de esta decisión por parte de Buenos Aires desató un nuevo conflicto bélico con el Brasil. La mediación británica y las negociaciones entre enviados bonaerenses y brasileños finalizaron con la decisión de crear en territorio oriental un Estado independiente. Entre agosto y octubre de 1828 se alcanzó un acuerdo de paz sobre la base de la independencia, la libre navegación del Río de la Plata y de los afluentes por barcos de las Provincias Unidas y del Imperio del Brasil y el retiro de las tropas imperiales que se concretó definitivamente en enero de 1829.

Pese a este contexto convulso, por momentos confuso, el período luso brasileño no ha sido objeto principal de interés de la historiografía uruguaya. El tramo cronológico que va de 1817 a 1830 ha recibido poca atención y los estudios sobre los procesos ocurridos en ese período son más bien escasos o presentan los acontecimientos como una suerte de etapa intermedia entre la independencia y el surgimiento del Estado Oriental. A su vez, la resistencia a la presencia luso-brasileña es analizada como un movimiento homogéneo, cuando, por el contrario, sería importante considerar las alternativas políticas propuestas, que no siempre fueron coincidentes.

A eso se agrega que algunos de los trabajos monográficos más relevantes como los de Mario Falcao Espalter (1919), Juan Pivel Devoto (1936), Flavio García (1956), Martha Campos (1972 y 1978) y Alfredo Castellanos (1975) ya tienen varias décadas y están marcados por una fuerte impronta nacionalista. No obstante, dos estudios de la década de 1970 resultan fundamentales en la medida que abrieron nuevas perspectivas, otorgándole consistencia a estos años como período en sí y no en tanto mero preámbulo de la etapa subsiguiente. En 1971, Lucía Sala, Julio Rodríguez, Nelson de la Torre y Rosa Alonso publicaron La oligarquía oriental en la Cisplatina, una lectura de larga duración sobre las opciones políticas de las élites orientales y sus alianzas para restablecer el orden social en la Provincia tras la experiencia del radicalismo artiguista.[1] En 1975, Carlos Real de Azúa escribió un texto (publicado en forma póstuma en 1991) donde analizó críticamente las lecturas sobre el origen de la nacionalidad uruguaya e incluyó un capítulo sobre la etapa Cisplatina en que caracterizó los posicionamientos de los “notables” e insistió en la coexistencia de varios proyectos políticos.[2]

En un período más reciente, y en diálogo con la renovación historiográfica en la región, deberíamos situar el trabajo de Ana Frega en que destaca cómo la presencia luso-brasileña no interrumpió el proceso de formación de un “Estado Provincial” en la Banda Oriental, sino que, por el contrario, lo profundizó.[3] Este enfoque contribuyó a reexaminar la ocupación luso-brasileña como parte de un proceso histórico más amplio, que se inició con la revolución y que continuó luego de la jura de la primera Constitución en 1830.

El Dossier se compone de ocho textos publicados entre 2015 y 2018, que podríamos incluir en esa línea de renovación y que en la mayor parte de los casos son producto de proyectos de investigación coordinados por Ana Frega o resultado de tesis de posgrado concluidas o en curso.

En su artículo, Pablo Ferreira analiza el tramo final de la administración artiguista sobre la Provincia Oriental y los preámbulos de la invasión portuguesa. Estudia la formación de las milicias cívicas entre 1815 y 1817, abordando sus procesos de politización a partir de un frustrado intento de rebelión. Siguiendo con el análisis sobre las formas de participación política, Santiago Delgado estudia las relaciones entre las fuerzas en armas y las autoridades civiles del departamento de Maldonado desde el comienzo de la invasión portuguesa hasta 1824.

Inés Cuadro profundiza en un episodio de 1819 que provocó la detención de un centenar de personas, partidarias de una expedición española de reconquista del territorio oriental, y estudia la interacción entre los españoles, las elites locales y las fuerzas lusas. Este análisis de los grupos o facciones políticas se complementa con el trabajo de Ana Frega, quien parte de las revoluciones liberales en España y Portugal y estudia la circulación de noticias en la prensa, panfletos o cartas particulares y su repercusión en el posicionamiento de las elites montevideanas, así como en la politización de las fuerzas de guerra.

En la línea de entendimiento de las consecuencias del proceso constitucionalista en la Península Ibérica, Wilson González sigue el caso de El Pacífico Oriental de Montevideo a través del cual analiza la situación de la prensa durante la Cisplatina, las discusiones sobre la libertad de imprenta y la relación que las autoridades imperiales entablaron con la circulación de información. Tomando también a la prensa como principal fuente de estudio, el historiador brasileño Murilo Dias Winter analiza el proceso de independencia del Brasil en la Provincia Cisplatina, valorando las diversas alternativas de futuro, los proyectos políticos gestados y los conflictos que se abrieron en el proceso entre 1821 y 1824.

Por su parte, Nicolás Duffau analiza las reformas judiciales impulsadas por la administración luso-brasileña e intenta rastrear sus continuidades en el período republicano. Finalmente, siguiendo la línea de análisis del funcionamiento judicial, el trabajo de Daniel Fessler explora el rol de la justicia militar y criminal durante la ocupación, con énfasis en el trato conferido a los soldados que cometieron delitos.

 

Textos seleccionados para el dossier

 

Cuadro, Inés (2018). Los Imperios Ibéricos en Montevideo (1817-1820). Los avatares del “partido fernandista”. En Ana Frega, La vida política en Montevideo: elites y sectores populares en tiempos de revolución (pp. 77-116). Montevideo: Comisión Sectorial de Investigación Científica, Universidad de la República.

Delgado, Santiago (2016). Pueblos y fuerzas en armas en Maldonado durante la construcción provincial (1816-1824). Americania, 4, pp. 277-307.

Dias Winter, Murillo (2017). Os negócios neste reino exigem atenção: apontamentos sobre a independência do Brasil na província Cisplatina (1821-1824). En Jonas M. Vargas, Belicosas fronteiras: contribuições recentes sobre política, economia e escravidão em sociedades americanas (século XIX) (pp. 29-48). Porto Alegre: Editora Fi.

Duffau, Nicolás (2018). La administración de justicia en la Provincia Oriental durante la ocupación luso-brasileña (1817-1829). Tiempo Histórico, 15, pp. 15-41.

Ferreira, Pablo (2016). Ciudadanos en armas. La experiencia de la milicia cívica en Montevideo, 1815-1817. Claves. Revista de Historia, 2, pp. 9-45. Recuperado de http://www.revistaclaves.fhuce.edu.uy/index.php/Claves-FHCE/article/view/86

Fessler, Daniel (2018). Militares y “malhechores” entre la justicia militar y la justicia criminal. Passagens. Revista Internacional de História Política e Cultura Jurídica, 10, pp. 4-23.

Frega, Ana (2015). Proyectos políticos y faccionalismo militar. Ecos de las crisis de la monarquía portuguesa en Montevideo, 1820-1824. Illes i Imperis, 17, pp. 57-90.

González, Wilson (2016). La prensa en tiempos de la Provincia Cisplatina. El Pacífico Oriental de Montevideo y los ecos del constitucionalismo portugués en el Río de la Plata. Improntas de la historia y la comunicación, 2, pp. 1-33. Recuperado de http://perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/improntas/index

 

[1] Rosa Alonso, Nelson de la Torre, Julio Rodríguez, Lucía Sala, La oligarquía oriental en la Cisplatina, Montevideo, Ediciones Pueblos Unidos, 1971.

[2] Carlos Real de Azúa, Los orígenes de la nacionalidad uruguaya, Montevideo, Arca, 1991.

[3] Ana Frega, Pueblos y soberanía en la revolución artiguista. La región de Santo Domingo Soriano desde fines de la colonia a la ocupación portuguesa, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2007, p. 330.

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Dossier. La historia del anarquismo en Argentina reconsiderada: nuevos enfoques, perspectivas y geografías comparables (Chile y Uruguay) https://historiapolitica.com/dossiers/anarquismo-comparado/ Fri, 20 Nov 2015 18:26:45 +0000 http://historiapolitica.com/?post_type=dossiers&p=3183 La historia del anarquismo en Argentina reconsiderada: nuevos enfoques, perspectivas y geografías comparables (Chile y Uruguay)

Martín Albornoz (IDAES/UNSAM-CONICET)

A principios de la década de 1990, Dora Barrancos, trazando los contornos del estado en que se encontraban los estudios sobre el anarquismo, afirmó que en Argentina hasta ese momento resultaba: “difícil determinar la diferencia entre el oficio del historiador y el del militante; así como es una tarea de cierta magnitud rastrear la lectura en clave histórica del anarquismo más allá de la vida sindical” {{1}}. Un breve pantallazo de la producción histórica que podía consultarse hasta ese momento confirma su evaluación.
[[1]] Dora Barrancos, “Anarquismo e historiografía. Un balance”, en: Christian Ferrer, El lenguaje libertario 2. Filosofía de la protesta humana, Montevideo, Nordam, 1991, página 229. [[1]]
En la década del treinta del siglo pasado, en una coyuntura que podría calificarse como mínimo de desalentadora para el movimiento del cual formaba parte, Diego Abad de Santillán –agitador, publicista, traductor, emprendedor cultural e historiador anarquista de proyección internacional– reconstruyó, en clave militante, los primeros años de vida del anarquismo en el país, estableciendo una periodización y ciertos tópicos que con el tiempo habrían de volverse canónicos. Retomando la pionera aproximación del también ácrata Eduardo Gilimón, Santillán consideró que 1910 fue un punto de quiebre en la expansión libertaria en el país, a la vez que recuperaba trayectorias militantes, grupos de actuación, emprendimientos editoriales e hitos, interpretando al movimiento anarquista como íntimamente ligado a los orígenes del gremialismo argentino. En sus propias palabras: “la característica principal del anarquismo en la Argentina es su carácter popular; de ahí que su historia no pueda separarse en cierto modo de la de las organizaciones obreras” {{2}}.
[[2]] Diego Abad de Santillán, El movimiento anarquista en la Argentina (Desde sus comienzos hasta 1910) , Buenos Aires, Argonauta, 1930 [[2]]
De alguna manera, fue bajo ese marco interpretativo que se montaron las primeras aproximaciones académicas, las cuales compartieron el hecho de haber sido concebidas como tesis doctorales realizadas por investigadores extranjeros que, además, contaron con el acervo documental del International Institute of Social History de Ámsterdam. Con herramientas conceptuales más claras y con un trabajo de fuentes inédito hasta ese momento, la obra más significativa fue la del historiador israelí Iaacov Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, que, probablemente por haber sido publicada en 1978 por la editorial Siglo XXI de México, fue durante muchísimos años la obra de referencia sobre el tema. Aun así, a tal punto Oved interpretó al anarquismo como un movimiento inherentemente obrero que su investigación, que se iniciaba en los últimos años de 1890, culminaba en 1905, momento en que la Federación Obrera Regional Argentina aprobó en la declaración de principios de su V Congreso la adscripción al “comunismo anárquico”. Otro aspecto que resaltó la vocación por priorizar los aspectos gremiales del anarquismo fue la decisión editorial de no incluir, en la conversión de la tesis al libro, un extenso capítulo sobre las prácticas culturales libertarias. Esta oclusión fue afortunadamente reparada en la reciente reedición de su trabajo. Por su parte el trabajo del español Gonzalo Zaragoza, Anarquismo argentino (1876-1902) , realizado también en la década del setenta y sumamente minucioso, principalmente en la recuperación de la deriva del anarquismo de las últimas décadas del siglo XIX, tampoco discutió la “natural” imbricación entre el movimiento obrero y la recepción del anarquismo en Argentina{{3}}.
[[3]] Iaacov Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, México, Siglo XXI, 1978; Gonzalo Zaragoza, Anarquismo argentino (1876-1902) , Madrid, Ediciones de la Torre, 1996. El capítulo de Oved sobre las prácticas culturales del anarquismo Iaacov Oveed, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, México, Siglo XXI, 1978. A grandes rasgos, en la misma línea, podrían ubicarse los trabajos de los investigadores argentinos, también realizados en el exterior: Ricardo Falcón, El mundo del trabajo urbano (1890-1914) , Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1986; “Izquierdas, régimen político, cuestión étnica y cuestión social en Argentina (1890-1902), en Anuario Rosario, número 12, 1986/7. Edgardo Bilsky, La F.O.R.A y el movimiento obrero (1900 -1910), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985; La semana trágica, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984. [[3]]
A manera de digresión, podría decirse que desde finales de la década del sesenta hasta el golpe de estado de marzo de 1976, se abrió, entre el momento militante y el momento “obrerista”, una tercera forma de reflexionar sobre el pasado ácrata, cuyo peso en el abordaje de la cuestión resultó determinante. En una atmósfera política y culturalmente entusiasta, marcada por la emergencia de la “nueva izquierda” y de un horizonte de expectativas revolucionarias considerado inmediato, el interrogante que guió esta recuperación histórica del anarquismo podría sintetizarse de la siguiente manera: ¿qué lugar le cabe a la tradición anarquista en las luchas del presente? Quién mejor resumió esta operación de reinstalación fue David Viñas al invocar al anarquismo de principios de siglo XX en calidad de “un rescate del pasado utilizable”. En esa invención de una propia tradición, el anarquismo, internacionalista y áspero en su valoración del pasado argentino, emergía como un extraño y contraintuitivo nexo entre las luchas de los sectores populares de la segunda del siglo XIX, personificadas en caudillos como López Jordan o el Cacho Peñaloza, y las luchas de su presente {{4}}. El afán denuncialista de su acercamiento al anarquismo –que buscaba explícitamente en un doble movimiento polémico discutir con la tradición histórica liberal y la populista– también es rastreable en las investigaciones de Osvaldo Bayer, con las que compartía además un intento por revivificar los momentos más exasperados del anarquismo, asociados con los gestos “justicieros” de Simón Radowitzky y Kurt Wilkens –quienes en sendos exitosos atentados acabaron con la vida del Coronel Ramón Falcón, y su secretario Juan Lartigau, en 1909 y la del Teniente Coronel Héctor Benigno Varela en 1923– o con el raid del anarquismo “apache” de los llamados “anarquistas expropiadores” y la deriva trágica de Severino di Giovanni. Sin embargo, el trabajo de David Viñas, además de su innegable valor histórico, potenciaba un aspecto que sería de enorme valor para investigaciones futuras. Pese a su recurrente gesto de hundimiento o salvación, Viñas instalaba la posibilidad de pensar al anarquismo en el marco de una reconsideración de la historia de la literatura argentina, movimiento que a su manera, pensando siempre en sus implicancias políticas, y con saldo francamente negativo, había inaugurado años antes Juan Carlos Portantiero en Realismo y realidad en la narrativa argentina en la década del sesenta {{5}}.
[[4]] David Viñas, Rebeliones populares argentinas. De los Montoneros a los anarquistas, Buenos Aires, Carlos Pérez editor, 1971. [[4]]
[[5]] Juan Carlos Portantiero (1961), Realismo y realidad en la narrativa argentina, Buenos Aires, Eudeba, 2011. La mirada tensa con la que Viñas evaluó el quehacer literario en sus primeros abordajes, fue en parte relativizada y reconfigurada en las sucesivas reescrituras de su clásico libro Literatura argentina y realidad política. Al respecto, ver: David Viñas, “Anarquía: bohemia, periodismo y oratoria”, en: Literatura argentina y política, Buenos Aires, Sudamericana, 1995, páginas 200-224. [[5]]
El recorrido someramente realizado hasta aquí establece el umbral frente al cual se posicionaba la indagación de Dora Barrancos mencionada al inicio. Fue la propia Barrancos quien dio los primeros pasos para trascenderlo al estudiar la conformación de la cultura anarquista en las primeras décadas del siglo XX. En su libro, Anarquismo, educación y costumbres en la Argentina de principios de siglo, exploró las contribuciones del anarquismo en materia pedagógica, feminista y cultural rastreando además los cambios de la libertaria anarquista en esos temas. Entre los múltiples motivos que resultan relevantes de su investigación, me gustaría destacar aquel que permite pensar al anarquismo en continuidad con los temas y problemas de la cultura de su tiempo. Aunque con enormes grados de “alternatividad”, el anarquismo podía ser contemplado también a partir de “una alimentación conceptual proveniente de otros grupos” {{6}}. De esta forma, Barrancos introduce una discusión que será central en los estudios sobre la conformación o no de una cultura anarquista peculiar, en el mismo instante en que otros investigadores afirmaban, sin más, que debía catalogarse de contraculturales a las diversas iniciativas libertarias.
[[6]] Dora Barrancos, Anarquismo, educación y costumbres en la Argentina de principios de siglo, Buenos Aires, Contrapunto, 1990, página 15. [[6]]
Labrada a lo largo de las dos primeras décadas de la posdictadura, el trabajo más relevante sobre el anarquismo en Argentina, fundamentalmente en Buenos Aires, es el de Juan Suriano. Interpretando sensiblemente las renovaciones en el campo de la historia social y cultural, en Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890-1910, Suriano operó una serie de descentramientos en la forma en la que el anarquismo estaba siendo considerado hasta el momento. En forma nada abrupta, su planteo toma prudente distancia de las miradas concentradas en el mundo gremial, por considerar que ocluían gran parte de la vitalidad política y cultural del anarquismo. A su vez, por la pluralidad de su aproximación, no necesitó plantar bandera interpretativa sobre la cuestión de la “contraculturalidad”, o no, del anarquismo para iluminar todo un sistema de mediaciones, apropiaciones, préstamos y también enfrentamientos e impugnaciones, entre lo que podría llamarse la cultura anarquista y la cultura del “orden conservador”. En un recorte temporal que va de 1890 a 1910, Anarquistas. Cultura y política en Buenos Aires, reconstruye gran parte de las prácticas políticas, culturales y rituales del anarquismo porteño a partir de la recomposición de su textura ideológica y sus particulares modos de interpelación sus formas de sociabilidad, sus modos de movilización, la vocación militante y las estrategias de propaganda, la preocupación libertaria por la cultura impresa y la simbología ácrata, entre otras cosas. A partir de sus aportes, la contundencia y la homogeneidad ideológica que transmitían muchos estudios mencionados, se relativiza señalando un sinfín de tensiones y problemáticas que fueron constitutivas del arraigo y las limitaciones del anarquismo en la Argentina de principios de siglo XX. Por último, si bien es cierto que Suriano recuperaba la autopercepción libertaria según la cual el centenario de la revolución de mayo marcaba el principio del declive del movimiento, lo cierto es que su investigación no sólo ocluía la posibilidad de pensar más allá de esa fecha sino que la habilitaba. De hecho, él mismo, en un trabajo posterior, se adentró en las tensiones y características de la historia libertaria más allá de 1910{{7}}.
[[7]] Juan Suriano, Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890-1910, Manantial, Buenos Aires, 2001; Auge y caída del anarquismo. Argentina 1880-1930, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2009. [[7]]
Con la instalación del anarquismo como tema de dignidad académica, en gran parte favorecida por Dora Barrancos y Juan Suriano, en los últimos años han surgido una cantidad nada despreciable de investigaciones, que sobre un suelo mucho más firme, continuaron problematizando y complejizando zonas desatendidas de la experiencia anarquista en el país. Estudios provenientes de la historia social, cultural e intelectual y de la crítica literaria y del análisis del discurso, instalaron nuevas periodizaciones, geografías, recortes temporales y puntos de vista que contribuyeron a crear una suerte de campo, con sus propios debates y espacios de intercambio. Parte de los trabajos que considero más significativos de esta nueva etapa son los que se incluyen en este dossier.
El texto que abre la selección es el de Pablo Ansolabehere “El hombre sin patria: historias del criminal anarquista”. Con herramientas forjadas en la crítica literaria y la historia intelectual, Ansolabehere se propone desentrañar como un “conjunto un heterogéneo, y al mismo tiempo abigarrado de narraciones” operó como catalizador de la atracción y la repulsa que despertó el anarquismo en Argentina, en estrecha vinculación con los discursos y saberes que a nivel internacional se desplegaron frente a la amenaza anarquista. Si los escritos de Francisco Sicardi, Carlos Octavio Bunge, Miguel Cané y Francisco de Veyga, estudiados por Ansolabehere, penetran en el orden de las representaciones que buscaron criminalizar, a partir de la figura del anarquista delincuente, al movimiento anarquista, mi escrito sobre la estadía en Argentina del célebre abogado criminólogo anarquista Pietro Gori, intenta detectar ciertas zonas de confluencia entre el anarquismo y la cultura de su tiempo. Ambos trabajos comparten una estrecha voluntad de pensar qué impacto tuvo el anarquismo en la sensibilidad e imaginación de su tiempo tratando de ir más allá de la propia dinámica del movimiento.
Por su parte el trabajo de Laura Fernández Cordero se propone aportar un modelo de lectura e interpretación productiva sobre la heterogénea trama discursiva que compuso la prensa anarquista en un arco temporal, que sin ser de larga duración, es muchísimo más extenso que el habitual, yendo desde finales del siglo XIX hasta la década de 1920. Además de hacer foco en uno de los artefactos culturales nodales de la construcción de la identidad libertaria, como lo fue su prensa, a partir de las herramientas que le brinda la obra de Mijail Bajtin, el trabajo de Cordero señala la participación de las mujeres, a partir de sus propias publicaciones, en la reelaboración de la doctrina anarquista remarcando la condición generizada del sujeto emancipatorio privilegiado por los libertarios en su interpelación.
El escrito de Luciana Anapios se sumerge en el alto impacto que tuvo en la década del veinte el “breve pero intenso ciclo” de la violencia anarquista. Componiendo un mosaico de voces y representaciones, Anapios contribuye a desnaturalizar el vínculo entre anarquismo y violencia, partiendo, no sólo de lo que se dijo sobre los atentados, en su mayoría perpetrados por el grupo de Severino di Giovanni, sino de los por momentos agrios debates internos en torno a la utilización de la “propaganda por el hecho” entre los propios anarquistas. Por lo demás, puesto en perspectiva, el planteo de Anapios dialoga de manera muy productiva con Ansolabehere y conmigo, permitiendo historizar a partir de cuáles elementos, con qué registros y peculiaridades, se configuró el imaginario social en torno al anarquismo.
El escrito de Agustina Prieto, hace luz sobre los inicios del movimiento anarquista en la ciudad de Rosario. Considerada “la Barcelona argentina”, por el enorme peso adquirido por la militancia anarquista, Rosario es una referencia ineludible para pensar la irradiación del anarquismo más allá de Buenos Aires. A este aspecto, que subsana en parte el “porteñocentrismo” que caracterizó a los estudios sobre la historia del anarquismo, se suma la reconstrucción de trayectorias vitales, espacios de sociabilidad y formas de movilización, a la vez que señala las limitaciones y problemas que la expansión ácrata en uno de sus principales bastiones.
Una de las grandes carencias que dificulta una mayor comprensión del anarquismo ha sido la suerte de reclusión dentro de las fronteras de cada país de las investigaciones y la falta de diálogo entre tradiciones historiográficas. Esta carencia, tanto más sensible si se considera que las historias del anarquismo en Argentina, Uruguay y Chile estuvieron íntimamente ligadas. De hecho, si se amplía la escala, salvo por las primeras aproximaciones Carlos Rama y Angel Cappelletti por un lado y David Viñas por el otro, es poco lo que se sabe al respecto {{8}}. Con el afán de iniciar un diálogo que promete solmente ser provechoso, se incluyen en la selección los escritos de Sergio Grez Tosso de Chile y Rodolfo Porrini de Uruguay. El primero de ellos, se adentra en el universo de la dramaturgia anarquista en Chile, desde fines del siglo XIX hasta prácticamente la década de 1930. Sergio Grez Tosso, el principal investigador académico de la historia del anarquismo chileno, además de recomponer una de las prácticas centrales de la cultura libertaria, como lo fue también para el caso argentino, el teatro, se instala también en la tensión existente entre lo que podría llamarse la cultura obrera y el movimiento anarquista. Por otra parte, el trabajo de Porrini, con una periodización que va desde 1920 hasta 1950, llamativa para cualquier investigador del anarquismo porteño, se adentra en las propuestas y percepciones de los anarquistas sobre el tiempo libre de los trabajadores en un período histórico de cambio radical caracterizado por el surgimiento, en Montevideo, de lo que podría llamarse una industria cultural, que como el cine, plantearon para los anarquistas novedosos desafíos.
[[8]] Carlos M. Rama, Ángel Cappelletti, El anarquismo en América Latina, Caracas, Ayacucho, 1990; David Viñas, Anarquistas en América Latina, Buenos Aires, Paradiso, 2007. [[8]]
Finalmente, para abrir la discusión sobre los problemas que surgen del “nacionalismo historiográfico” se incluye el ensayo de la investigadora María Miguelañez de la Universidad Autónoma de Madrid, sobre los sucesivos cruces trasatlánticos del mencionado historiador y militante anarquista español Diego Abad de Santillán de destacadísima actuación tanto en España como en Argentina. El enfoque transnacional de Miguelañez, tomando como vía de entrada la biografía de Santillán y su importancia a ambos lados del Atlántico, establece un modelo para restituir al anarquismo su inherente carácter internacional a partir del seguimiento de los hilos, interacciones, circulaciones, redes y nodos globales que los libertarios construyeron como parte de su labor de propagación política e intelectual.

Textos que componen el dossier

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Dossier. Intelectuales, expertos y políticas públicas en la Argentina democrática. Una mirada desde el espejo latinoamericano https://historiapolitica.com/dossiers/expertos-argentina-y-america-latina/ Fri, 09 Oct 2015 21:51:01 +0000 http://historiapolitica.com/?post_type=dossiers&p=3102 Intelectuales, expertos y políticas públicas en la Argentina democrática. Una mirada desde el espejo latinoamericano

 

Antonio Camou (UNLP – UdeSA)
Con la colaboración de Leandro E. Sanchez (UNLP – CONICET)

 

Referir, aunque más no sea a trazos muy gruesos, una historia lejana de las relaciones entre las esferas del conocimiento y el poder político nos obligaría a recorrer la reflexión y las distintas experiencias que van desde la antigüedad clásica hasta los albores de la modernidad, con su vasta saga de libros dedicados a dar “consejos” a los Príncipes. Una historia moderna, por su parte, reconocería su punto de quiebre en los comienzos de la constitución de las ciencias sociales como disciplinas autónomas y su articulación con las necesidades del Estado burocrático y racional, las exigencias de cálculo y conocimiento especializado requerido por los mercados capitalistas, y las demandas de atención de la emergente “cuestión social” por parte de nuevos actores sociales y políticos. Pero la historia contemporánea en la relación entre lo que comienza a definirse más claramente como conocimiento especializado ( expertise), de un lado, y como proceso de elaboración de política pública ( public policy), del otro, no empieza a escribirse en sus nuevas líneas hasta el período que va entre la crisis de los años ’30 y el final de la Segunda Guerra Mundial. En ese lapso se anudan dos complejos procesos, cada uno de ellos con sus propias temporalidades y dinámicas, que contribuirán a definir los términos de la relación entre conocimiento especializado y políticas durante buena parte de las décadas siguientes. Por un lado, asistimos a la emergencia de un Estado que se ubica crecientemente en el “centro” de la sociedad, en tanto regulador de la esfera económica a la vez que promotor de la integración social, y que será un creciente demandante de expertos y técnicos para cumplir las cada vez más diferenciadas tareas propias de su condición de Welfare State; por otro lado, las disciplina científicas, en general, y las ciencias sociales, en particular, experimentarán desde aquellos días un marcado proceso de desarrollo teórico-metodológico, de diversificación y especialización institucional, y de profesionalización de sus cuadros, en el marco de una modernización y expansión universitaria en gran medida sostenida por fondos públicos {{1}}.

En esta larga historia, donde alternan encuentros, desencuentros y tensiones, ha dicho Lewis Coser, se inscribe el vasto proceso de burocratización de la vida social que ha llevado a que la “productividad cultural -que alguna vez pudo haber sido asunto de artesanías- se racionaliza de manera que la producción de ideas se parece, en los aspectos principales, a la producción de otros bienes económicos”. Paralelamente, el lugar que detentaba el literato y el intelectual de tipo “generalista” es paulatinamente ocupado por el “experto”, dotado de un dominio técnico sobre un campo del saber, y capaz de orientarlo a la solución de problemas concretos de elaboración de políticas {{2}}.

Pero entre finales de los años ’70 y mediados de los ’80 ese largo derrotero en la vinculación entre saberes y políticas experimentará una nueva serie de transformaciones. En principio, en virtud de la reconfiguración de las relaciones estructurales entre Estado, mercado y sociedad civil en el marco del proceso globalizador, comenzarán a replantearse las complejas relaciones políticas e institucionales entre ambas esferas. Así, comenzará a evidenciarse como un lugar común que la vinculación entre los especialistas y la política se opera cada vez más al interior de “redes de asuntos” ( issue networks ), que conectan agencias de gobierno, tanques de pensamiento, centros de investigación, fundaciones privadas, organismos multilaterales, universidades, empresas patrocinadoras de proyectos, y otras organizaciones complejas, que dejan en un espacio subalterno –aunque no carente de importancia- la figura clásica del consejero personalizado. Por otra parte, también comenzará a revisarse una cierta visión “lineal”, e incluso ingenua, de la relación entre producir conocimiento especializado y aplicarlo en el ámbito de la toma de decisiones. Incluso los propios expertos (luego de las fallidas experiencia –en el caso norteamericano- de los ambiciosos programas de la “Gran Sociedad” y la “Guerra contra la Pobreza”), terminarían reconociendo que habían recomendado políticas con información insuficiente, que se había subestimado el análisis de la implementación, o que se había descuidado la problemática de la evaluación {{3}}.

Simultáneamente, las usinas de pensamiento experimentarán un marcado crecimiento y una paulatina diversificación. En general, distintos autores coinciden en señalar que los centros de investigación y análisis de políticas públicas tuvieron tres grandes momentos de creación. Para el caso emblemático de los Estados Unidos, una primera generación, hacia finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, estuvo ligada a un movimiento orientado a profesionalizar el gobierno y mejorar la Administración. Algunos ejemplos serían el Instituto de Investigación Gubernamental (1916), antecesor de la Institución Brookings (1927), o la Institución Hoover (1919). Un segundo momento se produce a partir del final de la Segunda Guerra, cuando comienza a emplearse la expresión “think tanks”, y los centros de investigación se orientan fuertemente a analizar la agenda internacional en el marco de la Guerra fría y los desafíos del liderazgo mundial estadounidense. Un ejemplo típico de esta generación será la Corporación Rand (1948), vinculada a la Fuerza Aérea norteamericana, y que fue pionera en la realización de estudios sobre análisis de sistemas, teoría de juegos y negociación estratégica. Finalmente, una tercera oleada emergió hacia los años ’70: estas nuevas usinas estarán concentradas, tanto en la “defensa de causas” como en la investigación, buscando generar “asesoramiento oportuno que pueda competir en un congestionado mercado de ideas e influir en las decisiones sobre políticas”. La Fundación Heritage (1973) o el Instituto Cato (1977) serían ilustraciones típicas de esta nueva generación de think tanks {{4}}.

En este nuevo contexto, poco a poco fue haciéndose manifiesto que era necesario revisar -con una visión integral- los problemas de la articulación entre conocimiento especializado y elaboración de políticas públicas. En esta línea, el actual interés por el estudio de la problemática es fruto, por un lado, del nuevo papel que cumple el conocimiento experto y las organizaciones productoras de expertise en el marco de las transformaciones globales entre Estado, mercado y sociedad civil, y por otro, de la (auto) reflexión crítica de los especialistas acerca de los usos y la influencia real del conocimiento científico en la toma de decisiones. En el primer caso, y como ha señalado James G. McGann al referirse a aquellas organizaciones comprometidas con el estudio de problemas globales,

…en el mundo ha habido una verdadera proliferación de centros de investigación y análisis que comenzó en la década de los ’80 como resultado de las fuerzas de la mundialización, el fin de la Guerra Fría y el surgimiento de problemas transnacionales. Dos terceras partes de todos los centros de investigación y análisis que existen hoy se establecieron luego de 1970, y más de la mitad a partir de 1980 {{5}}

Pero la referencia cuantitativa no debe hacernos perder de vista los cambios cualitativos que comportan, y la percepción de frecuentes “cortocircuitos” entre la esfera del expertise y la esfera de toma de decisiones. Si durante las décadas del ’50 y del ‘60 existía una confianza casi ciega –ingenua o ideológicamente sesgada- en la validez de la “cadena dorada” que unía el saber científico con las necesidades de elaboración de las políticas públicas, la situación actual ha cambiado de manera significativa. Rara vez, nos recuerda Björn Wittrock, alguien se atrevió a dudar de que “utilizar la investigación de la ciencia sociales para las políticas públicas es una cosa buena…, usarla más es mejor, y aumentar su uso significa mejorar la calidad de las decisiones gubernamentales”. Sin embargo, la expansión en los años siguientes de las propias ciencias sociales, de un lado, junto con los reiterados esfuerzos por vincular a éstas con los procesos de elaboración de políticas, de otro, comenzaron a evidenciar las limitaciones de la ingenua doctrina que predicaba cierto automatismo unidireccional en la relación entre saberes especializados y gestión estatal. En buena medida, las preocupaciones actuales sobre los usos sociales del conocimiento son una respuesta a las ayer infladas, y hoy devaluadas, “pretensiones de la revolución racionalista… de racionalizar todo plan y coordinar las políticas públicas en un número cada vez mayor de ámbitos, y cada vez más hacia el futuro, con ayuda de toda una variedad de técnicas de administración”. Estas constataciones nos dejan en las puertas de una paradoja. “Tanto el crecimiento de la investigación social como la cientifización del proceso de políticas son procesos sociales de importancia fundamental en…Occidente”, pero como contrapartida, “una y otra vez encontramos informes de científicos sociales que se quejan de que no se les escucha, y de responsables de políticas que se quejan de haber recibido muy poco que valiera la pena”. La complejidad problemática de los vínculos entre la esfera del conocimiento científico especializado y la esfera político-institucional está en la actualidad en el centro de la escena {{6}}.

Para ilustrar esta problemática en el caso argentino, pero ofreciendo una mirada en espejo con la experiencia latinoamericana reciente, hemos elegido una serie de textos elaborados a lo largo de la última década. La lógica de la selección va de lo más general a lo más particular, del ámbito internacional al latinoamericano, y del latinoamericano al nacional, destacando para el caso argentino tres campos de saberes en relación con las políticas (Política Exterior, Educación y Economía).

En un primer bloque ofrecemos dos textos que nos permiten abordar una mirada general y regional sobre la problemática bajo análisis. El trabajo de Miguel Braun, Mariana Chudnovsky, Nicolás Ducoté y Vanesa Weyrauch analiza las instituciones de investigación de políticas a partir de un amplio estudio comparativo que toma como referencia organizaciones de Asia, África, Europa del Este/CEI y América Latina. El punto de partida del trabajo consiste en analizar los desafíos a la producción de conocimientos orientados a resolver problemas de políticas en contextos especialmente adversos, signados -entre otros problemas- por la inestabilidad política, económica y social, una alta rotación a nivel de los responsables de formular políticas, la falta de mecanismos institucionalizados para la interacción entre la sociedad civil y el Estado, la corrupción, la poca demanda para la investigación y la escasa capacidad gubernamental. El siguiente texto, por su parte, elaborado por Gerardo Uña, Carina Lupica y Luciano Strazza, se enfoca en el ámbito regional en una cuestión de capital importancia: la investigación ofrece un abordaje comparativo sobre la participación de los think tanks y los expertos en las distintas etapas de las políticas sociales en tres países de América Latina (Argentina, Chile y México), sobre la base de analizar el rol y los intereses de todos los actores que participan en el proceso político y técnico de elaboración de políticas públicas.

Un segundo bloque está conformado por dos trabajos que estudian el caso chileno y el uruguayo respectivamente, pero en ambos artículos encontramos una cierta intención comparativa que nos permite ubicar a la experiencia argentina sobre ese telón de fondo analítico. El ensayo de Patricio Silva explora la importancia que han tenido los tecnócratas en la evolución política chilena a partir de las primeras décadas del siglo XX hasta el día de hoy. A pesar de su autoproclamado apoliticismo –señala el autor- el estamento tecnocrático se ha constituido en un actor estratégico en los intentos de legitimación de los diversos proyectos políticos de este período. Partiendo del debate existente sobre el fenómeno tecnocrático en las sociedades modernas se subrayan una serie de características particulares del caso chileno. Seguidamente, el artículo de Adolfo Garcé introduce la sugerente noción de Régimen Político de Conocimiento (Political-Knowledge Regime) , a partir de un diálogo crítico con los recientes aportes de Campbell y Pedersen (2011). Si bien el trabajo se apoya en una serie de investigaciones empíricas centradas en el gobierno de Tabaré Vázquez, el análisis del autor nos permite ofrecer una caracterización original, a la vez que polémica, de distintos casos latinoamericanos: Chile, Brasil, Argentina y Uruguay.

Por último, el bloque de cierre reúne tres contribuciones que hacen foco en la experiencia argentina en tres diferentes campos de políticas. La primera contribución de Alejandro Simonoff ensaya un abordaje histórico de la constitución histórica del sub campo disciplinar del estudio de la política exterior argentina y su vinculación con el campo de políticas propiamente dicho. En el trabajo recorre la variedad de estructuras explicativas y múltiples interpretaciones sobre el pasado de un campo disciplinar que busca la construcción de un saber, y, al mismo tiempo, la construcción de un instrumento para la vinculación del Estado con otros actores internacionales. Este recorrido es abordado por el autor a partir de identificar y describir las instancias “pre paradigmáticas” que darán lugar a los dos momentos “paradigmáticos” en la disciplina que bien ilustran el título de su trabajo; ello sin perder de vista que un régimen de verdad siempre es funcional al régimen político vigente.

El trabajo de Claudio Suasnábar, a través de la pregunta plasmada en su título, intenta expresar la mezcla de malestar y disconformidad frente al estado de conflicto que –a juicio del autor- atraviesa actualmente la comunidad académico-intelectual de las ciencias de la educación, en particular a partir de la experiencia de la reforma educativa desarrollada durante la década de los ’90, que contó con la participación de notorios investigadores universitarios en cargos de gestión estatal. El texto presenta algunas líneas de interpretación para pensar esas tensiones en el marco de un argumento tributario del enfoque de Bourdieu: si el estado de un campo intelectual no es más que la expresión cristalizadas de las luchas pasadas, el trabajo se plantea como un ensayo de interpretación que -focalizando en las tensiones entre pedagogía y política- presenta una serie de momentos o etapas que recorren la conformación reciente del campo intelectual de la educación.

Finalmente, el artículo de Mariana Heredia parte de considerar, en consonancia con lo ocurrido en otros países, las nuevas formas de elaborar, discutir y aplicar políticas económicas en Argentina inauguradas a partir de los años sesenta. Las elites técnico-profesionales fundaron espacios estables y específicos desde los cuales relacionarse con el Estado y la sociedad. En la intersección entre círculos académicos, organizaciones partidarias, agencias de la administración pública, medios masivos de comunicación, corporaciones empresarias y organismos internacionales, los centros privados de expertise se consolidaron como un “punto de pasaje” en la orientación de las políticas públicas en materia económica. En base a una investigación socio-histórica sobre las ciencias económicas en la Argentina, se estudia la emergencia y la expansión de estos nuevos actores, se analiza la dinámica de este “mercado de expertise” y se avanzan algunas conjeturas sobre la continuidad de este nuevo tipo de representación y sus efectos sobre la vida pública y política.

[[1]] Un tratamiento más detallado de esta cuestión en Camou, Antonio, “Quo Vadimus Sartori? Ciencia política y políticas públicas en el marco de una polémica”, Andamios. Revista de Investigación Social, Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), Nro. 11, 2009. [[1]]
[[2]] Coser, Lewis A. Hombres de Ideas. El punto de vista de un sociólogo (1965), México, FCE, 1968. Un análisis más cercano de este procesos en Brunner, José Joaquín “Investigación social y decisiones políticas: El mercado del conocimiento”, Nueva Sociedad, Nº 146, p. 111 y ss., 1996 [[2]]
[[3]] La crítica clásica de esta problemática en el libro de Pressman, Jeffrey L. & Aaron Wildavsky (1984), Implementación, México, FCE, 1998. [[3]]
[[4]] La cita pertenece a Haass, Richard N., “Los thinktanks y la política exterior estadounidense: la perspectiva de un elaborador de políticas”, Agenda de la política Exterior de los USA (Departamento de Estado, Programas de información internacional) (http://usinfo.state.gov/journals/), volumen 7, número 3, noviembre de 2002.. [[4]]
[[5]] McGann, James G., “Los thinktanks y la transnacionalización de la política exterior”, Agenda de la política Exterior de los USA (Departamento de Estado, Programas de información internacional) (http://usinfo.state.gov/journals/), volumen 7, número 3, noviembre de 2002. [[5]]
[[6]] Wittrock, Björn, “Conocimiento social y política pública: ocho modelos de interacción”, en Peter Wagner et al., Ciencias Sociales y Estados Modernos. Experiencias nacionales e incidencias teóricas (1991), México, FCE, 1999. [[6]]

 

Referencia de los textos

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Dossier. Cinco estudios recientes sobre el comunismo uruguayo https://historiapolitica.com/dossiers/comunismouruguayo/ https://historiapolitica.com/dossiers/comunismouruguayo/#respond Sat, 22 Oct 2011 13:25:54 +0000 http://historiapolitica.com/?page_id=1198 Cinco estudios recientes sobre el comunismo uruguayo
Jaime Yaffé (Universidad de la República-Uruguay)

En los últimos diez años se ha producido, en particular en el campo de la historiografía, un verdadero estallido en la producción académica uruguaya sobre el “pasado reciente”. Aunque la dictadura cívico-militar que gobernó en Uruguay entre 1973 y 1985 es el fenómeno que capta mayor atención, esa gelatinosa expresión refiere vagamente al extenso período comprendido entre los años sesenta del siglo XX (el año 1959 es la referencia cronológica principal que por razones externas – revolución cubana – e internas – rotación entre los partidos tradicionales en la conducción mayoritaria del gobierno nacional – marca el comienzo de ese pasado) y la actualidad. De tal modo, la “historia reciente” comprende episodios y procesos que habiendo ocurrido hace más de medio siglo ya no son para nada recientes, pero así es, en términos cronológicos como se ha configurado este campo de estudios.
Desde el punto de vista temático, el campo de la historia reciente se ha constituido indudablemente en torno a la dimensión política del extenso período histórico que abarca. En ese sentido, la condicionalidad histórica de esa centralidad de lo político en la configuración del pasado reciente como objeto de estudio aparece bastante clara si se repara en el hecho de que buena parte de los estudios se ubican en algún momento o aspecto en la secuencia crisis/dictadura/transición/restauración que tiene al régimen democrático de gobierno y convivencia como elemento articulador de las conexiones de sentido que atribuyen significados a esa sucesión. Esa referencialidad que tiene lo político, y dentro de ella la preocupación por los avatares de la democracia, que remite a su vez al interés particular en el estudio de los itinerarios institucionales y de ciertos actores (los partidos, la guerrilla, los militares, los sindicatos) y de ciertos temas (la violencia política, la protesta social, la represión estatal, el debate ideológico y programático) no ha excluido, sobre todo últimamente, la presencia de otros actores y aspectos (demográficos, culturales, económicos) de la realidad histórica en la producción sobre el pasado reciente, pero ello ha sucedido sin que pueda dejarse de reconocer aquella centralidad.
En ese marco, un fenómeno que llama la atención en esa producción es la relevancia que ha adquirido el estudio de la más importante entre las organizaciones armadas que protagonizaron la instalación de la violencia política desde la segunda mitad de los años sesenta: el Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros. Otros actores, tanto o más importantes como los tupamaros en la vida política, social y cultural del Uruguay en los años previos al golpe de Estado de 1973, han quedado disminuidos o directamente invisibilizados en las reconstrucción e interpretaciones de aquella época. Este es sin dudas el caso del Partido Comunista, que indudablemente constituía por entonces la organización política más desarrollada de la izquierda uruguaya, y la que había alcanzado una mayor capacidad de influencia en el ámbito social (especialmente en el movimiento sindical, y en menor medida también en el estudiantil), en el cultural (tanto a nivel universitario como entre los intelectuales y artistas independientes), y en el político institucional. En este último ámbito, con una presencia constante y creciente en la arena electoral y el ámbito parlamentario, que aunque muy minoritaria en el escenario global, le permitió constituirse en el sector más votado dentro del Frente Amplio en el momento de su estreno en 1971, acabaron desplazando, en los años sesenta, al Partido Socialista, convirtiéndose, a pesar de condición marcadamente minoritaria, en la única organización de la izquierda uruguaya con alguna capacidad de influencia real sobre el proceso de gobierno y de formulación de las políticas públicas.
Es difícil explicar este desencuentro entre la realidad histórica y la producción historiográfica sobre ella. De hecho no tenemos una explicación para el caso, pero es posible que los disímiles derroteros de tupamaros y comunistas en el período postdictadura tengan algo que ver en la determinación de los intereses de los historiadores y otros estudiosos del pasado reciente. Por un lado, los tupamaros lograron reconstruir su organización, incorporar militantes de las nuevas generaciones forjadas en la lucha contra la dictadura, reconvertirse exitosamente a la vida política legal y a la competencia electoral, y resignificar su derrota militar como una victoria política, comenzando por la capacidad de sobrevivencia y siguiendo por el éxito de sus apuestas electorales. Como coronación de todo ello, el Uruguay tiene desde marzo de 2010 un presidente tupamaro que encabeza el segundo gobierno de la izquierda en los 180 años de historia como estado independiente. Por el otro lado, los comunistas, luego de la recomposición partidaria y el exitoso desempeño electoral que en 1989, cuando en Europa caían uno tras otro todos los regímenes comunistas, volvió a colocarlos como la primera fuerza dentro del Frente Amplio, ingresaron en una profunda crisis política e ideológica que acabaría en 1992 en una fractura inédita en la historia del PC, al producirse el retiro de la mayoría de la dirección partidaria y el abandono de la militancia por parte de miles de afiliados del que hasta entonces era el aparato político partidario más importante del Uruguay. Muy rápidamente el PC perdió su condición mayoritaria dentro de un Frente Amplio que crecía elección tras elección, al mismo tiempo que veía notablemente disminuida su influencia en la dirección del movimiento sindical y estudiantil, así como en el campo de la cultura y la educación.
Es solo una conjetura a falta de buenas hipótesis, pero es muy probable que itinerarios contemporáneos tan contrastantes hayan condicionado fuertemente los intereses y curiosidades de quienes en los mismos años se volcaron al estudio de la historia reciente, hasta producir la incongruencia antes mencionada. Ciertamente, también se puede proponer otra explicación, fundada ya no en los desarrollos post-dictadura de ambos actores sino en algunas de las formas en que ha sido interpretado el proceso de la crisis que epilogó en el golpe de estado en 1973. En este sentido, la importancia que algunas de las más difundidas interpretaciones del período 1968-1973 atribuyen a la irrupción de la violencia revolucionaria en el desencadenamiento de la situación que culminó en dicho golpe, han conducido a la instalación de un relato predominante en el que los tupamaros y los militares aparecen como protagonistas centrales, mientras que otros actores igualmente relevantes en aquellos sucesos históricos (entre ellos, los comunistas, también el sindicalismo) quedan marginados o subordinados en la reconstrucción del curso principal de los acontecimientos de aquel período.
Esto que resulta tan evidente pronto empezó a ser señalado y cuestionado tanto dentro como fuera del ámbito académico. Probablemente sea por ello que en los últimos dos o tres años han empezado a conocerse los resultados de investigaciones (alguna ciertamente estaba en curso desde hacía varios años) que comienzan a poner los primeros ladrillos para una reconstrucción del lugar y el papel que cupo a los comunistas en la historia reciente del Uruguay, tanto antes, como durante y después de la dictadura. Al menos tres de los cinco trabajos reunidos en este dossier son una muestra que creemos representativa de esta novedad reciente en el campo de la historia reciente del Uruguay. Además está en curso de terminación una investigación conducida por Álvaro Rico en la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República sobre la represión contra el PC en dictadura, de la que nos hubiera gustado incluir una muestra de sus resultados. Si bien ello no ha sido posible, esta mención pretende evidenciar que el fenómeno del que, como justificación general del dossier, hemos querido dejar constancia en este párrafo, se encuentra en desarrollo.
El trabajo, aún inédito, de Fernando López (un historiador sin adscripción institucional en el ámbito académico pero que ha producido varios de los pocos trabajos existentes sobre la historia de la izquierda en el siglo XIX y las primeras tres décadas del XX) es el único que no pertenece al campo de la historia reciente, ni es representativo de la novedad antes mencionada ya que responde a una línea de investigación que el autor viene desarrollando desde hace más de veinte años. Ha sido seleccionado precisamente para dar cuenta de la existencia de ese trabajo solitario realizado por fuera de las estructuras académicas, que antecede a las novedades recientes y que se continúa al tiempo que ellas se van desarrollando. En este texto López rastrea los orígenes de lo que denomina “cultura stalinista” en el comunismo uruguayo entre 1921 y 1930. Basándose en el periódico del PC (“Justicia”) como única fuente el autor reconstruye y analiza algunos episodios clave que muestran tanto la adopción de la cultura stalinista como la permeabilidad del PC para hacerlo sin violencia ni grandes conflictos. En ese itinerario, surge muy clara la fuerte incidencia de la Internacional Comunista y otros partidos de la región (en particular el PC argentino) en el partido local.
Gerardo Leibner (uruguayo residente desde hace varias décadas en Israel, Dr. en Historia por la Universidad de Tel Aviv, donde desarrolla su actividad académica), es uno de los historiadores que, quizás por encontrarse relativamente desconectado del contexto político y el ambiente cultural antes descrito, desarrolló a lo largo de la primera mitad de los años 2000 una ambiciosa investigación sobre la historia social y política de los comunistas uruguayos entre 1941 y 1973. La publicación de sus resultados por parte de la editorial Trilce de Montevideo bajo el título Compañeros y camaradas. Una historia política y social de los comunistas del Uruguay, largamente esperada por la comunidad académica local, se demoró hasta el mes de octubre de este año 2011. Por tal motivo es muy poco lo que, a través de ponencias y artículos fragmentarios, había podido conocerse hasta entonces de este trabajo. En el texto que se ha seleccionado para este dossier, tomado de un libro colectivo de homenaje a José Luis Massera – matemático de prestigio internacional al que protagonistas y estudiosos reconocen como el “número dos” del comunismo uruguayo desde mediados del siglo XX – publicado en 2009 por el Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas, a partir de una aproximación biográfica al itinerario político del personaje en cuestión, se repasan y analizan diversos aspectos de la renovación directriz vivida por el PC en 1955 y sus efectos sobre la línea teórica y la estrategia política del PC desde entonces y hasta 1973. Leibner habla de una verdadera “reconstrucción” del PC uruguayo en este período, al cabo del cual acabará posicionándose como la principal fuerza política, social y cultural de la izquierda uruguaya.
Marisa Silva (quien reúne la doble condición de escritora de novelas y profesora de historia formada en el Instituto de Profesores Artigas de Montevideo y posgraduada en Historia Contemporánea en el Instituto Universitario CLAEH) ha realizado en su tesis de maestría una aproximación al Partido Comunista en el mismo período (1955-1973) desde un enfoque poco frecuente en la historia política uruguaya. Se trata de un abordaje en el que se reconstruye el itinerario del PC en esos años con la mirada puesta en las claves culturales de su identidad política. Los tres capítulos incluidos en este dossier pertenecen al libro publicado por Taurus que en el año 2009 dio a conocer su tesis de maestría. En ellos se abordan sucesivamente tres aspectos (una conmemoración, el acto aniversario anual; un objeto, el carné del afiliado comunista; y un concepto que formaba parte del orgullo de ser y sentirse comunista: la unidad del partido) que expresan componentes configurativos de la cultura y la identidad de “aquellos comunistas” de antes de la dictadura iniciada en 1973.
Por su parte, también ubicándose – aunque desde una perspectiva bastante diferente en cuanto a los actores estudiados, las preguntas, las referencias teóricas y las fuentes consultadas – en la indagación de la amplia zona de superposición entre cultura y política, Vania Markarian (Dra. en Historia Latinoamericana por la Universidad de Columbia, investigadora de la Universidad de la República) ha estudiado cómo ciertos aspectos de la rebelión juvenil de los años sesenta, en particular los referidos al uso de la violencia como un recurso legítimo de expresión de rebeldía y resistencia a la acción represiva del Estado, tuvieron un efecto configurador no sólo de una identidad generacional, sino también de ciertas identidades específicas al interior del movimiento estudiantil. Desde esas preocupaciones, en el artículo seleccionado para integrar este dossier -publicado en el año 2010 por la revista EIAL de la Universidad de Tel Aviv- se analiza el caso específico de los jóvenes comunistas durante las movilizaciones de los estudiantes secundarios y universitarios de Montevideo en el año 1968.
Por último, los politólogos Ana Laura de Giorgi y Adolfo Garcé junto el profesor de historia Federico Lanza han desarrollado durante dos años una investigación sobre la evolución del PC uruguayo desde la restauración democrática de 1985 hasta la actualidad. Aunque no se trata de un trabajo comparativo, uno de los fundamentos explícitos del proyecto radica en el propósito de explicar por qué, a diferencia de lo sucedido con el MLN, el PC, que había emergido de la dictadura como la mayor fuerza política dentro de la izquierda, no logró adaptarse con éxito a las nuevas circunstancias impuestas por la crisis del socialismo real, ingresando por el contrario en una fuerte crisis. El texto que se incluye en este dossier es un anticipo muy parcial de un libro que se anuncia para el año 2012. Se trata de una ponencia presentada en el V Congreso Latinoamericano de Ciencia Política celebrado en Buenos Aires en el año 2010, donde, se reconstruyen las que se reconocen como tres etapas de la trayectoria del PC en el período 1985-2009, y se propone una explicación desde la literatura sobre adaptación partidaria, redimensionando en ella el peso del factor ideológico.

Nota: El autor agradece a sus colegas Gabriel Bucheli y Vania Markarian por los comentarios que formularan a la versión inicial de esta presentación, al tiempo que los exonera de toda responsabilidad por el contenido final de la misma.

Textos:

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